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Parroquia "San Antonio de Padua" de Capilla del Monte, Córdoba. |
Hacía días que se despertaba mal, sobresaltada, con un dolor en el pecho. Siempre era el mismo sueño. Corría, se caía y volvía a levantarse mil veces. Su ropa hecha harapos. El rostro sucio de barro y sangre. Luego se despertaba. Un día el sueño continuó. De tanto correr, las piernas se le doblaron y no pudo levantarse. Miró hacía atrás y lo que vio la horrorizó. A lo lejos se veía una pila de cadáveres, una montaña de personas a las que no les distinguía el rostro. El sueño finalizó, y al despertarse entendió el motivo por el cual corría de esa forma, la imagen era aterradora.
Todos los días se acostaba pensando en que no quería volver a ese lugar, y siempre regresaba. ¿Qué significaba ese sitio? ¿Por qué la obligaban a volver todas las noches? ¿Qué podía hacer? Se le ocurrió una idea. Iría a lo del padre Ignacio. No iba mucho a la iglesia, últimamente el cura le había parecido una persona muy buena. Si bien nunca había hablado con él en persona, le inspiraba confianza.
Se levantó temprano, estaba contenta, sabía que ese día encontraría una solución.
Subió las escalinatas y entró por la puerta derecha. La iglesia estaba vacía. Como no iba muy seguido, no sabía los horarios de las misas. Caminó despacio. Se detuvo frente al altar principal y observó a Jesús en la cruz. Mientras rezaba un frío intenso le recorrió la columna. Ese lugar la desconcertaba, estaba oscuro, lúgubre, pero no le daba miedo. El olor a incienso era agradable y la tranquilizaba. Siguió caminando y salió por la otra puerta, completando así el recorrido. Tendría que esperar a que comenzara la misa para hablar con el padre Ignacio. Estaba nerviosa. Se sentó en las escaleras observando a la gente que pasaba.
Al rato de estar sentada vio que el padre Ignacio se acercaba.
- ¡Padre Ignacio! ¡Padre Ignacio!
- Buenos días - contestó desconcertado, no reconocía quién le hablaba.
- Hola padre, soy Leticia la hija de Magdalena. ¿Se acuerda de mí?
- Oooh sí, me acuerdo. ¿Cómo se encuentra tu madre? ¿Está bien?
- Sí padre, está bien, no he venido por ella.
- ¿En que te puedo ayudar hija?
- Tendría que hablar con usted un momento. Me está pasando algo hace un tiempo y no tengo a quién comentárselo. No quiero preocupar a mi madre.
- La misa empieza dentro de una hora, tenemos algo de tiempo para conversar, pasa.
Entraron a la iglesia. Luego de cruzarla ingresaron por una pequeña puerta al costado de uno de los altares menores. Recorrieron un pasillo oscuro que desembocó en un cuarto a modo de despacho. Dentro de él había un escritorio y dos sillas, al fondo una biblioteca, estaba todo arreglado con sobriedad.
- Siéntate hija y cuéntame que te sucede.
Leticia pasó a explicarle al padre lo que le pasaba. Cuando terminó su relato, él la miraba serio.
- ¿Y desde cuando te sucede esto?
- No lo recuerdo, al principio fue sólo un sueño, cuando quise acordar me sucedía todos los días.
- Quizá haya algo que te preocupa, algo que te tiene mal…
Leticia hurgaba en su mente en busca de respuestas pero no encontraba nada. Su vida no era perfecta pero se podía decir que todo estaba normal en ella. Tenía un trabajo aceptable, su casa era humilde, pero el sueldo le alcanzaba para ella y la madre.
- No sé padre, no se que pensar, no tengo nada que me preocupe.
- Entiendo, déjame ver, rezaré por ti esta noche, estate atenta.
- ¿Atenta?
- Sí, has venido hasta acá, eso es bueno, estás buscando respuestas. A mucha gente le suceden cosas, pero siguen su vida sin percatarse de nada. Dios te va a ayudar. Las respuestas están en ti, sólo tienes que buscarlas.
Leticia no estaba muy convencida, deseaba una respuesta rápida. No quería pensar más. ¿Sería cierto lo que le decía el padre? Si así era tendría que averiguarlo.
- ¿Ese sueño padre, significa algo?
- Eso sólo tú lo sabes, no puedo decirte más, piensa, y reza.
El padre le dio un beso en la frente y se retiró, ya casi era la hora de la misa.
Pasaron los días, las pesadillas siguieron. Ya cansada una noche se decidió a terminar con todo. Antes de dormir rezó, le pidió a Dios que la acompañara a donde iba, que no la abandonara. Le rogó al Arcángel Miguel que la protegiera con su espada. Se acostó en paz.
Se despertó en el medio de la noche, no estaba en su cuarto. Había gente corriendo por todos lados. Le extrañó que no vistiera harapos como otras veces. Tenía un vestido azul brillante. Se sentía protegida por él. Otra vez la misma sensación que había sentido en la iglesia, un frío le recorrió la columna. No se asustó, al contrario, sintió más fortaleza. Sabía que detrás de ella estaban todos sus miedos. Se dio vuelta con los ojos cerrados. No quería mirar, pero tenía que enfrentarlo. Abrió los ojos con lentitud y ahí estaba la pila de cadáveres. Cuando se fue acercando, comenzó a reconocer los rostros. Todos esos rostros eran ella misma, cuando era niña, cuando fue adolescente. Todos eran diferentes aspectos de ella. No le dio temor porque estaba decidida. Sentía una fuerza irreconocible. Estaba cada vez más cerca. Mientras caminaba observó que en su mano derecha tenía un puñal de plata. Lo apuntó hacia el cielo. Se le ocurrió una frase:
“Señor hoy voy a terminar con mi vida y comenzaré otra, dame el poder para ser yo misma”
Del cielo salió un rayo hacia el puñal, Leticia apuntó con él a la pila de cadáveres y una energía luminosa hizo que se incendiara todo. Sintió un dolor en el pecho, estaba perdiendo cosas, y eso le dolía.
Dejó el puñal a un lado, y se encontró de nuevo en el medio de la habitación de su cuarto ya sin su vestido azul. Se desmayó.
- ¡Leticia! ¡Leticia! ¿Qué te pasa? ¿Escuché un grito?
- Nada mamá, me levanté al baño y me resbalé. Andá a dormir no me pasó nada, fue sólo una caída.
- ¡Uy! ¡Qué susto me diste, hija! ¿Seguro que estás bien?
- Sí mamá estoy bien, no te preocupes.
Leticia se metió en la cama y la madre se fue a su habitación.
Durmió placidamente y no soñó con nada.
Cuando despertó, miró por la ventana, el sol brillaba. Se sentía feliz.
Creía haber entendido lo que tenía que hacer. Su vida estaba muy monótona, ya casi ni se arreglaba, no salía. Sólo iba a su trabajo. Había dejado sus lecciones de música.
- ¡Mamá, mamá!
- ¡Pero Leticia, qué te pasa!
- ¿Dónde están mis cuadernos de música?
- ¿Tus cuadernos de música? mmm… Supongo que en alguna caja en el altillo, es que como ya no los estabas usando…
- Subió corriendo las escaleras a buscarlos.
Magdalena no entendía mucho, estaba sorprendida. Pero le dio mucha alegría que Leticia fuera a buscar sus cuadernos. Hacía mucho tiempo que no le veía el rostro con tanta vida. Nunca le había dicho nada, pero estaba preocupada por ella. Su hija había dejado todas las cosas que le gustaban y sólo se había dedicado a trabajar y a ordenar la casa. Un cambio se había producido en ella.
Leticia levanto la tapa del baúl. Buscó entre ropa vieja y fotos antiguas los apuntes. Sus dedos rozaron algo filoso en el fondo. Se dio cuenta de inmediato que era el puñal que la había salvado la noche anterior. Ahora sabía que algunos sueños eran más reales que la propia vida.
- ¡Mamá! ¡Mamá! Encontré todo en el baúl de la abuela. ¡Tengo muchas ganas de tocar el piano como antes!
En la casa una hermosa melodía sonaba. Leticia tocaba el piano entusiasmada. Magdalena secaba los platos con una sonrisa.
Leticia sabía que una fuerza misteriosa la había asistido, sus rezos no habían sido en vano. A partir de ahora le haría más caso a los sueños, y de una cosa estaba segura, jamás volvería a soñar con una pila de cadáveres.
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