lunes, 8 de noviembre de 2010

Le encantaba el café

Este cuento lo escribí para un un concurso donde el tema del cuento tenía que ser el café. No gané nada. Pero de todas formas me gustó escribirlo, porque todos saben que a mi también me encanta...


A ella le encantaba el café, era lo que recordaba, mientras con la cucharita golpeaba la taza. Después de un rato de revolver se dio cuenta que no le había puesto azúcar.
Buscó el azucarero pero no lo encontró. Llamó a la moza.
-          Si señor. ¿En que lo puedo ayudar?
-          Se olvidó de traerme azúcar.
-          Discúlpeme, enseguida se la alcanzo.
Volvió al rato con un azucarero que había sacado de otra mesa.
-          Aquí tiene, discúlpeme.
-          No es nada, gracias.
Le puso dos cucharitas de azúcar y siguió revolviendo. Prefería ponerle más, pero se lo preparó como a ella le gustaba. Mucha azúcar no era aconsejable. Así se lo había dicho una vez.
Salió del bar y estuvo caminando por largo rato. Todavía seguía sintiendo el olor al café. No recordaba de ella ningún perfume. ¿Usaría perfume? Tendría que haber prestado atención. Salió corriendo.
Tocó timbre, no respondía nadie. Al rato se asomó una chica.
-          Decime. ¿Ángela usaba perfume?
-          Me despertás a estas horas para preguntarme eso. ¿Estás borracho?
-          No, sólo tomé un café.
-          Pasá.
Pedro subió al apartamento.
-          ¿Querés un café?
-          No gracias.
-          ¿Por qué me preguntabas si Ángela usaba perfume?
-          Es que estuve largo rato en el bar tomando un café. Me puse a pensar y no pude recordar que perfume usaba, o si usaba perfume. Cuando pienso en ella sólo recuerdo el aroma al café.
-          Si es así está bien, ella adoraba su perfume.
-          Si pero no puede ser que no usara perfume. A todas las mujeres les encantan los perfumes. Trato de recordar y no puedo.
-          No te obsesiones por esa pavada. A Ángela no le gustaban los perfumes.
-          ¿No?
-          No, no usaba. Por eso, si te acordás del aroma del café está bien.
-          No me perdonaría nunca si ella usaba algún perfume y yo nunca le presté atención a eso.
-          No quieras acordarte de cada detalle.
-          Sí, tengo que recordarlo, es lo único que me queda,  tengo que esforzarme por recordarlo todo.
-          Te vas a enloquecer.
-          Si puede ser, pero es lo único que me sostiene en este momento.
-          Andá a dormir, no estás bien.
Pedro se fue a su casa.
Pobre Pedro, seguro que lo vuelven a encerrar. Pensaba con tristeza su amiga.
No lo volvió a ver.
***

Ángela se había desvelado, no sabía como continuar con el cuento. Tenía que terminarlo para ese día. Si no lo hacía, no llegaría a tiempo para que lo publicaran.
Caminaba pensativa, después de un rato entró a un bar cualquiera. Tomaría un café mientras examinaba sus ideas. Al entrar enseguida supo que el aroma del café la inspiraría. Respiró profundo, le encantaba el café.
-          ¿Señorita, qué le sirvo?
-          Un café por favor, gracias.
En la mesa de en frente un muchacho leía un libro. Trataba de adivinar que leía pero no llegaba a entender, no estaba lo suficientemente cerca como para ver el título.
-          Es un libro sobre los sueños.
El muchacho había levantado la vista y había notado que ella lo observaba.
Ángela no pensó que él le hablara.
-          ¿Y es interesante? – lo preguntó por cortesía.
-          No, la verdad que no, pero me lo regalaron. Es un poco difícil. Habla de los sueños. ¿Para vos esta  conversación es real o es sólo un sueño?
-          Bueno… no sé, supongo que es real, aunque los sueños siempre parecen reales  mientras uno está soñando…
En ese momento el mozo se acercaba con el café.
-          ¿Cuál es tu nombre?
Ángela no pretendía seguir con la conversación, pero tampoco quería ser desconsiderada.
-          Me llamo Ángela.
Luego bajó la vista y siguió sumergida en sus papeles. Quizá se canse y no me hable más.
-          Yo me llamo Pedro.
¿Pedro? Se llama Pedro, igual que el protagonista de mi cuento.
-          Encantada.
-          Igualmente. ¿Te molesta si me siento contigo?
-          Disculpame pero…
El chico se acercaba taza en mano y ella no le pudo decir que no. Cuando quiso acordar ya estaba ubicado en frente de ella.
¡Es que no entiende que no quiero hablar con nadie!
-          Mirá, no te ofendas, pero tengo que terminar un trabajo. No tengo tiempo para conversar con nadie.
-          Ah, disculpame, no quería incomodarte – le dijo mientras tomaba su taza y se levantaba para retirarse.
-          No, está bien, quedate cinco minutos si querés, pero no más de eso – le dijo con remordimiento.
Pedro se sentó otra vez no sin antes regalarle una amplia sonrisa.
Tiene una linda sonrisa, si no fuera que estoy tan apurada…, pensó Ángela.
-          En una de esas si me comentás de que se trata tu trabajo te puedo ayudar.
-          No creo. Prefiero que me hables de cualquier otra cosa. Quizá me haga bien distraerme un rato.
Pedro tomó el azucarero y comenzó a ponerle azúcar al café.
-          ¿Cuántas cucharitas le ponés? – le dijo Ángela – cuando vio que Pedro no terminaba de echar azúcar.
-          Cuatro o cinco.
-          Es mucho, deberías ponerle menos. No es bueno para la salud.
-          Lo voy a tener en cuenta, pero para el próximo – le dijo con una sonrisa pícara – Como te estaba diciendo estoy acá un poco aburrido. Me pelee con mi novia y ando un poco desorientado. Disculpá que te cuente esto, seguro no te interese. Es que ella adoraba el café. Por eso paso todas las mañanas y me siento acá por largo rato a tomar café y a respirar su aroma, porque es una forma de recordarla.
-          Haciendo eso  me parece que solo lográs torturate.
-          Sí, lo sé. Pero por ahora no siento que pueda hacer otra cosa.
Ángela odiaba a los hombres tristes por haberse peleado con sus novias y que se la pasaban hablando todo el tiempo de su drama.
Él seguía hablando pero ella ya no le prestaba atención.
-          Fui a lo de una amiga a las tres de la mañana y le grité por la ventana, pensó que estaba loco, con razón claro…
-          Sí, entiendo – decía ella asintiendo pero sin escucharlo.
Ella tomó su cartera mientras terminaba los últimos sorbos del café.
-          ¿Te vas?
-          Sí, es que no tengo mucho tiempo.
-          Sí, es cierto. Mejor me voy yo, así te da el tiempo de terminar tu trabajo. Al final no te dejé hablar y sólo te hice atrasar.
¡Por qué él hacía eso! ¡Segunda vez que logra hacerme sentir culpable y por nada!, pensaba furiosa.
Pedro se levantó dejando un billete sobre la mesa.
-          Ha sido un gusto conversar contigo, bueno… aunque acaparé un poco la conversación. Quizá la próxima vez no tenga que ser así.
Ocurrió todo muy rápido para ella. No le dio el tiempo para decir mucho. Vio que él se alejaba.
-          Adiós – le dijo haciendo un gesto con la mano.
Él desde lejos le correspondió.
De pronto a Ángela se le iluminó el rostro. Sé le acababa de ocurrir el final para su historia.

***

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