lunes, 13 de diciembre de 2010

Arbolito

 Dedicado a todos los que llevamos un niño adentro...

Navidad 2008 - Rockefeller Center

El árbol había estado guardado en una caja, había pasado todo el año ahí. No entendía mucho por qué, pero una vez al año lo sacaban de ese lugar para decorarlo, recobrando así la vida. Le gustaba revivir aunque sabía que eso no duraría. Al poco tiempo retornaba a la caja. No se acordaba qué había sido antes de ser arbolito de Navidad. Tenía unos vagos recuerdos de haber estado en una tienda con otros iguales a él. De a poco los iban escogiendo. Vio como algunos de sus hermanos se iban pero él seguía en la tienda.
-         ¡Mamá, todavía queda un árbol ahí!
-         Ese no Joaquín. ¿No ves que tiene una de las ramas caídas?
Entonces entendió cuál era el motivo por el que no lo llevaban. Quiso moverse o hacer algo para que lo tuvieran en cuenta y llamar la atención. Quería gritarle al niño que lo había visto, pero no podía.
-         Señora, si se quiere llevar el árbol se lo dejo más barato – ofreció el empleado.
-         Sí mamá, es un árbol lindo.
-         Bueno, si a vos no te importa que no esté bien del todo lo llevamos.
Así fue como Arbolito encontró un hogar. De inmediato remendaron la rama caída, por suerte no era nada grave. Lo adornaron con muchas bolitas de colores. Luego lo llenaron de guirnaldas y de luces que prendían y apagaban. Por último le colocaron un enorme puntero que lo hacía mucho más alto. Estaba feliz. Otro día pusieron enormes paquetes debajo de él. Arbolito se encargaría de cuidarlos. Cuando llegó la Navidad todos abrieron los obsequios. Observó con ternura la cara de los niños abriendo sus regalos.
¡Qué linda tarea cumplo, es hermoso ser árbol de Navidad!
Pasaron los días, y una mañana bien temprano la dueña de casa se subió a un banquito y le quitó el puntero. ¿Por qué haría eso? Se preguntaba. Y siguió, quitó las guirnaldas, las luces de colores, todo, quedó desnudo otra vez como cuando llegó al mundo. ¿Tendría que volver a la tienda de nuevo? Lo peor fueron sus ramas, las doblaron hacia arriba y las pegaron al tronco. Le dolió mucho, pero no sabía gritar. Lloró en silencio cuando lo metieron en una caja y lo encerraron en un baúl viejo.
Cada año revivía, en la oscuridad contaba los días para salir. Se le hacía muy largo todo ese tiempo. Desde donde estaba escuchaba algunas veces a uno de los niños jugar. Por lo menos eso le devolvía la vida por unas horas.
-         Joaquín, te dije que no vayas al sótano. Está muy oscuro te podés caer.
-         Sí mamá, ya voy.
-         Dale, vení a cenar.
Joaquín de mala gana subía las escaleras y se iba.

Ese año Arbolito no estaba tan contento de que llegara la Navidad, porque sabía lo que le esperaba después. Se resistía a tener un momento de plenitud tan breve. Él quería ser árbol de Navidad todo el año.
-         Mamá, tenemos que armar el árbol, éste es el día.
-         Estoy tan cansada. Mejor lo armamos mañana.
-         ¿Cómo mañana? Siempre dijiste que el ocho de diciembre es el día que se arma porque es el día de la Virgen.
La madre quedó en silencio, no tenía respuesta para eso.
-         Sí, tenés razón, en la tarde lo hacemos.
Joaquín estaba más grande. Este año él pondría el puntero en el árbol.
-         Tené cuidado de no caerte.
-         Sí, mamá, llego bien con este banquito.
Pero no llegó, se subió mal, colocó el pie muy al borde. El banquito se tambaleó y fue a dar al piso junto con Joaquín que cayó encima del árbol.
-         ¡Joaquín, te dije que tuvieras cuidado! ¿Estás bien? – gritaba su madre mientras salía de la cocina sobresaltada por el ruido de la caída.
-         Sí, estoy bien, el pobre árbol fue el que se llevó la peor parte, mamá – le contestaba mientras se incorporaba y se tocaba el cuerpo para comprobar que estaba todo en orden.
-         Bueno, nunca fue muy lindo, acordate que le tuvimos que arreglar una de las ramas.
-         Sí, ahora se las vamos a tener que arreglar todas - decía Joaquín mirando lastimosamente al pobre árbol caído.
Arbolito estaba conmocionado, había sido todo muy rápido. El chico se le vino encima y ahora algunas de sus ramas se habían quebrado. No se sentía mal del todo, porque gracias a él Joaquín no se había lastimado pero había quedado muy mal herido.
-         Joaquín, no pierdas tiempo con ese árbol, mañana compramos otro.
-         No quiero, lo puedo arreglar yo, aparte la culpa de todo esto no la tiene el pobre árbol.
-         Bueno, como quieras, pero no te acuestes muy tarde.
Joaquín tomó varias herramientas y algunos alambres, pasó muchas horas dejando las ramas en su lugar. Le vino sueño y se quedó dormido. Se recostó en el árbol que había apoyado en la pared mientras lo arreglaba. Arbolito lo abrazó con cariño y lo acunó toda la noche. Había sido duro lo que le había pasado pero se sentía muy querido por ese niño.
-         ¡Joaquín a tomar la leche! ¿Joaquín, dónde estás?
Se despertó entre las ramas del árbol.
-         Mamá, ya voy.
Se fue rápido a la cocina tratando de disimular que venía del cuarto y no del comedor.
-         ¿Dormiste bien anoche? ¿Terminaste con el árbol?
-         Sí, terminé.
-         Bien, entonces dentro de un rato lo armamos.

Fue así que Arbolito quedó en el comedor mirando hacía la ventana. Veía a la gente pasar. Algunos se quedaban observándolo. Él disfrutaba de todo eso. Algunos amigos de la familia que iban de visita se quedaban admirándolo y decían: “¡Qué hermoso árbol de Navidad!”.  Pero él a pesar de los halagos no se sentía completamente feliz. No podía olvidarse que dentro de unos días estaría otra vez encerrado.
El veinticuatro de diciembre de noche, la casa se había quedado vacía porque todos  habían ido a la iglesia y a visitar a unos parientes. Por la chimenea entró un señor muy gordo todo vestido de rojo y larga barba blanca.
-         Hola Arbolito. ¿Cómo andás?
Era la primera vez que alguien se dirigía a él.
-         ¿Me está hablando a mí?
-         ¿A quién si no?
En ese momento cayó en la cuenta de que él le había contestado. ¡Podía hablar! Tantos años calladito. ¿Por qué no lo intentó antes?
-         ¿Qué te pasa? Soy Papá Noel. ¿No me conocés?
-         Sí señor, discúlpeme. Lo que pasa que otros años no lo vi llegar.
-         Es que los otros años siempre te encontré dormido. ¡Qué bueno que hoy estés despierto! A mí me gusta conversar, pero no encuentro con quién hacerlo. Siempre estoy apurado. Pero este año me dije a mi mismo que iba a hacer las cosas con más tranquilidad.
-         Me parece bien señor Papá Noel.
-         Jo jo jo – Papá Noel largó una de sus clásicas carcajadas – no me llames señor, dime sólo Papá Noel. ¿No te habías dado cuenta que podías hablar, verdad? A casi todos les pasa. Les enseñan que algunas cosas no las pueden hacer y ellos se las creen. Entonces nunca lo intentan.
-         Me da mucha pena no haberme dado cuenta antes – Arbolito se puso triste y algunas de sus luces se apagaron.
-         ¡Pero no! ¡No hagas eso!
-         ¿Qué no haga qué?
-         No te pongas triste, lo importante que hoy te diste cuenta que podías hablar, no mires al pasado.
-         Pero si yo hubiera hablado antes. Le podría haber agradecido a Joaquín lo lindo que me dejó.
-         Todavía estás a tiempo de agradecerle. Ahora sí, no te demores mucho porque cuando sea mayor ya no te va a poder escuchar. Puedes intentarlo más tarde si quieres. Ahora me voy a poner a trabajar – le decía mientras sacaba algunos paquetes de su bolsa roja y los ponía abajo del árbol.
-         ¿Entonces eras tú el que ponía los regalos?
-         Sí claro. ¿Quién más iba a ser?
-         Siempre hablaban de tí pero como nunca te vi, no creí que existieras.
-         Yo existo para el que quiera creer en mí.
Arbolito quedó pensativo. Ahora estaba rodeado de muchos paquetes de todos los tamaños con moñas de colores.
-         ¿Papá Noel, te puedo hacer una pregunta? ¿Por qué, la Navidad dura tan poco? ¿Por qué luego todo se vuelve oscuro? Me guardan en una caja y yo paso muy mal hasta la siguiente Navidad.
-         Pero Arbolito querido, tienes que aprender mucho todavía. Nosotros sólo aparecemos en esta época. Pero eso no nos tiene que poner tristes. Si te pasas todo el tiempo pensando en lo que va a suceder no puedes disfrutar el ahora. ¡No puedes disfrutar la Navidad!
-         ¿Pero que puedo hacer metido en una caja todo un año?
-         A mí no me pasa eso. Yo vuelvo a mi hogar contento por haber cumplido la tarea. Entonces me acuesto a dormir una siesta reparadora, cuando quiero acordar ya es Navidad otra vez. Los seres como nosotros tenemos un propósito y lo cumplimos. Tenemos que estar felices de que hacemos lo mejor que podemos nuestro papel.
Arbolito pensaba y pensaba. Papá Noel tenía razón. Se la pasaba todo el año sufriendo y cuando llegaba la Navidad no la disfrutaba.
-         Arbolito, me tengo que ir. Tengo que ir a visitar a otros como vos y dejar muchos regalitos.
-         Gracias Papá Noel por tus consejos – Arbolito hizo fuerza y movió una sus ramas a modo de adiós. ¡También podía moverse!
-         Adiós Arbolito jo jo jo jo….
Papá Noel desapareció por la chimenea. A Arbolito le pareció ver a un trineo por la ventana alejarse.
Al rato se prendieron las luces del comedor, era la familia que regresaba.
Todos gritaron ¡Vino Papá Noel! Los niños se tiraron abajo del árbol a abrir sus regalos. Arbolito se esforzó por brillar en todo su esplendor en ese momento. Él era un gran árbol de Navidad, el más lindo de todos. Ahora entendía cual era su misión, aunque durara poco no le tenía que importar. El resto del año se quedaría descansando y preparándose para la siguiente Navidad así como hacía Papá Noel. Y cuando se sintiera un poco melancólico recordaría las palabras hermosas que había recibido de la gente.
Pasaron los días. Arbolito no se había animado a hablarle todavía al niño, y pasó lo que tenía que pasar. Esta vez Joaquín se subió con más cuidado al banquito y quitó el puntero. Después siguió con lo demás y así fue desarmando todo el árbol. Luego lo tomó entre sus brazos y fue juntando las ramas con delicadeza. Arbolito sabía que le tocaba la época de receso, había decidido que descansaría y recobraría fuerzas para el próximo año. Le gustaba como Joaquín lo guardaba, lo hacía con mucho cariño. Y de esa forma volvió a su caja, y ésta al baúl.
Cuando Joaquín terminó y se dirigía a  subir las escaleras del sótano que lo llevaban a la casa, escuchó un sonido y se dio vuelta. Quedó perplejo. Hubiera jurado que desde el baúl le decían: “Gracias Joaquín, hasta el próximo año”.


¡FELIZ  NAVIDAD!

Alicia

martes, 7 de diciembre de 2010

Encuentro con las estrellas


Estancia "La Aurora"

Caminaba en la noche. Un pozo en el camino hizo que tropezara. En la caída la linterna se me escapó de las manos. Había quedado a oscuras, me asusté. Sin esa luz no era nada. Me levanté rápido mirando a todos lados. ¿Quién me iba a ver? Pero en la oscuridad descubrí una luz más poderosa. Eran millones y estaban todas para mí. Observé el cielo embelezada. Hacía años que no lo veía de esa forma, no había luna.
Una vez recuperada traté de buscar la linterna, estaba tirada a un costado. Le di varios golpes, no andaba, la caída había sido mortal. Abrí la mochila y la registré en busca de la otra que llevaba de repuesto. ¿A quién se le ocurre salir con dos linternas? ¿Por qué siempre tengo que tener todo bajo control? Estuve a punto de prenderla pero no lo hice. Seguí caminando. Esta vez las estrellas me iluminarían…

Debo admitir que fue una ocurrencia muy loca caminar de noche hasta la estancia “La Aurora”. Imaginaba en mi cabeza el diálogo que hubiera mantenido con mi madre si se hubiera enterado de la expedición.
-         ¡Vos siempre la misma, estás loca! ¡A estas horas vas a andar por ahí, te podés cruzar con alguien peligroso!
Si me cruzo con  alguien va a ser otro loco como yo, así que no hay peligro, pensé.

Hacía tiempo que tenía ganas de ir de noche, porque las leyendas que había entorno a “La aurora” podrían cobrar vida. Se comentaba de luces en el cielo de origen desconocido y marcas en el pasto de objetos extraños. Todos los lugareños concordaban que era un sitio especial. En una de esas descubriría algo…
En frente a la entrada de la estancia, se encontraba la gruta dedicada al Padre Pío, donde muchos devotos iban en busca de ayuda. Su vida llena de milagros y sufrimiento siempre me había interesado. Había sido un hombre muy bondadoso y carismático. Cuentan que el Padre Pío después de muerto, se le apareció al dueño de la estancia para indicarle donde tendría que construir la gruta, y éste así lo hizo.

Caminaba, ya conocía el trayecto, pero nunca lo había recorrido de noche. Eran en total ocho kilómetros entre ida y vuelta. La mochila pesaba un poco, en ella llevaba agua, comida y abrigo. Aunque no hacía mucho frío. ¿Será bueno ser tan precavida para todo? Quizá tendría que aprender a andar más a la deriva. Tenía un poco de miedo. Todavía puedo regresar. ¡No,  después de todos los preparativos no me puedo echar para atrás! Ya falta poco, me animaba. Pero eran mentiras. Todavía quedaba bastante. Me dolían un poco las piernas. Paré para observar el cielo. Se veía maravilloso. A medida que caminaba a lo lejos se divisaba una luz, supuse que era la entrada a la gruta. Me serviría de guía junto con las estrellas.

Los bichitos de luz se me acercaban. Me recordaba a mi niñez cuando vivía en el campo y jugaba con ellos. Me detuve otra vez, tenía que recordar ese cielo. Escuchaba las vacas que mugían a lo lejos y el murmullo de los grillos. No se veía ni un alma alrededor.
Seguí caminando. Ya se me estaba yendo el miedo que había experimentado al principio. Los pies cada vez más rápidos habían logrado cierto ritmo, la luz estaba cada vez más cerca, ahora si faltaba poco…

Llegué a la estancia, había cumplido una gran misión. Pensar que había tenido tanto miedo cuando salí. No fue para tanto.
Me paré junto al cartel que estaba a la entrada. ¡Por fin estoy aquí! Este era el único punto en el cual los dueños permitían entrar a gente desconocida. Me adentré por el caminito que sale a un costado y que finaliza en la gruta. Llegué a donde estaba la imagen del padre Pío. Estaba mucho más oscuro. Busqué un sitio cómodo para quedarme. Encontré una piedra bastante grande alejada de la gruta que sobresalía en el medio del campo. Me senté en ella, dejé  la mochila a un lado y esperé… ¿Esperaba algo? No, no esperaba nada, sólo quería sentir el momento.
Estuve mucho tiempo mirando el cielo. Varias estrellas fugaces lo cruzaron. Se respiraba olor a campo. El mugido de las vacas se escuchaba más fuerte. Se oían otros sonidos que no reconocía. Todo aquello me daba la bienvenida. Me sentía acompañada. ¿Habría alguien más? Sí, estaba rodeada de vida por todos lados. La soledad no existía en ese lugar.
La piedra que había escogido era confortable. Descansé, me llené los pulmones de aire fresco. Aprecié la energía del lugar. Una estrella muy luminosa me llamó la atención y me puse a observarla. Me pareció que era la primera vez que la veía en el cielo y que había aparecido sólo para mí. Mientras me brindaba su luz yo me conectaba con ella. Me sentía parte de todo. Ella existía porque yo estaba ahí y yo también era parte de ella. Estuve largo rato así, simplemente mirando el cielo, escuchando los sonidos del campo, rezando y agradeciendo lo vivido.

Me hallaba muy cómoda sentada en esa piedra, pero era hora de regresar, ya había sido suficiente. Supuse que nadie me extrañaría por ahí ya que vendrían otros viajeros como yo, con sus búsquedas. Miré las estrellas otra vez y les pedí que me acompañaran en el camino de regreso.

Cuando volvía hacía la entrada de la gruta me crucé con un muchacho. No esperaba encontrarme con nadie, lo iluminé con la linterna. Me saludó con amabilidad y siguió su camino. Un sentimiento de culpabilidad me invadió debido a mi hostilidad sin motivos. Me dieron ganas de seguirlo por curiosidad pero no me animé. Yo había tenido mi momento de intimidad, él también quizá lo necesitara.

Retomé el camino dando una mirada de despedida a la estancia, al Padre Pío y a mi estrella. La mochila ya no pesaba tanto, la carga era más liviana. Volvía renovada y contenta. Esta experiencia no se la cuento a nadie. No necesito escuchar más consejos de cómo ser una persona sensata y de las cosas que no debo hacer.

No había sucedido nada singular, no había visto nada raro ni me había encontrado con ningún ser misterioso, pero todo había sido perfecto. Había encontrado mucha paz y una oportunidad para estar conmigo misma, y las estrellas… ellas me acompañaron todo el tiempo.

Hoy es una noche ideal porque no hay luna. Recorro el cielo buscando a mi estrella pero no logro reconocerla entre las luces de la ciudad. Me da un poco de pena no verla. Una sensación inusual me invade y comienzo a percibir una extraña energía que llega desde lejos. ¿De dónde vendrá? No sé…aunque algo me dice que tiene que ver con ella que está por ahí,  en algún lugar, esperando a los peregrinos que en la oscuridad de la noche se animen a encontrarla  y quieran conectarse con la energía de “La Aurora”…

domingo, 5 de diciembre de 2010

Regreso a casa

Caminando hacia el Cabo Polonio

Estuve todo el día pensando en el mar. Cómo me gusta su sonido, me transporta a otra realidad. La suavidad de la arena y el ruido de los pájaros. Ese es mi lugar.  
¿Qué se dirán mientras vuelan? ¿Cuál será su idioma?
La dura realidad me llamó y tuve que regresar. Los tacos altos, la pollera ajustada otra vez. ¿Algún día seré libre? En mi hogar también encuentro la felicidad y la paz. Hefestion mi gato fiel, siempre me saluda cuando entro con un tierno ronroneo. No sé si es por mí o por el plato de leche que sabe que le voy a servir. De todas formas no me importa. Muchas personas deben de actuar de esa manera y ni me entero.
Un ruido sordo me sobresalta.
-         ¡Hefestion!
¡Otra vez el plato de leche derramado!
-         ¡Maldición! ¡Es que no podés tomar la leche sin volcarla!
Odio la leche derramada y más aún limpiarla.
Pobre no tiene la culpa de mi mal humor.
En seguida lo acaricio y su lomo se levanta en un gesto de satisfacción.
Tengo que solucionar esto, no puedo volver de las vacaciones y estar peor que cuando me fui.
Me saco los zapatos. ¡Qué satisfacción!
El sillón cómodo del living me llama y me rindo dulcemente. Necesito un poco de música para relajarme, elijo a Enya. La música me lleva hacia el mar otra vez y todo se transforma en dulces recuerdos. Mientras no pueda volver con mi cuerpo estaré ahí con mi alma…

viernes, 3 de diciembre de 2010

El árbol sabio


Minas

-                     Dime tú gran árbol que lo sabes todo. ¿Cómo puedo descubrir los secretos del universo?
-                     ¿Por qué me preguntas a mí?
-                     He venido desde lejos, me han dicho que eres muy sabio.
-                     Es la sabiduría de los años. Quizás algún día puedas ser como yo.
-                     ¿Cómo lo has logrado tú, estando acá tan solo? ¿De donde viene tu saber?
-                     No estoy solo. Los duendes y las hadas me acompañan.
-                     No he visto a nadie a tu alrededor.
-                     Es que todavía no has desarrollado la visión.
-                     ¿De que visión me hablas?
-                     La visión del otro mundo. Te jactas de ser una gran bruja pero perteneces a un solo mundo.
-                     ¿Cómo te atreves a hablarme así? No me conoces lo suficiente como para decir eso de mí. He hecho los conjuros más difíciles. Mucha gente viene desde lugares remotos a mi cabaña del otro lado del bosque para pedirme ayuda.
-                     Entonces si tienes tanto conocimiento. ¿Por qué estás aquí?
-                     He venido sólo por curiosidad. Un forastero la otra noche me contó de ti y quise conocerte. Me dijo que eras un árbol muy sabio y que tienes todas las respuestas.
-                     Tengo todas las respuestas tanto como tú las tienes.
-                     No, no las tengo, quisiera conocer los secretos del universo pero ya veo que no quieres ayudarme.
-                     Sin desarrollar la visión nunca los conocerás.
-                     No me interesa ver a esos seres mágicos que tú nombras. Quiero poder lograrlo todo. Mejorar mis hechizos y ser la bruja más respetada de la región.
-                     Te voy a ayudar. Lo que tienes que hacer es tratar de percibir al otro mundo, sobre todo escuchar al viento, él trae sus mensajes.
-                     ¿Cómo me comunico con él? ¿Qué debo hacer para entender su idioma?
-                     Tienes que abrirte a la naturaleza. Si te entregas a ella, todos los secretos se te revelarán inclusive los del universo.
-                     No entiendo lo que dices, tratas de confundirme. No veo duendes ni hadas. ¡Lo único que veo es a un árbol viejo y engreído! Al viento tampoco lo escucho.
-                     ¡Están acá conmigo, esfuérzate en verlos, haz el intento!
-                     ¡Vamos gran bruja, escúchame!
-                     ¿Quién dijo eso?
-                     ¡Acá estoy! Soy el duende de las piedras blancas. ¿Acaso no me ves?
-                     ¿Lo oyes ahora?
-                     Sí, ahora sí, pero no lo veo, sólo oigo su risa.
-                     Los duendes son así.
-                     ¿Pero a dónde se ha ido? Ya no lo escucho.
-                     Está acá sentado sobre mis raíces.
-                     No logro verlo.
-                     Él ha permitido que lo escuches porque ha ido a tu mundo. Los duendes tienen facilidad para cruzar de un lado al otro. Esto ha sido una demostración. Ahora tu trabajo sigue.
-                     No sé, no sé… Ahora no estoy segura de haberlo escuchado. La duda me invade. ¿Por qué se fue?
-                     Fue sólo una pequeña muestra para que creas en nosotros.
-                     ¿Habré estado equivocada todo este tiempo? ¿Existirán los seres mágicos? ¿Habré perdido el tiempo con mis hechizos?
-                     No, no has perdido el tiempo, el deseo de mejorar te ha traído hasta aquí. Pero no te quedes con eso solamente. El otro mundo está ahí para el que quiera verlo.
-                     No entiendo mucho ese mundo del cual me hablas, pero te agradezco gran árbol que me hayas permitido saber de él y disculpa mi ignorancia.
-                     La noche se acerca, será mejor que te vayas o no verás el camino y te perderás en el bosque. Y recuerda al viento. No te olvides de él.
-                     Trataré de hacerlo. Adiós gran árbol. Espero mejorar la visión y poder cruzar al otro mundo así como hacen los duendes. Prestaré más atención a partir de ahora a los mensajes del viento, quizá él me revele sus secretos…

jueves, 2 de diciembre de 2010

Las cosas que hace el fútbol

18 de julio y Ejido en época de mundial

Este cuento lo escribí hace unos meses debido a la fiebre del mundial que atacó a todos los uruguayos.


¿Fútbol? Nooo, a mí no me gusta el fútbol. Es un deporte que incita a la violencia. A la gente civilizada no le gustan esas cosas de hombres de las cavernas. ¡Por favor!
Empezaba el mundial y no estaba nada entusiasmada. Tendría que sobrevivir a todo un mes de fútbol. ¡Qué horror!  Pensaba mirar algún partido en el que jugaran los cuadros grandes. También miraría a Uruguay, pero sólo si no tenía otra cosa más importante que hacer. Y jugó Uruguay. Comenzó con empate, no fue tan malo. Por lo menos no perdió. No quedamos tan mal como otras veces.
En el segundo partido estaba un poco más entusiasmada. Fui con unas amigas a una cafetería a mirarlo. Si bien no le prestamos atención al partido en su totalidad. Salimos contentas. ¿Pero qué pasa con Uruguay? Parece qué está jugando bien. ¡Ganó contra el equipo anfitrión!
Después nos tocó jugar con los mexicanos. Ahora sí, con estos marchamos. Pero no fue así, ganamos. ¡Increíble! ¡No lo puedo creer! Estoy sorprendida. Qué lindo lo que estaba pasando. La gente tenía  otro estado de ánimo. Voy caminando por la calle y en todas las esquinas se escuchaba hablar de Uruguay.
El sábado de mañana jugaba con Corea. Estos chinos nos van a matar.  Pero quién sabe, son chiquitos. Quedé en encontrarme con una amiga en su casa. Se me hizo tarde de los nervios.
El día anterior me había comprado una revista porque salía con un póster de dos de los mejores jugadores del equipo uruguayo. Ahí comencé a observar que estaba actuando un poco extraño. Hacía un montón de tiempo que no compraba una revista de nada.
Iba caminando apurada con mi póster abajo del brazo y escucho goool! ¡No tenía con quién festejar! Empecé a correr. Llegué a la casa de mi amiga y me uní a sus festejos. ¡Me lo había perdido por nada! Al rato de estar sentadas en el living mirando la tele, Corea nos empata. Nos pusimos tristes. A los pobres coreanos los llenamos de insultos. Con este gol ellos nos habían empatado así que todavía teníamos chance de ganar. Después, nosotros les metimos otro gol. Volví a saltar contenta, y a abrazarme a mi amiga. Me asomé a la ventana a unirme al grito popular de gol de la calle. Después que me tranquilicé, me di cuenta lo desaforada que estaba ¿Yo gritando un gol por la ventana? Ganamos el partido.
Empezaba a preocuparme, algo raro me estaba pasando. Estaba horas mirando los programas deportivos. Todos los análisis de las jugadas. Esos programas estúpidos en los que siempre se pelean por el fútbol. Espero que esto no sea grave.
Se vino el partido contra Ghana. Como era un día de semana, me llevé el póster para colgar en la oficina. Mis compañeros protestaron y me impidieron colgarlo. ¡Manga de envidiosos!
En el primer tiempo, empezamos mal, nos iban ganando. Para el segundo tiempo me fui enojada del trabajo, estaba furiosa. Fuimos con una compañera a terminar de mirar el partido a la misma cafetería de la otra vez. En una de esas serviría como cábala. Estábamos todos los presentes atentos al monitor. ¡Empatamos! Gol de Forlán. Ese tiro certero, espectacular. Salté como loca y me abracé a la chica que tenía al lado que no conocía. Mi amiga Ana estaba petrificada en la silla, no se movía. Y esto... esto... recién empezaba... Los que sufrían del corazón, pobre de ellos, la que les esperaba...  En los últimos minutos del partido pasó de todo. Uno de los mejores jugadores de Uruguay, en un acto desesperado, sacó la pelota con la mano justo cuando pretendía entrar en nuestro arco. ¡Penal! En un segundo todas nuestras ilusiones cayeron a tierra. ¡Ya está, marchamos!
¡Le va a errar, le va a errar! Pensaba tratando de hacer fuerza. Nuestro golero es mucho mejor que él. El jugador se preparó, corrió ¡le erró! Me puse a saltar. Terminó el partido, quedamos empatados. Los nervios me consumían. Me tomé el café qué había pedido hacía un rato, tratando de tranquilizarme. Me decía a mi misma: Es sólo un partido. ¡Es sólo un partido! No encontraba palabras que me tranquilizaran. Sufrimos un alargue sin goles, así que fuimos a los penales para sufrir aún más. Hacía tiempo que no pasaba tantos nervios. Nuestro golero atajó dos, erramos uno. Cuando Uruguay  tiró el último penal, yo no había contado los goles, todos gritaban pero no sabía si el partido había terminado. Le pregunté al mozo, que me grita: ¡Sí se terminó, ganamos! Salimos a festejar, todo el mundo gritando por Uruguay en las calles. ¡Qué lindo!
Los goles y los penales los vi miles de veces, y al terminar siempre se me caía un lagrimón de la emoción  ¡Qué me está pasando! Esta no soy yo. A mi no me gustaba el fútbol.
Al otro día fui a trabajar con ojeras. Los programas deportivos terminaban muy tarde y yo tenía que verlos todos. Hacía zapping para no perderme ningún detalle. Mi página de facebook desde hacía días se había transformado en la página de un fanático del fútbol. Sólo contenía enlaces a todas las páginas de los jugadores. Mi único tema era el fútbol. No hablaba de otra cosa. ¡Socorro!
Se aproximaba la fecha del partido que nos permitiría llegar a la final. La gente andaba nerviosa. En todos lados era de lo único que se hablaba, y yo era una más. Esta vez perdimos. Estuve con la cabeza gacha varios días. Aquel día llegué a casa llorando a pesar del buen desempeño de Uruguay. Otra vez me repetía: Es sólo un partido. La esperanza de ser campeones se esfumó. Seguimos participando y en el último partido también perdimos. No saldríamos ni siquiera terceros.
De todas formas, a pesar de la derrota, seguí mirando todos los programas deportivos, pero con bronca, cuando llegaba la parte de los goles que le habían hecho a nuestro cuadro, tenía que cambiar de canal porque me ponía a llorar.
Alicia, es sólo un partido. Me repetía constantemente. Pero esas palabras que me decía a mí misma no me alcanzaban de consuelo. ¿Será que sólo son partidos?
Se terminó el mundial, Uruguay salió cuarto, nuestro goleador Diego Forlán, se llevó el balón de oro, por haber sido el mejor jugador. A pesar de la derrota llegamos muy lejos.
Todavía me sigo preguntando si el mundial eran sólo partidos o algo más. El país estará esperando la llegada de los jugadores. Y yo estoy esperando que esta fiebre del fútbol se me vaya.
¿Cuándo empieza el próximo torneo? ¡Arriba Uruguay! ¡Qué la magia continúe!


lunes, 29 de noviembre de 2010

Abundancia

Central Park

Juan se levantaba todos los días con un poco de frío resultado de su cama improvisada hecha con cartones, pero le encantaba tener vista al mar. La caña de pescar, era su única compañera. Algunos pensaban que la había robado, pero en realidad la encontró. Vivía de la caza y de la pesca.
Esa mañana había hecho mucho frío. No tenía ganas de ir a la costanera. Había mucho viento, prefería ir a cazar y ver que encontraba por ahí.
Caminó muchas cuadras, no le gustaba comer cosas de la basura, porque casi todo estaba en mal estado. Tampoco le gustaba pedir, pero muchas veces no tenía otra opción. Entró al bar de un amigo.
-                     Hola Juan. ¿Qué hacés tan temprano?
-                     Es que hace mucho frío y la cama está muy dura.
-                     ¿Querés algo de comer?
-                     Te mentiría si te dijera que no tengo hambre, pero no me gusta vivir de tu hospitalidad.
-                     No es nada, siempre quedan cosas de ayer, aparte vos muchas veces me ayudás con la limpieza.
-                     Gracias amigo.
-                     ¿Qué te pasó en la cara?
-                     Ahhh, no es nada, una caída tonta.
Se fue a un rincón a comer lo que le ofrecían, tratando de pasar inadvertido. No quería incomodar, sabía que su aspecto no era el mejor. Se fue más contento con el estómago lleno.

***

Fernando había nacido en cuna de oro, y hasta ahora todo había sido maravilloso en su vida. Tenía un apartamento, una novia linda y una camioneta cuatro por cuatro. De todas formas  hacía un tiempo que no se sentía a gusto y se culpaba por eso. No podía estar desconforme con todo lo que la vida le había regalado. El mayor de sus problemas era enfrentarse con el padre y con Pablo, su hermano. Pablo había sido buen estudiante y era abogado. A Fernando nunca le gustó estudiar demasiado, pero se había encargado de un área de la empresa del padre que estaba bien remunerada. Su hermano no se lo perdonaba. Al padre le tenía miedo y Pablo le resultaba indiferente. Entendía que había llegado hasta donde podía con la relación, y convivía con estos sentimientos. La vida para él, eran principalmente su novia y los otros objetos de lujo que lo rodeaban. No renegaba de todo eso. Le gustaba tener dinero. Pero entonces… ¿Por qué siempre tenía esa sensación de que le faltaba algo?

***

Fue de casualidad que se encontraron. Fernando iba muy apurado a ver a un cliente y se tropezó con Juan que se encontraba en la tarea de acomodar sus cartones. Prefería hacer esa tarea bien temprano para no molestar a nadie. Juan cayó y su rostro golpeó en una de las escaleras del edificio que eran su morada. Fernando quedó sobresaltado, el hombre tuvo mala suerte en su caída.
-                     ¿Señor se encuentra bien?
-                     Sí, muchas gracias - contestó sonriendo - hacía mucho tiempo que no lo llamaban así.      
-                     Disculpe iba muy apurado y no lo vi.
-                     No se preocupe muchacho, fue culpa mía, no se demore más.
-                     Pero tiene la cara sangrando, déjeme que lo lleve a algún lugar donde lo curen.
-                     Nooo, no se haga problema, no me gusta ir al hospital.
-          Entonces deje que lo lleve a su casa.
Juan largó una gran carcajada.
-                     Muchacho, es que ya estoy en mi casa, yo vivo acá.
Fernando se sintió incómodo por la respuesta, estaba tan alejado de la miseria de los demás, que se sintió avergonzado.
Mientras conversaban, Fernando tomó del brazo a Juan y lo ayudó a sentarse de nuevo en las escaleras. Le alcanzó un pañuelo para que se limpiara la sangre que le corría por la cara. Juan no se lo quería aceptar.
-                     Muchacho no estropee su pañuelo.
-                     Fernando, mi nombre es Fernando.
Tomó el pañuelo y se lo apoyó él mismo en la herida. Juan se dio cuenta que ese muchacho de nombre Fernando era un poco obstinado y no dijo más nada.
-                     ¿Se siente mejor?
-                     Sí, muchas gracias. No esperaba tanta amabilidad de alguien como usted.
-                     ¿Alguien como yo? - no pudo evitar sonreír ante el comentario.
-                     Sí, los de su clase nunca se detienen a mirar a los que andamos más abajo. Con todo respeto se lo digo. Usted parece diferente.
-                     No se crea que es así siempre, hay mucha gente que tiene dinero y es solidaria.
Trató de pensar en alguien, pero lamentablemente no lo encontró entre sus allegados. Pero supuso que así sería.
-                     ¿Hace mucho que vive acá?
-                     Sí, hace tanto que ya no lo recuerdo bien.
-                     ¿No tiene familia que lo cuide?
-                     Sí tengo, pero están en el interior, no sé nada de ellos hace años.
-                     Disculpe pero... ¿Cómo hace para vivir así?
-                     Todo fue pasando de a poco, no fui conciente. Un día me quedé sin trabajo, después ya no pude pagar más el alquiler… en fin.
-                     No puede vivir así, tendría que buscar a alguien de su familia que lo ayude. Que le de alojamiento al menos.
-                     Mi vida pertenece a la calle. Usted no me va a creer. Pero si no fuera por el invierno todo sería perfecto.
-                     ¿Perfecto?
-                     Sí, vivo al aire libre, disfruto de caminar cerca del mar. Me gusta mucho pescar. Converso con la gente. No ando apurado, porque nadie me espera. Puedo hacer lo que yo quiera en cualquier momento. Converso con los árboles, con los pájaros - le decía esto mientras miraba y señalaba el cielo - De noche las estrellas se ven de maravilla. ¿Sabía que la cruz del sur se ve todo el año?
-                     Sí, lo sé.
-                     No podría vivir así como viven los de su clase, corriendo para todos lados. ¿Sabe una cosa? A veces me quedo observando a la gente que pasa. Van todos con caras largas, corriendo atrás de vaya a saber qué. No me interesa nada de eso. Sí me gusta mirarlos, y ahí me doy cuenta de todo lo que tengo.
Fernando se quedó sin palabras mientras lo escuchaba. Se dio cuenta, que él era uno de esos de los que Juan hablaba, siempre corriendo atrás de los clientes.

-                     Muchacho, creo que se le va a hacer tarde conversando conmigo, siga con sus quehaceres. Seguro tiene mucho para hacer en el día de hoy, no pierda el tiempo conmigo.
-                     Está bien, no estoy perdiendo el tiempo, tenía que ayudarlo.
-                     Le agradezco mucho, ha sido muy amable.
-                     Si algún día nos volvemos a encontrar seguimos conversando.
-                     Sí, sería un placer para mí.
Juan se levantó y siguió acomodando su cama.
-                     Tengo que guardar bien el sitio, porque a veces me quitan el lugar, pero por suerte el cuidacoches de la esquina siempre corre a los ladrones de mi propiedad. Trato de dejar todo bien ordenado para cuando vuelva.
-                     ¿Y a dónde va a ir ahora?
-                     ¿Ahora? Bueno, voy a tratar de desayunar algo en lo de un amigo. Después iré a pescar si el frío me deja.
-                     Bueno…que tenga suerte con la pesca y cuídese la herida.
-                     Sí, no es nada, ya dejó de sangrar.
Fernando estiró el brazo para saludarlo. Juan no quiso despreciarlo, pero antes de darle la mano, se limpió en su traje viejo y arrugado.

Fernando se fue caminando despacio, ya casi se había olvidado a donde se dirigía. Comenzó a mirar con detenimiento a la gente que se cruzaba como lo hacía Juan. Muchos caminaban con la mirada perdida, como buscando algo. No quería ser uno de ellos. Se detuvo al lado de un árbol de la calle. Los rayos del sol penetraban por las ramas haciendo reflejos de colores. Se corrió para quedar parado en frente al sol. Cerró los ojos y se quedó contemplando la combinación de amarillos, naranjas y rojos que llegaban a él. No se acordaba de lo lindo que era esa sensación sobre su cara. Siguió caminando, comenzó a silbar bajito.
-                     Creo que hoy me vuelvo caminando a la empresa.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Descofianza y locura

Foto que saqué cuando estuve en el desierto de Atacama. ¡Hermosa luna llena!





Fue en la mañana de ayer que decidí entregarme en jefatura, la camioneta era mía. Nadie me creería. Pero era cierto, no la había robado. Por eso me estaban buscando. El miedo pudo más que todo y me fui corriendo como un tonto. Seguro que había perdido todos los papeles entre la confusión. Es que la rabia que sentí en ese momento me nubló por completo. Pensar que iba tan contento a visitarla. Estaba muy feliz porque después de tanto ahorrar había podido comprarme la camioneta. Todo era perfecto, porque también me serviría para trabajar en el reparto y dejar el kiosco. Ya estaba aburrido de las mismas frases todos los días. “¿Me da un cinco de oro sorpresa? Es el regalo del día del abuelo, sabe, bla bla bla”… ¡A mí que me importa el cinco de oro, si era para el abuelo o el primo! Estaba cansado de escuchar las mismas conversaciones monótonas todos los días. Mi única esperanza era abandonar ese lugar. Con el reparto por lo menos el que decidía cuando irse era yo. Pensaba que mi vida iba a cambiar, pero todo se había derrumbado en dos minutos. ¿Y quién va a pagar por este destrozo? ¿Quién paga los daños de un amor roto? No podía creer lo que había visto. Estaba con otro sí. Lo vi con mis propios ojos. Me costó mucho aceptarlo pero las pruebas estaban a la vista. Si no  ¿Quién podría estar en la casa a esa hora? Preferí huir antes que enfrentar la situación. Fue ahí seguramente cuando perdí todo. Para colmo eso, me quedaría sin amor y sin camioneta.
Todo había acabado para mí. Justo ahora que la estaba entendiendo un poco más.
A mi me fascinaba caminar por la noche y mirar las estrellas pero a ella nunca le gustó la oscuridad. Pensaba que allí crecían animales fantásticos y que algún día vendrían por ella. Por eso mismo la cuidaba como a una niña, y ahora me engañaba de esta forma. Tenía una mente muy fantasiosa, a veces pensaba que estaba loca. Pero su locura como toda locura tenía su encanto. Una noche me dijo con la mirada perdida: “La luna, epicentro de augurios amorosos y hombres lobos”. Yo reí, pensado que estaba hablando en broma, pero luego me di cuenta que lo decía en serio. Entonces la abracé con fuerza, era lo único que podía hacer, brindarle mi amor y mi comprensión.
Una vez ya no pudiendo más con sus delirios le dije:
-           ¡Basta de fantasía! ¿Cuándo vas a crecer? ¡No existen los hombres lobos! ¡Nadie te va a lastimar! ¡Ese mundo en el que vivís no existe!
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Había visto desilusión en su mirada cuando se lo dije. Pero no podía protegerla más, tenía que despertarla.

Y ahí estaba yo sentado en la comisaría, esperando. Por lo menos no me habían detenido cuando me presenté, eso ya era un buen comienzo. Seguro que ahora me harían un montón de preguntas con respecto a esos papeles que habían encontrado. Si no ¿Por qué me estaban buscando?

-           ¡Fabián, estás acá! ¡Qué suerte que apareciste! Te estábamos buscando. ¿Qué es lo que te pasó? Mi amor que lindo, se hizo realidad tu sueño. Te compraste la camioneta que querías, ¿verdad?
-           ¿Y vos cómo sabés todo eso?
-           Es que ayer por la noche, vino un muchacho a verme a casa. Casi no le abro la puerta porque era muy tarde, pero me insistió tanto…
-           ¿Si? ¿Quién era? ¿Qué quería?
-           Un muchacho muy amable, se llamaba Pablo me dijo. Encontró unos papeles de una camioneta que estaban a tu nombre, y entre esos papeles había una tarjeta con mi dirección. Al principio no entendí nada porque yo sabía que no tenías ninguna camioneta. Pero después de mirar los papeles no había duda que era tuya. Así que me supuse que la habías comprado. Te estuve esperando toda la noche con los papeles, después que el muchacho se fue. Me empecé a preocupar. Llamé por teléfono a tu madre pero no sabía nada de vos. Estaba muy asustada pensando que quizá te hubiera pasado algo. Fue ahí cuando llamé a la policía por eso te andaban buscando. La noche es tan peligrosa, imaginate si te agarra un hombre lobo. ¡Justo hoy es luna llena! ¡Fabián!
-           ¿En serio? ¿Ese muchacho no estaba contigo anoche? Pero…entonces…
-           ¿De qué estás hablando? ¿Qué muchacho? ¡Es luna llena Fabián, tenemos que irnos rápido de acá!

martes, 23 de noviembre de 2010

Una pila de cadáveres

Esta historia fue publicada en la revista de cuentos: "Para leer bajo el sol".

Parroquia "San Antonio de Padua" de Capilla del Monte, Córdoba.
 
Hacía días que se despertaba mal, sobresaltada, con un dolor en el pecho. Siempre era el mismo sueño. Corría, se caía y volvía a levantarse mil veces.  Su ropa hecha harapos. El rostro sucio de barro y sangre. Luego se despertaba. Un día el sueño continuó. De tanto correr, las piernas se le doblaron y no pudo levantarse. Miró hacía atrás y lo que vio la horrorizó. A lo lejos se veía una pila de cadáveres, una montaña de personas a las que no les distinguía el rostro. El sueño finalizó, y al despertarse entendió el motivo por el cual corría de esa forma, la imagen era aterradora.
Todos los días se acostaba pensando en que no quería volver a ese lugar, y siempre regresaba. ¿Qué significaba ese sitio? ¿Por qué la obligaban a volver todas las noches? ¿Qué podía hacer? Se le ocurrió una idea. Iría a lo del padre Ignacio. No iba mucho a la iglesia, últimamente el cura le había parecido una persona muy buena. Si bien nunca había hablado con él en persona, le inspiraba confianza.
Se levantó temprano, estaba contenta, sabía que ese día encontraría una solución.
Subió las escalinatas y entró por la puerta derecha. La iglesia estaba vacía. Como no iba muy seguido, no sabía los horarios de las misas. Caminó despacio. Se detuvo frente al altar principal y observó a Jesús en la cruz. Mientras rezaba un frío intenso le recorrió la columna. Ese lugar la desconcertaba, estaba oscuro, lúgubre, pero no le daba miedo. El olor a incienso era agradable y la tranquilizaba. Siguió caminando y salió por la otra puerta, completando así el recorrido. Tendría que esperar a que comenzara la misa para hablar con el padre Ignacio. Estaba nerviosa. Se sentó en las escaleras observando a la gente que pasaba.
Al rato de estar sentada vio que el padre Ignacio se acercaba.
-                     ¡Padre Ignacio! ¡Padre Ignacio!
-                     Buenos días - contestó desconcertado, no reconocía quién le hablaba.
-                     Hola padre, soy Leticia la hija de Magdalena. ¿Se acuerda de mí?
-                     Oooh sí, me acuerdo. ¿Cómo se encuentra tu madre? ¿Está bien?
-                     Sí padre, está bien, no he venido por ella.
-                     ¿En que te puedo ayudar hija?
-                     Tendría que hablar con usted un momento. Me está pasando algo hace un tiempo y no tengo a quién comentárselo. No quiero preocupar a mi madre.
-                     La misa empieza dentro de una hora, tenemos algo de tiempo para conversar, pasa.
Entraron a la iglesia. Luego de cruzarla ingresaron por una pequeña puerta al costado de uno de los altares menores. Recorrieron un pasillo oscuro que desembocó en un cuarto a modo de despacho. Dentro de él había un escritorio y dos sillas, al fondo una biblioteca, estaba todo arreglado con sobriedad.
-                     Siéntate hija y cuéntame que te sucede.
Leticia pasó a explicarle al padre lo que le pasaba. Cuando terminó su relato, él la miraba serio.
-                     ¿Y desde cuando te sucede esto?
-                     No lo recuerdo, al principio fue sólo un sueño, cuando quise acordar me sucedía todos los días.
-                     Quizá haya algo que te preocupa, algo que te tiene mal…
Leticia hurgaba en su mente en busca de respuestas pero no encontraba nada. Su vida no era perfecta pero se podía decir que todo estaba normal en ella. Tenía un trabajo aceptable, su casa era humilde, pero el sueldo le alcanzaba para ella y la madre.
-                     No sé padre, no se que pensar, no tengo nada que me preocupe.
-                     Entiendo, déjame ver, rezaré por ti esta noche, estate atenta.
-                     ¿Atenta?
-                     Sí, has venido hasta acá, eso es bueno, estás buscando respuestas. A mucha gente le suceden cosas, pero siguen su vida sin percatarse de nada. Dios te va a ayudar. Las respuestas están en ti, sólo tienes que buscarlas.
Leticia no estaba muy convencida, deseaba una respuesta rápida. No quería pensar más. ¿Sería cierto lo que le decía el padre? Si así era tendría que averiguarlo.
-                     ¿Ese sueño padre, significa algo?
-                     Eso sólo tú lo sabes, no puedo decirte más, piensa, y reza.
El padre le dio un beso en la frente y se retiró, ya casi era la hora de la misa.
Pasaron los días, las pesadillas siguieron. Ya cansada una noche se decidió a terminar con todo. Antes de dormir rezó, le pidió a Dios que la acompañara a donde iba, que no la abandonara. Le rogó al Arcángel Miguel que la protegiera con su espada. Se acostó en paz.
Se despertó en el medio de la noche, no estaba en su cuarto. Había gente corriendo por todos lados. Le extrañó que no vistiera harapos como otras veces. Tenía un vestido azul brillante. Se sentía protegida por él. Otra vez la misma sensación que había sentido en la iglesia, un frío le recorrió la columna. No se asustó, al contrario, sintió más fortaleza. Sabía que detrás de ella estaban todos sus miedos. Se dio vuelta con los ojos cerrados. No quería mirar, pero tenía que enfrentarlo. Abrió los ojos con lentitud y ahí estaba la pila de cadáveres. Cuando se fue acercando, comenzó a reconocer los rostros. Todos esos rostros eran ella misma, cuando era niña, cuando fue adolescente. Todos eran diferentes aspectos de ella. No le dio temor porque estaba decidida. Sentía una fuerza irreconocible. Estaba cada vez más cerca. Mientras caminaba observó que en su mano derecha tenía un puñal de plata. Lo apuntó hacia el cielo. Se le ocurrió una frase:
“Señor hoy voy a terminar con mi vida y comenzaré otra, dame el poder para ser yo misma”
Del cielo salió un rayo hacia el puñal, Leticia apuntó con él a la pila de cadáveres y una energía luminosa hizo que se incendiara todo. Sintió un dolor en el pecho, estaba perdiendo cosas,  y eso le dolía.
Dejó el puñal a un lado, y se encontró de nuevo en el medio de la habitación de su cuarto ya sin su vestido azul. Se desmayó.
-                     ¡Leticia! ¡Leticia! ¿Qué te pasa? ¿Escuché un grito?
-                     Nada mamá, me levanté al baño y me resbalé. Andá a dormir no me pasó nada, fue sólo una caída.
-                     ¡Uy! ¡Qué susto me diste, hija! ¿Seguro que estás bien?
-                     Sí mamá estoy bien, no te preocupes.
Leticia se metió en la cama y la madre se fue a su habitación.
Durmió placidamente y no soñó con nada.
Cuando despertó, miró por la ventana, el sol brillaba. Se sentía feliz.
Creía haber entendido lo que tenía que hacer. Su vida estaba muy monótona, ya casi ni se arreglaba, no salía. Sólo iba a su trabajo. Había dejado sus lecciones de música.
-                     ¡Mamá, mamá!
-                     ¡Pero Leticia, qué te pasa!
-                     ¿Dónde están mis cuadernos de música?
-                     ¿Tus cuadernos de música? mmm… Supongo que en alguna caja en el altillo, es que como ya no los estabas usando…
-                     Subió corriendo las escaleras a buscarlos.
Magdalena no entendía mucho, estaba sorprendida. Pero le dio mucha alegría que Leticia fuera a buscar sus cuadernos. Hacía mucho tiempo que no le veía el rostro con tanta vida. Nunca le había dicho nada, pero estaba preocupada por ella. Su hija había dejado todas las cosas que le gustaban y sólo se había dedicado a trabajar y a ordenar la casa. Un cambio se había producido en ella.
Leticia levanto la tapa del baúl. Buscó entre ropa vieja y fotos antiguas los apuntes. Sus dedos rozaron algo filoso en el fondo. Se dio cuenta de inmediato que era el puñal que la había salvado la noche anterior. Ahora sabía que algunos sueños eran más reales que la propia vida.
-                     ¡Mamá! ¡Mamá! Encontré todo en el baúl de la abuela. ¡Tengo muchas ganas de tocar el piano como antes!
En la casa una hermosa melodía sonaba. Leticia tocaba el piano entusiasmada. Magdalena secaba los platos con una sonrisa.
Leticia sabía que una fuerza misteriosa la había asistido, sus rezos no habían sido en vano. A partir de ahora le haría más caso a los sueños, y de una cosa estaba segura, jamás volvería a soñar con una pila de cadáveres.