Los perros ladraban, se asomó por la ventana y vio al cartero que se iba.
¿Qué extraño? Hace mucho tiempo que no viene el cartero por acá.
Se puso un abrigo y salió al jardín. Fue hasta el portón de la entrada y abrió el buzón. Tomó la carta, estaba dirigida a ella. Dio vuelta el sobre para ver el remitente. No podía creer lo que estaba leyendo. Las manos le comenzaron a temblar. Guardó la carta en el bolsillo y entró a la casa. De inmediato sintió unas ganas inmensas de deshacer de ella o de que todo eso fuera un sueño. Tomó la carta pero le quemaba en las manos.
¿Por qué después de tanto tiempo una carta de él? La volvió a guardar.
No había tenido novedades de Ernesto desde aquella noche en la que se fue sin dar explicaciones. Ella había quedado desconsolada, pero poco a poco las lágrimas fueron borrando el dolor. Estuvo esperando mucho tiempo cualquier tipo de señal de parte de él. Ahora que tenía una carta no sabía que hacer con ella.
¿Cambiaría en algo lo sucedido el tener una respuesta?
Estuvo toda la mañana dando vueltas. Tenía que ponerse a realizar las tareas de la casa pero le faltaba energía. No se podía concentrar en nada. Ese día llegaba Pedro del viaje y eso la ponía nerviosa, pero era mejor así, se lo contaría todo.
Había guardado la carta en un lugar donde nadie la pudiera encontrar. Trataba de olvidarse aunque fuera por un rato de todo lo sucedido. Dedicó el resto de la mañana a cocinar algo rápido para sus hijos. Los niños estaban por llegar de la escuela. Escuchó el ruido de la bañadera que los traía. Entraron golpeado la puerta y haciendo un gran escándalo. Sebastián se colgó del cuello de su madre.
- ¡Mamá! ¡Mamá! Puedo ir a jugar a lo de Julián.
- Sólo si Martín va contigo.
- ¡Mamá! Tengo que estudiar, no puedo.
- A Martín no le gusta ir a lo de Julián, le da mucha vergüenza porque su hermana lo mira.
- Dejate de decir estupideces Seba.
- Sí, es por eso, ella anda diciendo en la escuela que es el novio.
Martín se marchó enojado al cuarto sin decir palabra.
- Sebastián, no digas esas cosas, a Martín no le gusta.
- Bueno, esta bien, pero es verdad. ¿Podré ir solo por esta vez? La mamá de Julián me dijo que después me trae a casa.
- Decile a tu hermano que te acompañe, no tiene por qué quedarse. Pero que se asegure que la madre de Julián te traiga a casa temprano. ¿Entendiste?
- Sí, mamá, gracias – Le dijo dándole un beso.
Los chicos se fueron y otra vez volvió el silencio a la casa.
La carta, la carta. ¿Qué haría con la carta?
Escuchó el ruido de un auto, era Pedro que regresaba del viaje. Abrió la puerta y tiró las valijas. Fue corriendo al encuentro de los brazos de su esposa.
- ¡Hola mi amor!
- ¡Pedro! ¡No sabés como te extrañé!
- Bueno, pero ya estoy en casa otra vez. Te escuché un poco preocupada cuando hablamos por teléfono. ¿Qué me tenías que decir?
- Mejor comemos y después te cuento. ¿Sí? No tiene mucha importancia. Creo que exageré un poco.
- Cómo quieras, estoy un poco cansado.
Luego de comer se sentaron abrazados en el sillón del living. Había sido un invierno duro. Él había prendido el fuego. Ella sentía el calor del hogar. Se quedaron abrazados los dos por largo tiempo mirando el fuego. Ella sabía que en cualquier momento Pedro le preguntaría que era lo que tenía que contarle. ¿Por qué le dije que tenía que hablar con él? Ahora no puedo escapar.
Pedro intuía algo, no se animaba a iniciar la conversación.
Ella caminó hacia el fuego. Se quedó de espaldas a Pedro mirando como las brasas consumían todo. Metió la mano en el bolsillo y sacó el sobre que aún estaba cerrado.
- ¿Amor, estás bien?
- Sí Pedro, ahora que volviste estoy mucho mejor.
Se sentó nuevamente a su lado acurrucándose en su pecho. Pedro guardó silencio y no volvió a tocar el tema. El fuego cobró vida y terminó con el pasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario