Central Park |
Juan se levantaba todos los días con un poco de frío resultado de su cama improvisada hecha con cartones, pero le encantaba tener vista al mar. La caña de pescar, era su única compañera. Algunos pensaban que la había robado, pero en realidad la encontró. Vivía de la caza y de la pesca.
Esa mañana había hecho mucho frío. No tenía ganas de ir a la costanera. Había mucho viento, prefería ir a cazar y ver que encontraba por ahí.
Caminó muchas cuadras, no le gustaba comer cosas de la basura, porque casi todo estaba en mal estado. Tampoco le gustaba pedir, pero muchas veces no tenía otra opción. Entró al bar de un amigo.
- Hola Juan. ¿Qué hacés tan temprano?
- Es que hace mucho frío y la cama está muy dura.
- ¿Querés algo de comer?
- Te mentiría si te dijera que no tengo hambre, pero no me gusta vivir de tu hospitalidad.
- No es nada, siempre quedan cosas de ayer, aparte vos muchas veces me ayudás con la limpieza.
- Gracias amigo.
- ¿Qué te pasó en la cara?
- Ahhh, no es nada, una caída tonta.
Se fue a un rincón a comer lo que le ofrecían, tratando de pasar inadvertido. No quería incomodar, sabía que su aspecto no era el mejor. Se fue más contento con el estómago lleno.
***
Fernando había nacido en cuna de oro, y hasta ahora todo había sido maravilloso en su vida. Tenía un apartamento, una novia linda y una camioneta cuatro por cuatro. De todas formas hacía un tiempo que no se sentía a gusto y se culpaba por eso. No podía estar desconforme con todo lo que la vida le había regalado. El mayor de sus problemas era enfrentarse con el padre y con Pablo, su hermano. Pablo había sido buen estudiante y era abogado. A Fernando nunca le gustó estudiar demasiado, pero se había encargado de un área de la empresa del padre que estaba bien remunerada. Su hermano no se lo perdonaba. Al padre le tenía miedo y Pablo le resultaba indiferente. Entendía que había llegado hasta donde podía con la relación, y convivía con estos sentimientos. La vida para él, eran principalmente su novia y los otros objetos de lujo que lo rodeaban. No renegaba de todo eso. Le gustaba tener dinero. Pero entonces… ¿Por qué siempre tenía esa sensación de que le faltaba algo?
***
Fue de casualidad que se encontraron. Fernando iba muy apurado a ver a un cliente y se tropezó con Juan que se encontraba en la tarea de acomodar sus cartones. Prefería hacer esa tarea bien temprano para no molestar a nadie. Juan cayó y su rostro golpeó en una de las escaleras del edificio que eran su morada. Fernando quedó sobresaltado, el hombre tuvo mala suerte en su caída.
- ¿Señor se encuentra bien?
- Sí, muchas gracias - contestó sonriendo - hacía mucho tiempo que no lo llamaban así.
- Disculpe iba muy apurado y no lo vi.
- No se preocupe muchacho, fue culpa mía, no se demore más.
- Pero tiene la cara sangrando, déjeme que lo lleve a algún lugar donde lo curen.
- Nooo, no se haga problema, no me gusta ir al hospital.
- Entonces deje que lo lleve a su casa.
Juan largó una gran carcajada.
- Muchacho, es que ya estoy en mi casa, yo vivo acá.
Fernando se sintió incómodo por la respuesta, estaba tan alejado de la miseria de los demás, que se sintió avergonzado.
Mientras conversaban, Fernando tomó del brazo a Juan y lo ayudó a sentarse de nuevo en las escaleras. Le alcanzó un pañuelo para que se limpiara la sangre que le corría por la cara. Juan no se lo quería aceptar.
- Muchacho no estropee su pañuelo.
- Fernando, mi nombre es Fernando.
Tomó el pañuelo y se lo apoyó él mismo en la herida. Juan se dio cuenta que ese muchacho de nombre Fernando era un poco obstinado y no dijo más nada.
- ¿Se siente mejor?
- Sí, muchas gracias. No esperaba tanta amabilidad de alguien como usted.
- ¿Alguien como yo? - no pudo evitar sonreír ante el comentario.
- Sí, los de su clase nunca se detienen a mirar a los que andamos más abajo. Con todo respeto se lo digo. Usted parece diferente.
- No se crea que es así siempre, hay mucha gente que tiene dinero y es solidaria.
Trató de pensar en alguien, pero lamentablemente no lo encontró entre sus allegados. Pero supuso que así sería.
- ¿Hace mucho que vive acá?
- Sí, hace tanto que ya no lo recuerdo bien.
- ¿No tiene familia que lo cuide?
- Sí tengo, pero están en el interior, no sé nada de ellos hace años.
- Disculpe pero... ¿Cómo hace para vivir así?
- Todo fue pasando de a poco, no fui conciente. Un día me quedé sin trabajo, después ya no pude pagar más el alquiler… en fin.
- No puede vivir así, tendría que buscar a alguien de su familia que lo ayude. Que le de alojamiento al menos.
- Mi vida pertenece a la calle. Usted no me va a creer. Pero si no fuera por el invierno todo sería perfecto.
- ¿Perfecto?
- Sí, vivo al aire libre, disfruto de caminar cerca del mar. Me gusta mucho pescar. Converso con la gente. No ando apurado, porque nadie me espera. Puedo hacer lo que yo quiera en cualquier momento. Converso con los árboles, con los pájaros - le decía esto mientras miraba y señalaba el cielo - De noche las estrellas se ven de maravilla. ¿Sabía que la cruz del sur se ve todo el año?
- Sí, lo sé.
- No podría vivir así como viven los de su clase, corriendo para todos lados. ¿Sabe una cosa? A veces me quedo observando a la gente que pasa. Van todos con caras largas, corriendo atrás de vaya a saber qué. No me interesa nada de eso. Sí me gusta mirarlos, y ahí me doy cuenta de todo lo que tengo.
Fernando se quedó sin palabras mientras lo escuchaba. Se dio cuenta, que él era uno de esos de los que Juan hablaba, siempre corriendo atrás de los clientes.
- Muchacho, creo que se le va a hacer tarde conversando conmigo, siga con sus quehaceres. Seguro tiene mucho para hacer en el día de hoy, no pierda el tiempo conmigo.
- Está bien, no estoy perdiendo el tiempo, tenía que ayudarlo.
- Le agradezco mucho, ha sido muy amable.
- Si algún día nos volvemos a encontrar seguimos conversando.
- Sí, sería un placer para mí.
Juan se levantó y siguió acomodando su cama.
- Tengo que guardar bien el sitio, porque a veces me quitan el lugar, pero por suerte el cuidacoches de la esquina siempre corre a los ladrones de mi propiedad. Trato de dejar todo bien ordenado para cuando vuelva.
- ¿Y a dónde va a ir ahora?
- ¿Ahora? Bueno, voy a tratar de desayunar algo en lo de un amigo. Después iré a pescar si el frío me deja.
- Bueno…que tenga suerte con la pesca y cuídese la herida.
- Sí, no es nada, ya dejó de sangrar.
Fernando estiró el brazo para saludarlo. Juan no quiso despreciarlo, pero antes de darle la mano, se limpió en su traje viejo y arrugado.
Fernando se fue caminando despacio, ya casi se había olvidado a donde se dirigía. Comenzó a mirar con detenimiento a la gente que se cruzaba como lo hacía Juan. Muchos caminaban con la mirada perdida, como buscando algo. No quería ser uno de ellos. Se detuvo al lado de un árbol de la calle. Los rayos del sol penetraban por las ramas haciendo reflejos de colores. Se corrió para quedar parado en frente al sol. Cerró los ojos y se quedó contemplando la combinación de amarillos, naranjas y rojos que llegaban a él. No se acordaba de lo lindo que era esa sensación sobre su cara. Siguió caminando, comenzó a silbar bajito.
- Creo que hoy me vuelvo caminando a la empresa.