domingo, 27 de enero de 2013

Más allá del desierto...

No sé si es bueno como cuento porque en realidad traté de contar un sueño que tuve hace tiempo...
Ahí va...
Desierto de Atacama - 2010

Ayer tuve un sueño extraño. Soñaba que me despertaba con la sensación de haber vivido algo más que un sueño. No sabía donde estaba, no veía nada a mí alrededor. Era como despertarme de la muerte. Todo oscuro y lúgubre. Recordaba quien era, pero algo me decía que no debía. No entendía el por qué, pero tenía la certeza de que esos recuerdos no debían de estar en mí. Estaba segura de que algo había salido mal. Yo no debía recordar. No comprendía que sucedía. Tenía la impresión de haber pasado por esta misma situación otras veces. Mi memoria estaba en una nebulosa. No era la primera vez que experimentaba todo esto. Ahora caminaba por un desierto, mi mente divagaba. Me sentía muy angustiada porque recordaba muy poco de mi vida, sólo que había tenido otras existencias y la seguridad de haber despertado varias veces. El paisaje era siniestro. Andaba en medio de la nada. No tenía fuerzas para gritar y pedir ayuda. Otra vez esa sensación de certeza. Esta vez por saber que no encontraría a nadie, de soledad absoluta. Si todo era un sueño, quizá faltaría poco para que despertara – pensaba. Mientras esto no ocurría seguiría caminando. ¿Adónde me llevaba este paisaje tan despojado de todo? Mientras caminaba trataba de evocar algo de mi vida. Tenía la sensación de que las cosas que se habían borrado de mi memoria no eran buenas, y que ese era el motivo principal de toda la confusión que me rodeaba. El esfuerzo que hacía me provocaba mucha angustia y me atormentaba. El no recordar nada a la vez me liberaba de la culpa por lo que pudo haber pasado. Quizá era mejor así. Por algún motivo había caído todo en el olvido – suponía. Mientras me acostumbraba a las sensaciones que experimentaba, seguía caminando. La arena me lastimaba los pies. No tenía a donde ir pero no tenía otra opción más que seguir. Algo comenzó a cambiar en el paisaje. Con cada paso que daba se iba divisando un camino. Me invadió una sensación más alentadora. Quizá encontraría algo más allá del desierto. Al dar el siguiente paso desperté. Desperté en mi vida, en la única vida que tenía. Sentí mucho alivio, por fin regresaba. Lo peor había pasado pero siempre existiría el riesgo de volver a ese extraño lugar...

domingo, 15 de abril de 2012

No es tarde para empezar



Era muy joven cuando tuvo a  Joaquín. Cuando conoció a Felipe su novio, pensó que el amor iba a ser para toda la vida. Pero sólo duró unos meses. Los suficientes como para concebir un hijo. Un niño muy lindo y tranquilo. Una vez que salió de su vientre, Andrea, no sabía que hacer con la criatura. Su vida ya no sería la misma. ¿Qué haría con eso? Tenía mucho miedo. No estaba preparada. Lo supo desde el primer momento cuando se enteró que iba a ser madre. La opción del aborto le daba más miedo y sentía que no podía volver atrás. Felipe dijo que la ayudaría, pero él también era un niño, y fue a llorar junto a su mamá cuando se enteró de la noticia. Al principio permaneció en contacto. Luego las visitas se hicieron menos frecuentes, hasta que un buen día desapareció y no lo volvieron a ver. Ella vivía con su madre. El padre había muerto hacía unos años. Ahí comenzó la vida de Andrea, a los quince años, antes sólo habían sido fantasías… Tuvo que salir a trabajar, la madre tenía un kiosco y ella empezó a ayudarle.  Lamentaba el poco espacio que le quedaba para los estudios. Ahora su vida transcurría entre su hijo, el liceo y el kiosco.
Un día cuando tenía veinte años y estaba en el parque observando como su hijo jugaba, se hizo consciente de cómo había transcurrido el tiempo, y de cómo la vida había pasado por ella sin que se diera cuenta.
-                     ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mirá que alto vuela mi cometa!
Andrea lo miraba con dulzura. Su hijo era todo para ella.
Pero…¿hasta cuando tiene que ser así?
Después de Felipe, no se había interesado por ningún otro hombre. En el fondo seguía pensando que algún día volvería. ¿Sigo esperándolo o es una excusa para no vivir?
Se consideraba toda una madre. En algún lugar había perdido su rol de mujer.
Siguieron pasando los años. Joaquín tenía ya diez y para ella era todo un hombre. El niño veía a su madre muy dedicada a él y a ninguna otra cosa más.
-                     Mamá te tenés que conseguir un novio  – le dijo un día mientras hacía los deberes.
-                     ¿Te parece?
-                     Sí, todavía no estás tan vieja mamá.
“Todavía no estoy tan vieja”, se repitió Andrea, es un  gran aliento.
-                     No empieces con pavadas, Joaquín. Te estás distrayendo y no vas a terminar los deberes para mañana – rezongó.
-                     Pero es cierto mamá, aparte escuché a la abuela decirlo.
-                     La abuela que se meta en sus asuntos.
Dicho esto último se arrepintió al instante de sus palabras.
Joaquín se quedó callado, no volvería a hablar del tema.
-                     Mamá, hoy cuando estaba en el kiosco, jugué a la lotería por vos.
-                     ¿Qué? ¿Para? Sabés que no me gusta jugar.
-                     Sí, ya sé, pero… en una de esas…
-                     Me parece que no te falta nada, ¿no?
-                     A mí no, pero a vos no sé.
Al decir estás últimas palabras, Joaquín se dio cuenta que había metido la pata otra vez.
-                     No empezarás otra vez con eso del novio, ¿verdad?
-                     No, no, pero si tuviéramos más plata en una de esas no tendrías que trabajar tanto, no sé… digo…
Andrea acarició con ternura la cabeza de su hijo, jugando con su pelo.
-                     Vos, no te tenés que preocupar por esas cosas, ¿me entendés? Yo estoy bien. ¿Acaso me ves mal?
-                     No, mal no, pero estás siempre sola. Alguno de mis amigos, tienen a sus padres juntos.
-                     Sí, eso sería lo ideal, pero no siempre se puede. Bueno, seguí con los deberes, que yo voy a terminar de cocinar – le dijo mientras huía hacia la cocina.
Odiaba cuando Joaquín empezaba con esas cosas. ¿Tendría razón en lo que le decía?
No quería pensarlo, estaba tranquila como estaba, no quería que nada perturbara su vida.
Al otro día, Joaquín entró a la casa corriendo, estaba muy agitado.
-                     Mamá, mamá ¡No lo vas a creer!
-                     ¿Joaquín, qué te pasa? ¡Mirá cómo estás!
Se apoyó en la pared, tirando la mochila a un costado, le daba trabajo respirar.
-                     ¡Ganamos mamá!
-                     ¿De qué estás hablando?
-                     ¡De la lotería mamá!
Tomo a su madre de la cintura y empezó a hacer giros con ella.
-                     ¡Joaquín, me vas a tirar al suelo! ¡No entiendo nada!
-                     ¡Qué ganamos a la lotería, mamá!
-                     ¿En serio?
-                     Sí, mamá, ganamos un montón. Porque saqué la grande, yo no te dije nada pero había jugado todos mi ahorros.
-                     ¿Joaquín, invertiste todos tu ahorros? ¿Cómo pudiste? ¿Y si perdías todo?
-                     ¡Pero no perdí mamá, gaaa naaa mooos!
Saltaba con alegría. Andrea se sentó en la mesa del comedor tomándose la cabeza con las manos, no podía pensar con claridad.
A partir de este hecho las cosas mejoraron para ellos, al tener más dinero en la casa se respiraba un ambiente de paz y tranquilidad.
Pero Andrea seguía sin novio…
Pasaron los años, Joaquín ya había formado una familia. Él ya no le decía más nada a  su madre de tener pareja. Entendía que ella era feliz a su manera. Dejó de sentirse culpable por el hecho de que se hubiera dedicado tanto a él, y que por ese motivo hubiera dejado de lado su vida. Después de todo, había sido su elección y él no podía hacer nada. Así como también había sido elección de Felipe, su padre, nunca más volver. Joaquín se encontraba felizmente casado, y con dos niñas. Andrea vivía sola, su madre había fallecido hacía unos años. Joaquín pasaba a visitarla seguido con sus hijas.
Andrea nunca se sintió sola. A pesar de haber estado casi toda su vida sin pareja.
Su vida la había enriquecido con Joaquín y sus nietas. Le gustaba mucho leer. Ahora que tenía menos ocupaciones, había retomado la lectura de todos los libros que había acumulado a lo largo de su vida, y que por falta de tiempo nunca había leído. Iba al parque donde jugaba con Joaquín cuando era chico, se sentaba al aire libre a disfrutar  de las tardes soleadas.
-                     Permiso, ¿me puedo sentar?
Andrea levantó la cabeza del libro y observó a un hombre de mediana edad que le hablaba.
-          Sí, por supuesto – le dijo al señor corriéndose a un lado para darle lugar.
El rostro del caballero le resultaba familiar, pero no quiso pensar quien podía ser,  su memoria estaba empezando a fallar y la lectura estaba muy entretenida.
-                     ¿Andrea, sos vos?
Andrea levantó la vista y miró fijo a Felipe a los ojos. En realidad lo había reconocido en seguida, pero su mente no había querido aceptarlo. Se quedó sin palabras.
-                     Andrea disculpame, no te quiero molestar. Pasó demasiado tiempo. Me fui del país hace mucho, no tuve el valor para despedirme.
Andrea lo observaba atónita. El tiempo se había detenido. Escuchaba que él le hablaba, pero no llegaba a entender nada, como si le estuviera hablando en otro idioma. Lo único que pudo hacer fue levantarse tratando de no perder el equilibrio e irse caminando con lentitud.
Cuando llegó a su casa, se preparó un té y se sentó en la mesa del comedor. Estuvo horas revolviéndolo. No le había puesto azúcar. El sonido monótono de la cucharita golpeando la taza no le permitía salir del trance en el que estaba. El timbre sonó varias veces.
-                     ¡Mamá, mamá!
Dejó la cucharita a un lado de la taza y fue hacia la puerta como una sonámbula.
-                     Mamá soy yo, Joaquín, dale abrime que empezó a llover. ¿Qué hacés a oscuras? ¿Te habías acostado?
-                     Es que me duele la cabeza – dijo titubeando.
-                     Bueno, andá a acostarte, yo sólo te hice algunos mandados, dejo todo y me voy.
Le dio un beso en la mejilla y fue hacia la cocina con los paquetes del supermercado.
-                     ¿Mamá, estás segura que estás bien?
-                     Sí hijo, estoy bien, andá tranquilo.
Joaquín salió de la casa corriendo para esquivar la lluvia.
Al otro día, Andrea se despertó sintiéndose con una sensación extraña, era como si hubiera dormido años. Sí, fue un sueño, se dijo, sólo un mal sueño. Sacudió la cabeza, se desperezó y se dispuso a comenzar la jornada. Era un día gris, estaba lloviendo. Mejor, así no voy al parque…
Transcurrieron las horas, no tuvo otra opción que reconocer lo que había sucedido. No podía ocultar lo que había pasado por más que quisiera. Era presa de muchos sentimientos encontrados.
Sí, mejor que llueva, que llueva por varios días…

Los días de lluvia cesaron y Andrea volvió al parque.
-                     ¿Andrea me puedo sentar contigo otra vez?
Ahí estaba de nuevo, la razón de su mal dormir de los últimos días.
-                     Me gustaría hablar contigo, no creas que no soy consciente de todo el tiempo que pasó.
Andrea lo interrumpió y comenzó a hablar como un autómata. Le dijo todas las cosas que había guardado por años. Las palabras salían de su boca, pero eran como de otra persona. Sólo lograba captar de las frases que decía, algunas palabras sueltas y por momentos inconexas: “hijo”, “tiempo”, “nietas”, “olvido”, “perdón”, “rencor”, “madre”, “muerte”, “soledad”, “amor”…

Se despertó temblando, alguien le hablaba.
-                     ¿Mamá, estás bien?
Andrea se incorporó y lo que vio la horrorizó. Estaba en su cama, Joaquín le tomaba la mano y  Felipe estaba parado observándola con un gesto cariñoso.
-                     Mamá, te caíste en el parque y este señor te trajo hasta acá. El médico dijo que sólo fue un desmayo porque te bajó la presión, por suerte no es nada grave.
Andrea tomó fuerzas y  con energía se sentó en la cama.
-                     Bueno, muy bien, le agradezco mucho lo que hizo por mí, Joaquín acompaña al señor a la puerta, por favor.

 Una vez recuperada volvió al parque.
No voy a dejar de ir al parque por causa de él, se decía.
Comenzó con su rutina de nuevo. Iba al parque todos los días. Presentía lo que iba a encontrar. Las primeras veces él se acercaba con timidez esperando su aprobación.
La esperaba todo los días. Se sentaban juntos. Felipe le hablaba de su viaje, de la vida dura que había llevado en el extranjero, alejado de los afectos. Ella se remitía a escuchar sin juzgar, al rato se levantaba y se iba caminando tranquila a su casa. De a poco le iba volviendo la paz al alma. Se estaba liberando de un gran peso que había llevado por años sin darse cuenta. Más adelante él comenzó a acompañarla hasta la puerta. Ella le contaba cosas de su hijo, como había sido su infancia sobre todo.
Sus vidas comenzaban a reconstruirse.

-                     Mamá, mamá, apurate que vamos a llegar tarde.
-                     ¿Cómo estoy?
-                     ¡Estás preciosa!
-                     Gracias, pero ya no estoy para estas cosas. Yo no quería…
-                     Nunca es tarde mamá. ¿Te acordás cuando te decía que te tenías que conseguir un novio?
-                     Si, me hacías la vida imposible.
-                     Bueno… al final me hiciste caso…

Se abrieron las puertas de la iglesia, Felipe estaba esperando emocionado a Andrea frente al altar. Después de tanto tiempo de andar por el mundo perdido, por fin tenía una familia.
Joaquín estaba orgulloso de poder llevar a su madre del brazo, y de haber recuperado a un padre que había creído inexistente casi toda su vida.
Andrea vivía la experiencia como dentro de una película. Casarse con sesenta años no habían sido sus planes.
Menos mal que no me conseguí un novio cuando Joaquín me lo reclamó, pensaba. Todavía no es tarde para empezar…

sábado, 7 de abril de 2012

Me gustaban los sorteos...


Y si…me gustaba participar en sorteos, consideraba además que era una buena forma de ayudar. Siempre compraba números por diversos motivos. Un día eran los niños pobres del barrio, otro, el colegio donde fui a la escuela primaria, después, para juntar plata para el perrito de la vecina que le había venido tuberculosis. Cualquier excusa servía con tal de colaborar. ¿Pero por qué tenía esa necesidad de ayudar?
Nunca ganaba nada, siempre guardaba los comprobantes de las rifas por las dudas que se hubieran equivocado. Que no fuera a suceder que me llamaran para decirme que gané el premio y justo no tuviera el número. Los guardaba durante meses y después de amontonar papelitos sin sentido, símbolo de mi mala suerte. Cuando me aburría de todo eso y prometía no volver a dejarme manipular, tomaba todos los papelitos, los volcaba en algún recipiente, y como si fuese un ritual, los quemaba. Pero volvía a pasar, al otro día me encontraba en la calle con un niñito tonto que me decía: “Señora ¿me compra un numerito de rifa? Es para la escuelita, nos robaron todo, los pupitres, los bancos, no tenemos donde sentarnos.” Antes de ponerme a llorar desconsolada, abría la billetera y claudicaba… Si nunca fui tan buena. ¿Qué me está pasando? Creo que voy a tener que ir al psicoanalista. No puede ser que los años me hayan ablandado tanto…

***

Caminaba por la Ciudad Vieja apurada, iba con mi número en la mano. Esta vez tenía el presentimiento que iba a ser diferente. Buscaba un kiosco en donde estuvieran anotados los números ganadores del sorteo de ese día. Obvio que no encontraba ninguno, justo cuando lo necesitaba. Di varias vueltas hasta que encontré uno. El número que tenía en mi poder era el trescientos cuarenta y ocho. No lo había elegido yo, fue por azar, me lo había dado una chica muy amable de un stand. El sorteo esta vez no tenía ningún carácter filantrópico, solamente habían repartido los números entre todos los participantes de una jornada de charlas sobre diferentes productos electrónicos. Hacía un mes que estaba esperando la fecha. Si ganaba, iba a tener en mi dormitorio un espectacular televisor plasma de cuarenta y ocho pulgadas.

Y ahí estaba parada en la vereda petrificada mirando la vidriera del kiosco. El trescientos cuarenta y ocho en número grandes resaltaba, había salido primero. Para mí era como verlo en luces fosforescentes y del tamaño del propio kiosco.
No podía reaccionar. Cuando desperté de mi letargo, me entró el pánico. En una de esas habían dejado los números ganadores del sorteo anterior. Entré al lugar como un bólido.
-         Buenos tardes señor. ¿Los números del sorteo que tiene anotado en el pizarrón, son del día de hoy?
-         Sí señora, están recién fresquitos se podría decir, hace diez minutos que los puse.

***

Estuve todo el día encerrada, no salí a comprar comida ni nada. Llamé al delivery y me aprovisioné lo suficiente como para no salir en todo el fin de semana.

Pasaron los meses y mi vida sólo perteneció a ese estúpido aparato que me hablaba mientras yo yacía atontada  en el sillón. Me di cuenta que algo andaba mal. Ese televisor sería mi ruina. Con el dolor de mi alma tomé una decisión.

***

-         ¿Vecino me compra un número?
-         ¿Qué es lo que se rifa?
-         Un televisor plasma de cuarenta y ocho pulgadas. ¿Qué le parece?
-         Mmmm… bueno si es así, déme uno.
-         ¿El trescientos cuarenta y ocho le gusta?

Después de tanto perseguir sorteos, no volví a comprar más números.
Ahora de verdad gané, la escuelita tiene bancos nuevos.

miércoles, 14 de marzo de 2012

El día que olvidé mi nombre...


Me levanté de la cama de un salto. Estaba confundida como si me despertara de un mal sueño. Una nube en mi cabeza me envolvía. Algo raro me sucedía. Observé mi habitación, miré todo deteniéndome en cada detalle. Podía reconocer mi cuarto, mi cama, los cuadritos en la pared, pero no recordaba mi nombre. ¿Cómo me llamaba? Sobresaltada me miré al espejo temiendo haber perdido mi imagen. Toqué el reflejo de mi rostro. Estaba ahí. Me sentí mejor, todavía seguía siendo yo. Desesperada hurgué en mis pensamientos y en mi vida, lo recordaba casi todo. ¿Por qué mi nombre no? Se me ocurrió una idea, empecé a buscar papeles, cosas que me identificaran y ahí lo encontré. Más aliviada lo corroboré con mi cédula de identidad, no se me había ocurrido antes… Me quedé más tranquila… Igual notaba algo extraño… el saber mi nombre no era suficiente, porque en el fondo no me decía nada… Entonces comencé a repetirlo en voz alta hasta terminar gritándolo con desesperación. No obtuve resultado. Era todo igual. Esa sensación de vacío… Esperé un rato sentada en la cama. Tenía que irme a trabajar. Luego del baño, me vestí mecánicamente y de mala gana como tantas veces después del café, salí a la calle. ¿Por qué no era un día como los otros? No entendía, sabía que era yo, aunque también no lo era. Seguía sin reconocerme… Algo había cambiado en mí pero no sabía qué… Era un poco tarde y traté de apurar el paso. Las piernas me pesaban. Mientras caminaba observaba las copas de los árboles, como se movían con el viento. El sol se filtraba entre las ramas. Podía apreciar el aire fresco en mi rostro. No sé por qué pero esa mañana parecía todo más colorido, las flores y las hojas de los árboles estaban rebosantes de vida. Sentía a la naturaleza acompañándome. ¿Intentaba ayudarme? Traté de prestarle atención.... Comencé a escuchar su sonido. Un leve susurro llegaba a mis oídos. El entorno me hablaba sin palabras y me decía quien era… algo en mi se iba modificando en cada paso. Me sentía distinta. Y así fui entendiendo… yo era mucho más que la chica que iba caminando por la calle mirando los árboles. Había algo más grande y oculto. Y mi cuerpo no alcanzaba para abarcar todo lo que representaba. Lo sentía por primera vez aunque siempre había estado conmigo escondido en mi interior. Ahora se mostraba a la luz en toda su inmensidad como en una revelación. Como si yo fuera alguien muy diferente a lo que los demás veían y en la confusión yo tampoco me distinguía. Pero… ¿Cómo mirarse a uno mismo? ¿Se puede? Pensé… Seguía caminando… me dio un poco de miedo que luego de este descubrimiento volviera a ser la de antes. Perderme entre el bullicio de la gente y no volver a encontrarme. Mientras caminaba me cruzaba con otros caminantes que entre el ruido parecían perdidos como había estado yo. Vi muchos rostros dormidos. Entre ellos algunos me miraban como si me conocieran. Algo en su mirada parecido a un guiño me lo confirmaba. ¿Entonces… no era la única? Aliviada sintiendo que había otros como yo continué el recorrido. Estaban  perdidos buscando encontrarse…. Comencé a sonreír y  ya no me importó él no haberme reconocido en la mañana cuando desperté. Porque lo que yo era se veía reflejado en todo y estaba en mi interior. Siempre había estado allí escondido pero aguardando salir. Ese era mi verdadero y auténtico nombre. El que se escribía en un papel no tenía importancia. Ya no necesitaba de él para ser yo. Mi nombre estaba en todos lados y en mí.
Cuando llegué a mi trabajo llegué sonriendo, ya se me había ido el miedo a no ser yo. Me había encontrado entre las cosas y partir de ahí sentí que ya no volvería a olvidar quién era, y eso… era mucho más importante que recordar mi nombre...

sábado, 10 de marzo de 2012

La inspiración

Uno de mis primeros cuentos que ya tenía medio olvidado...

Apuraba el paso. Presentía que alguien me seguía. Nunca fui miedosa pero estaba tan cerca… cada vez más y más. Al final, no soporté la situación. En un brote de valentía me di vuelta con rapidez. Ahí estaba parada con aire de princesa. Con voz temblorosa, le pregunté:
 -¿Qué necesitas, por qué me perseguís? ¿Te parece que no me di cuenta?
-No te estoy persiguiendo. Todo lo contrario. Fuiste tú quién me buscó -contestó en un tono amable casi maternal.
-¿Buscarte yo, qué motivo tendría para hacerlo? No sé quién sos…
-Creo que no fuiste consciente de que me estabas buscando. Por eso hoy he venido a tu encuentro.
No lograba entender y me sentía incómoda por la situación. Pero algo me decía que tenía que descubrir que significaba ese encuentro.
-Aunque te hubiera buscado ¿Por qué no te presentaste? De la forma que apareciste solo lograste asustarme.
-Sí, puede ser y te pido disculpas, pero fue la única manera que encontré de llamar tu atención. –me dijo justificándose.
- ¿Qué es lo que necesitás de mí? – le dije intrigada.
-Tú sigues pensando que no me buscaste y que sólo te estoy molestando. Pero siempre te he estado ayudando. Sólo que tú no te has dado cuenta. ¿Acaso no has prestado atención? Esas veces que te quedás absorta observando algo para después salir corriendo a transferirlo a algún papel. Ahí he estado yo. Después se te pasan las horas escribiendo y escribiendo…
-No sé de que estás hablando. ¿Qué querés decir? ¿Cómo sabés todo eso?
-Hace tiempo que te hago compañía en silencio sin que notes mi presencia tratando de ayudarte.
Ahí comencé a comprender que ella tenía conocimiento de todos mis movimientos. Me había estado observando…
-¿Me querés decir que sos algo así como mi inspiración?
-Puede ser… ¿Tú que crees?
- Aunque fuera así y seas la inspiración. Si me ayudaras realmente harías algo para que no me sintiera tan mal.
-Es que yo te ayudo, pero por más esfuerzo que hago no lo notás.
-¿A qué has venido a verme? ¿Acaso me vas a pedir alguna retribución por tus servicios?
-Podría decirse que sí. Me gustaría pedirte algo y quiero que me escuches. Lo que necesito que hagas es muy importante. Préstame atención. Quiero que no pienses tanto y que te dejes llevar. Me gustaría que tu palabra llegue a la gente. Eso es lo que quiero. ¡Qué no amontones papeles y papeles en la papelera! ¡Qué te arriesgues! Pensás que no te veo cuando escribís y escribís y nada te convence. Armando grandes montañas blancas que luego vas desarmando y tirando de a poco con disimulo para ocultar tu derrota…
Me sentía perturbada. Todo lo que me decía era cierto. Tanto tiempo escribiendo sin llegar a nada… o al menos eso me parecía. Estaba callada no sabía que decir, y ella continúo hablando…
-No te guardes para vos sola lo que escribís en esa libretita que llevas a todos lados. Ahí dejás lo que a tu criterio no está tan mal. ¿Pero no te das cuenta que eso queda oculto y nadie puede leerlo? -dijo en tono irónico, sobretodo cuando nombró a mi tan preciada libretita.
-¡Pero yo escribo para mí, no me importa si alguien más lo lee! –protesté.
Luego que dije estas palabras me di cuenta de lo poco convincente de la frase.
-¿Estás segura de eso? Me parece que no estás siendo sincera. Convendría que no te mientas tanto. De esta forma nunca vas a lograr que crean en vos. Bueno…lo que tenía que decirte ya lo dije. No tengo nada más que hacer por acá. Deseo profundamente que  aceptes este consejo – me dijo dando unos pasos hacia atrás con elegancia y emprendiendo la retirada.
-¡Por favor no te vayas! Te estoy escuchando, necesito saber más…
-Con lo que he dicho alcanza. Quisiera saber que vas a hacer a partir de ahora. Espero que no te abrume el peso de la responsabilidad.
-¡Por favor no me dejes así! ¿Necesito saber cómo hago para confiar? ¿Cómo sé que lo que escriba se va a entender y no se van a reír de mí? –le dije caminando de un lado al otro nerviosa.
-¿Acaso importa?
-¿Pero si a nadie le gusta lo que escribo?
-Así como vas, nadie va a leer nada tuyo y nunca lo vas a saber.
Me quede en silencio unos instantes. Me di cuenta que tenía razón. Sin querer yo la había llamado y ahora que me estaba diciendo un par de verdades no podía soportarlo.
-No sé si tendré el valor, es difícil expresar con palabras lo que siento. Las palabras me limitan, a veces me enredo en ellas y no puedo salir -dije con lágrimas en los ojos.
-Con un poco de práctica y mucha paciencia lo vas a lograr. Y quiero que sepas algo más… Aunque no me veas, siempre voy a estar ahí. ¡Tenés que creer en mí!
-¿Pero cómo puedo creer en tí?
-Cuando vayas por el mundo. Simplemente observando las cosas a tu alrededor, a la gente. Cuando te pase algo que te haga agarrar esa libretita que tenés, ahí voy a estar yo. Sólo me tenés que sentir y voy a responder. Siempre estaré para ti.
El silencio otra vez se apoderó de mí. El miedo se me había ido y de pronto empezaron a aflorar en mi mente un montón de historias. Todo lo que tenía alrededor me decía algo, el paisaje, los perfumes. Aparecían también recuerdos de mi pasado y situaciones inverosímiles que sólo existían en mi cabeza.
En eso me di cuenta de que estaba sola. Ella se había ido sin que me diera cuenta. Ya no le podría hacer más preguntas. Ni siquiera darle las gracias por haberme abierto los ojos. ¿Pero se habría ido?... Ya no importaba. Sabía lo que tenía que hacer.
¡De pronto, me invadió el terror! ¡Mi libretita! ¿Dónde estaba mi libretita? ¿La habría perdido en el camino? Salí corriendo a buscarla. Tenía que encontrarla. Mientras corría algo me decía que había sido ella que me la había escondido para hacerme una broma antes de partir…

sábado, 3 de diciembre de 2011

El asado

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia...


-         ¡Apurate que después tengo que hacer todo yo!
-         Siii, ya voy.
Ernesto con mala cara iba a ayudar con los preparativos. Siempre lo hacía, aunque no evitaba descansarse un poco en ella: “Vos hacés todas las cosas mejor que yo”. Para Susana esta frase ya no era más un halago. Los famosos asados que organizaban ya no le interesaban. No estaba en edad de andar corriendo atrás de los invitados sirviéndoles, y ordenando lo que iban tirando alrededor. Aparte de todo, con el paso de los días, seguía encontrando manchas extrañas en lugares recónditos de su hogar.
Siempre era lo mismo cuando se reunían, la mayoría del tiempo lo dedicaban a hablar de otras personas. Una vez que se ubicaban los invitados, a veces Cecilia se apartaba del bullicio y observaba silenciosamente. Primero, elegían a un candidato, todavía no tenía claro en que se basaban a la hora de la elección, qué criterios manejaban ni de que dependía. Quizá fuese al azar. Luego comenzaban a hablar no muy bien por lo general de esa persona, y si era uno de los invitados, cuando éste llegaba, cambiaban de víctima con rapidez.
¿Extraño, no?
-         ¡Susana, Susana, me parece que tocan timbre!
¿Vos no te podés mover acaso?
-         Ya voy amor.
-         ¡Susana, tanto tiempo! ¡Pero qué linda que estás!
-         Gracias, andá pasando para el fondo, que ya llegaron casi todos.
¿Me tocará en algún momento ser la víctima? Por suerte la mayoría de los asados los hacemos en casa…
Estaba el cuadro bastante armado, no era un grupo muy numeroso.
Alejandro y Mónica, una pareja bastante simpática, se llevaban bien, él era ingeniero y ella enfermera. Evangelina y Juan Andrés, recién casados, nada que decir por ahora. Rafael, que siempre venía acompañado de la chica de turno, aunque esta vez, había venido solo. Marisa y Claudia, las dos hermanas, una divorciada y la otra soltera. Faltaban Cecilia y Carlos.  Siempre llegaban tarde.
Hacía rato que la conversación sólo iba del fútbol a la política, y por momentos rozaba de soslayo con el medioambiente y la inseguridad.
Es cuestión de tiempo, pensaba Susana
¿Te enteraste lo de Cecilia? – comentó Claudia mientras servía la bebida a los presentes.
-         No, no sé nada ¿Qué le pasó?
¡Yo sabía!
Pobre Cecilia. ¡Qué llegue pronto!
-         Parece que se consiguió un novio mucho más joven que ella.
-         ¡Fantástico!
Ups… demasiado efusivo.
-         ¿En serio? No te puedo creer – dice Susana con cara de compungida – pero se llevaba muy bien con el marido.
Lo bien que hizo.
-         Sí, y se siguen llevando, porque en realidad no están separados – saltó Alejandro mientras atizaba el asado.
-         Bueno entonces lo que se consiguió Cecilia fue un amante no un novio.
-         Sí, sería más adecuado llamarlo así. Pero como que la palabra “amante” me suena feo, viste.
Todos los presentes estallaron en carcajadas.
Eso es lo que te haría falta a vos, así te dejás de andar con cuentos.
-         En los tiempos de ahora se usa mucho “intercambiar” – alegó Alejandro mirando a su mujer.
-         Si está bien, yo voy a hacer varios “cambios” más que “intercambios”.
-         Vos, no te hagas la loca.
Alejandro amenazaba en broma a Mónica con un cuchillo que había tomado de la mesa.
-         Pero volviendo al tema de Cecilia. El marido siempre fue medio raro, porque nadie de nosotros lo conoce mucho. Ella muchas veces viene sola. A mi me parece que él no es muy compañero
-         Claudia, eso no tiene nada que ver, porque a veces se pueden entender en la intimidad. ¡Qué ganas va a tener el pobre hombre de conocernos a nosotros!
Seguro. ¡Bien dicho Rafael!
-         Para mí que ella se consiguió otro porque él ya tenía algo por ahí.
Era la hora de que participara Marisa, la hermana de Claudia. Y que comenzara a condimentar la historia.
-         Pero si ese hombre tiene una cara de bueno…
-         ¡Dejate de pavadas Ernesto, los que son así pueden ser los peores! ¿Susana, te pasa algo? Te quedaste callada – dijo Claudia.
-         Es que estoy ocupada acá con la ensalada, apenas escucho.
A veces pienso que sería mejor no escuchar ¿será pecado renegar de eso?
-         ¡Bueno, todo el mundo a la mesa! ¡Ya está pronto el asado! – gritó Alejandro
El grupo avanza a la mesa y van ocupando sus lugares.
Hasta ahora los que se salvaban de pecado eran  Evangelina y Juan Andrés. Los únicos que no se interesan mucho por la vida de los otros, al menos hasta que alguien del grupo los pervierta.
Sonó el timbre.
Susana salió corriendo, ya imaginaba quién era.
-         Hola Ceci. ¿Cómo andás? Justo estábamos a punto de empezar.
Mientras Susana abría la puerta, vio que venía acompañada de un chico bastante buen mozo, de unos veinticinco años.
-         Susana, te presento a mi primo, Andrés, vive en Buenos Aires. Se está quedando unos días con nosotros. Pablo no vino porque está terminando un proyecto, viste que es un poco ermitaño.
-         ¡Encantada de conocerte! Estábamos hablando de vos justamente.
-         ¿De mí? Pero si nadie me conoce acá.
-         No hagas caso es una broma – le dijo Cecilia al muchacho tomándolo por los hombros para que entre a la casa.
Pobre chiquilín, no sabe donde se mete.
-         Ceci  ¿Me podés hacer un favor?
-         Sí, claro.
-         Cuando presentes a Pablo a los demás, no digas a nadie que es tu primo. ¿Me hacés ese favor? Después te cuento…

miércoles, 30 de noviembre de 2011

La carta


Los perros ladraban, se asomó por la ventana y vio al cartero que se iba.
¿Qué extraño? Hace mucho tiempo que no viene el cartero por acá.
Se puso un abrigo y salió al jardín. Fue hasta el portón de la entrada y abrió el buzón. Tomó la carta, estaba dirigida a ella. Dio vuelta el sobre para ver el remitente. No podía creer lo que estaba leyendo. Las manos le comenzaron a temblar. Guardó la carta en el bolsillo y entró a la casa. De inmediato sintió unas ganas inmensas de deshacer de ella o de que todo eso fuera un sueño. Tomó la carta pero le quemaba en las manos.
¿Por qué después de tanto tiempo una carta de él? La volvió a guardar.

No había tenido novedades de Ernesto desde aquella noche en la que se fue sin dar explicaciones. Ella había quedado desconsolada, pero poco a poco las lágrimas fueron borrando el dolor. Estuvo esperando mucho tiempo cualquier tipo de señal de parte de él. Ahora que tenía una carta no sabía que hacer con ella.
¿Cambiaría en algo lo sucedido el tener una respuesta?
Estuvo toda la mañana dando vueltas. Tenía que ponerse a realizar las tareas de la casa pero le faltaba energía. No se podía concentrar en nada. Ese día llegaba Pedro del viaje y eso la ponía nerviosa, pero era mejor así, se lo contaría todo.
Había guardado la carta en un lugar donde nadie la pudiera encontrar. Trataba de olvidarse aunque fuera por un rato de todo lo sucedido. Dedicó el resto de la mañana a cocinar algo rápido para sus hijos. Los niños estaban por llegar de la escuela. Escuchó el ruido de la bañadera que los  traía. Entraron golpeado la puerta y haciendo un gran escándalo. Sebastián se colgó del cuello de su madre.
-         ¡Mamá! ¡Mamá! Puedo ir a jugar a lo de Julián.
-         Sólo si Martín va contigo.
-         ¡Mamá! Tengo que estudiar, no puedo.
-         A Martín no le gusta ir a lo de Julián, le da mucha vergüenza porque su hermana lo mira.
-         Dejate de decir estupideces Seba.
-         Sí, es por eso, ella anda diciendo en la escuela que es el novio.
Martín se marchó enojado al cuarto sin decir palabra.
-         Sebastián, no digas esas cosas, a Martín no le gusta.
-         Bueno, esta bien, pero es verdad. ¿Podré ir solo por esta vez? La mamá de Julián me dijo que después me trae a casa.
-         Decile a tu hermano que te acompañe, no tiene por qué quedarse. Pero que se asegure que la madre de Julián te traiga a casa temprano. ¿Entendiste?
-         Sí, mamá, gracias – Le dijo dándole un beso.
Los chicos se fueron y otra vez volvió el silencio a la casa.

La carta, la carta. ¿Qué haría con la carta?
Escuchó el ruido de un auto, era Pedro que regresaba del viaje. Abrió la puerta y tiró las valijas. Fue corriendo al encuentro de los brazos de su esposa.
-         ¡Hola mi amor!
-         ¡Pedro! ¡No sabés como te extrañé!
-         Bueno, pero ya estoy en casa otra vez. Te escuché un poco preocupada cuando hablamos por teléfono. ¿Qué me tenías que decir?
-         Mejor comemos y después te cuento. ¿Sí? No tiene mucha importancia. Creo que exageré un poco.
-         Cómo quieras, estoy un poco cansado.
Luego de comer se sentaron abrazados en el sillón del living. Había sido un invierno duro. Él había prendido el fuego. Ella sentía el calor del hogar. Se quedaron abrazados los dos por largo tiempo mirando el fuego. Ella sabía que en cualquier momento Pedro le preguntaría que era lo que tenía que contarle. ¿Por qué le dije que tenía que hablar con él? Ahora no puedo escapar.
Pedro intuía algo, no se animaba a iniciar la conversación.
Ella caminó hacia el fuego. Se quedó de espaldas a Pedro mirando como las brasas consumían todo. Metió la mano en el bolsillo y sacó el sobre que aún estaba cerrado.
-    ¿Amor, estás bien?
-         Sí Pedro, ahora que volviste estoy mucho mejor.
Se sentó nuevamente a su lado acurrucándose en su pecho. Pedro guardó silencio y no volvió a tocar el tema. El fuego cobró vida y terminó con el pasado.