“Juani, no te olvides amor…”
Así decía el cartelito la primera vez que lo encontré, pegado al espejo del ascensor. Estaba escrito en uno de esos papelitos de oficina, con adhesivo arriba y de color amarillo. ¿De qué cosa no se tiene que olvidar? – me pregunté con un poco de curiosidad. Estaba apurado así que no me detuve demasiado y seguí rumbo a la oficina.
Cuando volvía del trabajo, con la chaqueta en la mano y la corbata en el bolsillo, otro cartelito amarillo en el espejo del ascensor: “No me olvido”, esta vez no iba dirigido a nadie. La letra no era tan prolija como la del cartelito anterior. Lo más probable era que el otro mensaje lo hubiera escrito una mujer.
¿Qué clase de comunicación es esa? ¿Esta gente no se ve nunca? Y yo que me quejo de los que le escriben un mail al compañero de trabajo que está en la silla de al lado. Este mundo está cada vez peor – me dije.
Me fui a dormir pensando que por lo menos se dejaban cartelitos, algo es algo.
Al otro día otra vez la misma historia. “Gracias Juani, hoy me toca a mí.”
Está bien, ahora le toca a ella, pensé.
Tengo que levantarme más temprano, para ver quién pone ese cartel. No, demasiada obsesión. ¡Qué me importan a mí después de todo, esos estúpidos mensajes! O quizá tengo que regresar antes del trabajo para ver cuando ponen el mensaje de la tarde.
Uhhh, no, esto es demasiado.
Mi cabeza estaba a punto de estallar. Entré al apartamento dejando todo tirado, una buena ducha me quitaría la obsesión. Mientras me duchaba pensaba: Si se dejan mensajes, seguro que uno de los dos trabaja de noche. ¿Pero por qué dejan los mensajes en el ascensor? Sería más fácil, dejarlos en la mesa del comedor. Entonces la otra posibilidad es que vivan en el edificio pero en distintos apartamentos. Sí, era eso.
Dormí medio mal. Soñaba que estaba en carnaval. La gente festejaba en las calles. Todos estaban tirando papelitos amarillos. En eso, tiraron uno que se fue agrandando, hasta quedar del tamaño de un mantel. Era un papel amarillo gigante, me atrapaba debajo de él y yo no podía respirar. Me desperté sobresaltado enredado en la sábana. Me estaba volviendo loco.
Me levanté de mal humor. Se me había hecho muy tarde, no llegaría en hora. Subí al ascensor ya anticipando con lo que me iba a encontrar. Sin embargo no había nada. Ningún mensaje. Miré el piso, esperando encontrarlo tirado, pero nada. Ese día no había cartelito. ¿Qué raro, no?
Pasaron los días sin mensajes pegados en el espejo.
¿Se habrían peleado? Quizá otra pareja que se separa, después de todo era lo más frecuente hoy en día.
Me estaba olvidando de los papelitos y de mi obsesión por ellos. No tuve más pesadillas tampoco. Subí al ascensor. Generalmente desde el cuarto piso a planta baja viajaba solo, pero esta vez el ascensor traía compañía. Una muchacha venía en él. Su aspecto no era muy bueno. Tenía los ojos brillosos, parecía que había llorado. En ese momento pensé que podía ser la chica de los mensajes.
Se peleó con el novio, por eso está llorando y ya no había nada más entre ellos, ni unos miserables cartelitos.
Di muchas vueltas en la cama, otra noche de mal sueño. Me traje unos papelitos amarillos robados de la oficina. Me levanté más temprano, no quería que nadie me viera, mi intención era interceptar a la chica para que pudiera luego encontrar mi mensaje. Estaba un poco nervioso, como un niño que iba a hacer la travesura de su vida. Antes de salir del apartamento escribí tratando de imitar la letra: “Te extraño.” Subí al ascensor y pegué el papelito. Ojalá mi brillante idea sirviera para algo.
Me apuré en terminar el trabajo, salí antes de la oficina. Quería ver cual era la respuesta.
No había mensaje.
¿Habré llegado muy temprano?
Me quedé en el hall del edificio esperando a no sé quién. Entró un muchacho bien parecido. Sí, seguro que es él, el novio de la muchacha
Antes de que se cerrara el ascensor subí corriendo. Se bajó en el segundo piso y no pegó nada. En una de esas le había dado vergüenza pegar el papel en frente de un desconocido. Creo que no pude hacer nada por la pareja – me dije afligido.
Pasaron los días. No me metí más en asuntos que no eran míos. Ya había hecho el intento. Luego de varias semanas, cuando regresaba del trabajo y ya sin esperanzas, sentí de pronto una gran emoción al verlo. Sí, ahí estaba. ¡Un papelito amarillo! En el mismo lugar de siempre. “Te quiero” – decía. ¡Qué gran satisfacción! ¡Lo había logrado! ¡Se habían reconciliado! Entré al apartamento sintiéndome un poco tonto.
¿Por qué me alegraba tanto?
Al otro día, al subir al ascensor me encontré con la muchacha de nuevo, ni me miró. Sonreía sola y llevaba una flor en la mano…
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