![]() |
Navidad 2008 - Rockefeller Center |
El árbol había estado guardado en una caja, había pasado todo el año ahí. No entendía mucho por qué, pero una vez al año lo sacaban de ese lugar para decorarlo, recobrando así la vida. Le gustaba revivir aunque sabía que eso no duraría. Al poco tiempo retornaba a la caja. No se acordaba qué había sido antes de ser arbolito de Navidad. Tenía unos vagos recuerdos de haber estado en una tienda con otros iguales a él. De a poco los iban escogiendo. Vio como algunos de sus hermanos se iban pero él seguía en la tienda.
- ¡Mamá, todavía queda un árbol ahí!
- Ese no Joaquín. ¿No ves que tiene una de las ramas caídas?
Entonces entendió cuál era el motivo por el que no lo llevaban. Quiso moverse o hacer algo para que lo tuvieran en cuenta y llamar la atención. Quería gritarle al niño que lo había visto, pero no podía.
- Señora, si se quiere llevar el árbol se lo dejo más barato – ofreció el empleado.
- Sí mamá, es un árbol lindo.
- Bueno, si a vos no te importa que no esté bien del todo lo llevamos.
Así fue como Arbolito encontró un hogar. De inmediato remendaron la rama caída, por suerte no era nada grave. Lo adornaron con muchas bolitas de colores. Luego lo llenaron de guirnaldas y de luces que prendían y apagaban. Por último le colocaron un enorme puntero que lo hacía mucho más alto. Estaba feliz. Otro día pusieron enormes paquetes debajo de él. Arbolito se encargaría de cuidarlos. Cuando llegó la Navidad todos abrieron los obsequios. Observó con ternura la cara de los niños abriendo sus regalos.
¡Qué linda tarea cumplo, es hermoso ser árbol de Navidad!
Pasaron los días, y una mañana bien temprano la dueña de casa se subió a un banquito y le quitó el puntero. ¿Por qué haría eso? Se preguntaba. Y siguió, quitó las guirnaldas, las luces de colores, todo, quedó desnudo otra vez como cuando llegó al mundo. ¿Tendría que volver a la tienda de nuevo? Lo peor fueron sus ramas, las doblaron hacia arriba y las pegaron al tronco. Le dolió mucho, pero no sabía gritar. Lloró en silencio cuando lo metieron en una caja y lo encerraron en un baúl viejo.
Cada año revivía, en la oscuridad contaba los días para salir. Se le hacía muy largo todo ese tiempo. Desde donde estaba escuchaba algunas veces a uno de los niños jugar. Por lo menos eso le devolvía la vida por unas horas.
- Joaquín, te dije que no vayas al sótano. Está muy oscuro te podés caer.
- Sí mamá, ya voy.
- Dale, vení a cenar.
Joaquín de mala gana subía las escaleras y se iba.
Ese año Arbolito no estaba tan contento de que llegara la Navidad, porque sabía lo que le esperaba después. Se resistía a tener un momento de plenitud tan breve. Él quería ser árbol de Navidad todo el año.
- Mamá, tenemos que armar el árbol, éste es el día.
- Estoy tan cansada. Mejor lo armamos mañana.
- ¿Cómo mañana? Siempre dijiste que el ocho de diciembre es el día que se arma porque es el día de la Virgen.
La madre quedó en silencio, no tenía respuesta para eso.
- Sí, tenés razón, en la tarde lo hacemos.
Joaquín estaba más grande. Este año él pondría el puntero en el árbol.
- Tené cuidado de no caerte.
- Sí, mamá, llego bien con este banquito.
Pero no llegó, se subió mal, colocó el pie muy al borde. El banquito se tambaleó y fue a dar al piso junto con Joaquín que cayó encima del árbol.
- ¡Joaquín, te dije que tuvieras cuidado! ¿Estás bien? – gritaba su madre mientras salía de la cocina sobresaltada por el ruido de la caída.
- Sí, estoy bien, el pobre árbol fue el que se llevó la peor parte, mamá – le contestaba mientras se incorporaba y se tocaba el cuerpo para comprobar que estaba todo en orden.
- Bueno, nunca fue muy lindo, acordate que le tuvimos que arreglar una de las ramas.
- Sí, ahora se las vamos a tener que arreglar todas - decía Joaquín mirando lastimosamente al pobre árbol caído.
Arbolito estaba conmocionado, había sido todo muy rápido. El chico se le vino encima y ahora algunas de sus ramas se habían quebrado. No se sentía mal del todo, porque gracias a él Joaquín no se había lastimado pero había quedado muy mal herido.
- Joaquín, no pierdas tiempo con ese árbol, mañana compramos otro.
- No quiero, lo puedo arreglar yo, aparte la culpa de todo esto no la tiene el pobre árbol.
- Bueno, como quieras, pero no te acuestes muy tarde.
Joaquín tomó varias herramientas y algunos alambres, pasó muchas horas dejando las ramas en su lugar. Le vino sueño y se quedó dormido. Se recostó en el árbol que había apoyado en la pared mientras lo arreglaba. Arbolito lo abrazó con cariño y lo acunó toda la noche. Había sido duro lo que le había pasado pero se sentía muy querido por ese niño.
- ¡Joaquín a tomar la leche! ¿Joaquín, dónde estás?
Se despertó entre las ramas del árbol.
- Mamá, ya voy.
Se fue rápido a la cocina tratando de disimular que venía del cuarto y no del comedor.
- ¿Dormiste bien anoche? ¿Terminaste con el árbol?
- Sí, terminé.
- Bien, entonces dentro de un rato lo armamos.
Fue así que Arbolito quedó en el comedor mirando hacía la ventana. Veía a la gente pasar. Algunos se quedaban observándolo. Él disfrutaba de todo eso. Algunos amigos de la familia que iban de visita se quedaban admirándolo y decían: “¡Qué hermoso árbol de Navidad!”. Pero él a pesar de los halagos no se sentía completamente feliz. No podía olvidarse que dentro de unos días estaría otra vez encerrado.
El veinticuatro de diciembre de noche, la casa se había quedado vacía porque todos habían ido a la iglesia y a visitar a unos parientes. Por la chimenea entró un señor muy gordo todo vestido de rojo y larga barba blanca.
- Hola Arbolito. ¿Cómo andás?
Era la primera vez que alguien se dirigía a él.
- ¿Me está hablando a mí?
- ¿A quién si no?
En ese momento cayó en la cuenta de que él le había contestado. ¡Podía hablar! Tantos años calladito. ¿Por qué no lo intentó antes?
- ¿Qué te pasa? Soy Papá Noel. ¿No me conocés?
- Sí señor, discúlpeme. Lo que pasa que otros años no lo vi llegar.
- Es que los otros años siempre te encontré dormido. ¡Qué bueno que hoy estés despierto! A mí me gusta conversar, pero no encuentro con quién hacerlo. Siempre estoy apurado. Pero este año me dije a mi mismo que iba a hacer las cosas con más tranquilidad.
- Me parece bien señor Papá Noel.
- Jo jo jo – Papá Noel largó una de sus clásicas carcajadas – no me llames señor, dime sólo Papá Noel. ¿No te habías dado cuenta que podías hablar, verdad? A casi todos les pasa. Les enseñan que algunas cosas no las pueden hacer y ellos se las creen. Entonces nunca lo intentan.
- Me da mucha pena no haberme dado cuenta antes – Arbolito se puso triste y algunas de sus luces se apagaron.
- ¡Pero no! ¡No hagas eso!
- ¿Qué no haga qué?
- No te pongas triste, lo importante que hoy te diste cuenta que podías hablar, no mires al pasado.
- Pero si yo hubiera hablado antes. Le podría haber agradecido a Joaquín lo lindo que me dejó.
- Todavía estás a tiempo de agradecerle. Ahora sí, no te demores mucho porque cuando sea mayor ya no te va a poder escuchar. Puedes intentarlo más tarde si quieres. Ahora me voy a poner a trabajar – le decía mientras sacaba algunos paquetes de su bolsa roja y los ponía abajo del árbol.
- ¿Entonces eras tú el que ponía los regalos?
- Sí claro. ¿Quién más iba a ser?
- Siempre hablaban de tí pero como nunca te vi, no creí que existieras.
- Yo existo para el que quiera creer en mí.
Arbolito quedó pensativo. Ahora estaba rodeado de muchos paquetes de todos los tamaños con moñas de colores.
- ¿Papá Noel, te puedo hacer una pregunta? ¿Por qué, la Navidad dura tan poco? ¿Por qué luego todo se vuelve oscuro? Me guardan en una caja y yo paso muy mal hasta la siguiente Navidad.
- Pero Arbolito querido, tienes que aprender mucho todavía. Nosotros sólo aparecemos en esta época. Pero eso no nos tiene que poner tristes. Si te pasas todo el tiempo pensando en lo que va a suceder no puedes disfrutar el ahora. ¡No puedes disfrutar la Navidad!
- ¿Pero que puedo hacer metido en una caja todo un año?
- A mí no me pasa eso. Yo vuelvo a mi hogar contento por haber cumplido la tarea. Entonces me acuesto a dormir una siesta reparadora, cuando quiero acordar ya es Navidad otra vez. Los seres como nosotros tenemos un propósito y lo cumplimos. Tenemos que estar felices de que hacemos lo mejor que podemos nuestro papel.
Arbolito pensaba y pensaba. Papá Noel tenía razón. Se la pasaba todo el año sufriendo y cuando llegaba la Navidad no la disfrutaba.
- Arbolito, me tengo que ir. Tengo que ir a visitar a otros como vos y dejar muchos regalitos.
- Gracias Papá Noel por tus consejos – Arbolito hizo fuerza y movió una sus ramas a modo de adiós. ¡También podía moverse!
- Adiós Arbolito jo jo jo jo….
Papá Noel desapareció por la chimenea. A Arbolito le pareció ver a un trineo por la ventana alejarse.
Al rato se prendieron las luces del comedor, era la familia que regresaba.
Todos gritaron ¡Vino Papá Noel! Los niños se tiraron abajo del árbol a abrir sus regalos. Arbolito se esforzó por brillar en todo su esplendor en ese momento. Él era un gran árbol de Navidad, el más lindo de todos. Ahora entendía cual era su misión, aunque durara poco no le tenía que importar. El resto del año se quedaría descansando y preparándose para la siguiente Navidad así como hacía Papá Noel. Y cuando se sintiera un poco melancólico recordaría las palabras hermosas que había recibido de la gente.
Pasaron los días. Arbolito no se había animado a hablarle todavía al niño, y pasó lo que tenía que pasar. Esta vez Joaquín se subió con más cuidado al banquito y quitó el puntero. Después siguió con lo demás y así fue desarmando todo el árbol. Luego lo tomó entre sus brazos y fue juntando las ramas con delicadeza. Arbolito sabía que le tocaba la época de receso, había decidido que descansaría y recobraría fuerzas para el próximo año. Le gustaba como Joaquín lo guardaba, lo hacía con mucho cariño. Y de esa forma volvió a su caja, y ésta al baúl.
Cuando Joaquín terminó y se dirigía a subir las escaleras del sótano que lo llevaban a la casa, escuchó un sonido y se dio vuelta. Quedó perplejo. Hubiera jurado que desde el baúl le decían: “Gracias Joaquín, hasta el próximo año”.
¡FELIZ NAVIDAD!
Alicia