martes, 7 de diciembre de 2010

Encuentro con las estrellas


Estancia "La Aurora"

Caminaba en la noche. Un pozo en el camino hizo que tropezara. En la caída la linterna se me escapó de las manos. Había quedado a oscuras, me asusté. Sin esa luz no era nada. Me levanté rápido mirando a todos lados. ¿Quién me iba a ver? Pero en la oscuridad descubrí una luz más poderosa. Eran millones y estaban todas para mí. Observé el cielo embelezada. Hacía años que no lo veía de esa forma, no había luna.
Una vez recuperada traté de buscar la linterna, estaba tirada a un costado. Le di varios golpes, no andaba, la caída había sido mortal. Abrí la mochila y la registré en busca de la otra que llevaba de repuesto. ¿A quién se le ocurre salir con dos linternas? ¿Por qué siempre tengo que tener todo bajo control? Estuve a punto de prenderla pero no lo hice. Seguí caminando. Esta vez las estrellas me iluminarían…

Debo admitir que fue una ocurrencia muy loca caminar de noche hasta la estancia “La Aurora”. Imaginaba en mi cabeza el diálogo que hubiera mantenido con mi madre si se hubiera enterado de la expedición.
-         ¡Vos siempre la misma, estás loca! ¡A estas horas vas a andar por ahí, te podés cruzar con alguien peligroso!
Si me cruzo con  alguien va a ser otro loco como yo, así que no hay peligro, pensé.

Hacía tiempo que tenía ganas de ir de noche, porque las leyendas que había entorno a “La aurora” podrían cobrar vida. Se comentaba de luces en el cielo de origen desconocido y marcas en el pasto de objetos extraños. Todos los lugareños concordaban que era un sitio especial. En una de esas descubriría algo…
En frente a la entrada de la estancia, se encontraba la gruta dedicada al Padre Pío, donde muchos devotos iban en busca de ayuda. Su vida llena de milagros y sufrimiento siempre me había interesado. Había sido un hombre muy bondadoso y carismático. Cuentan que el Padre Pío después de muerto, se le apareció al dueño de la estancia para indicarle donde tendría que construir la gruta, y éste así lo hizo.

Caminaba, ya conocía el trayecto, pero nunca lo había recorrido de noche. Eran en total ocho kilómetros entre ida y vuelta. La mochila pesaba un poco, en ella llevaba agua, comida y abrigo. Aunque no hacía mucho frío. ¿Será bueno ser tan precavida para todo? Quizá tendría que aprender a andar más a la deriva. Tenía un poco de miedo. Todavía puedo regresar. ¡No,  después de todos los preparativos no me puedo echar para atrás! Ya falta poco, me animaba. Pero eran mentiras. Todavía quedaba bastante. Me dolían un poco las piernas. Paré para observar el cielo. Se veía maravilloso. A medida que caminaba a lo lejos se divisaba una luz, supuse que era la entrada a la gruta. Me serviría de guía junto con las estrellas.

Los bichitos de luz se me acercaban. Me recordaba a mi niñez cuando vivía en el campo y jugaba con ellos. Me detuve otra vez, tenía que recordar ese cielo. Escuchaba las vacas que mugían a lo lejos y el murmullo de los grillos. No se veía ni un alma alrededor.
Seguí caminando. Ya se me estaba yendo el miedo que había experimentado al principio. Los pies cada vez más rápidos habían logrado cierto ritmo, la luz estaba cada vez más cerca, ahora si faltaba poco…

Llegué a la estancia, había cumplido una gran misión. Pensar que había tenido tanto miedo cuando salí. No fue para tanto.
Me paré junto al cartel que estaba a la entrada. ¡Por fin estoy aquí! Este era el único punto en el cual los dueños permitían entrar a gente desconocida. Me adentré por el caminito que sale a un costado y que finaliza en la gruta. Llegué a donde estaba la imagen del padre Pío. Estaba mucho más oscuro. Busqué un sitio cómodo para quedarme. Encontré una piedra bastante grande alejada de la gruta que sobresalía en el medio del campo. Me senté en ella, dejé  la mochila a un lado y esperé… ¿Esperaba algo? No, no esperaba nada, sólo quería sentir el momento.
Estuve mucho tiempo mirando el cielo. Varias estrellas fugaces lo cruzaron. Se respiraba olor a campo. El mugido de las vacas se escuchaba más fuerte. Se oían otros sonidos que no reconocía. Todo aquello me daba la bienvenida. Me sentía acompañada. ¿Habría alguien más? Sí, estaba rodeada de vida por todos lados. La soledad no existía en ese lugar.
La piedra que había escogido era confortable. Descansé, me llené los pulmones de aire fresco. Aprecié la energía del lugar. Una estrella muy luminosa me llamó la atención y me puse a observarla. Me pareció que era la primera vez que la veía en el cielo y que había aparecido sólo para mí. Mientras me brindaba su luz yo me conectaba con ella. Me sentía parte de todo. Ella existía porque yo estaba ahí y yo también era parte de ella. Estuve largo rato así, simplemente mirando el cielo, escuchando los sonidos del campo, rezando y agradeciendo lo vivido.

Me hallaba muy cómoda sentada en esa piedra, pero era hora de regresar, ya había sido suficiente. Supuse que nadie me extrañaría por ahí ya que vendrían otros viajeros como yo, con sus búsquedas. Miré las estrellas otra vez y les pedí que me acompañaran en el camino de regreso.

Cuando volvía hacía la entrada de la gruta me crucé con un muchacho. No esperaba encontrarme con nadie, lo iluminé con la linterna. Me saludó con amabilidad y siguió su camino. Un sentimiento de culpabilidad me invadió debido a mi hostilidad sin motivos. Me dieron ganas de seguirlo por curiosidad pero no me animé. Yo había tenido mi momento de intimidad, él también quizá lo necesitara.

Retomé el camino dando una mirada de despedida a la estancia, al Padre Pío y a mi estrella. La mochila ya no pesaba tanto, la carga era más liviana. Volvía renovada y contenta. Esta experiencia no se la cuento a nadie. No necesito escuchar más consejos de cómo ser una persona sensata y de las cosas que no debo hacer.

No había sucedido nada singular, no había visto nada raro ni me había encontrado con ningún ser misterioso, pero todo había sido perfecto. Había encontrado mucha paz y una oportunidad para estar conmigo misma, y las estrellas… ellas me acompañaron todo el tiempo.

Hoy es una noche ideal porque no hay luna. Recorro el cielo buscando a mi estrella pero no logro reconocerla entre las luces de la ciudad. Me da un poco de pena no verla. Una sensación inusual me invade y comienzo a percibir una extraña energía que llega desde lejos. ¿De dónde vendrá? No sé…aunque algo me dice que tiene que ver con ella que está por ahí,  en algún lugar, esperando a los peregrinos que en la oscuridad de la noche se animen a encontrarla  y quieran conectarse con la energía de “La Aurora”…

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