lunes, 13 de diciembre de 2010

Arbolito

 Dedicado a todos los que llevamos un niño adentro...

Navidad 2008 - Rockefeller Center

El árbol había estado guardado en una caja, había pasado todo el año ahí. No entendía mucho por qué, pero una vez al año lo sacaban de ese lugar para decorarlo, recobrando así la vida. Le gustaba revivir aunque sabía que eso no duraría. Al poco tiempo retornaba a la caja. No se acordaba qué había sido antes de ser arbolito de Navidad. Tenía unos vagos recuerdos de haber estado en una tienda con otros iguales a él. De a poco los iban escogiendo. Vio como algunos de sus hermanos se iban pero él seguía en la tienda.
-         ¡Mamá, todavía queda un árbol ahí!
-         Ese no Joaquín. ¿No ves que tiene una de las ramas caídas?
Entonces entendió cuál era el motivo por el que no lo llevaban. Quiso moverse o hacer algo para que lo tuvieran en cuenta y llamar la atención. Quería gritarle al niño que lo había visto, pero no podía.
-         Señora, si se quiere llevar el árbol se lo dejo más barato – ofreció el empleado.
-         Sí mamá, es un árbol lindo.
-         Bueno, si a vos no te importa que no esté bien del todo lo llevamos.
Así fue como Arbolito encontró un hogar. De inmediato remendaron la rama caída, por suerte no era nada grave. Lo adornaron con muchas bolitas de colores. Luego lo llenaron de guirnaldas y de luces que prendían y apagaban. Por último le colocaron un enorme puntero que lo hacía mucho más alto. Estaba feliz. Otro día pusieron enormes paquetes debajo de él. Arbolito se encargaría de cuidarlos. Cuando llegó la Navidad todos abrieron los obsequios. Observó con ternura la cara de los niños abriendo sus regalos.
¡Qué linda tarea cumplo, es hermoso ser árbol de Navidad!
Pasaron los días, y una mañana bien temprano la dueña de casa se subió a un banquito y le quitó el puntero. ¿Por qué haría eso? Se preguntaba. Y siguió, quitó las guirnaldas, las luces de colores, todo, quedó desnudo otra vez como cuando llegó al mundo. ¿Tendría que volver a la tienda de nuevo? Lo peor fueron sus ramas, las doblaron hacia arriba y las pegaron al tronco. Le dolió mucho, pero no sabía gritar. Lloró en silencio cuando lo metieron en una caja y lo encerraron en un baúl viejo.
Cada año revivía, en la oscuridad contaba los días para salir. Se le hacía muy largo todo ese tiempo. Desde donde estaba escuchaba algunas veces a uno de los niños jugar. Por lo menos eso le devolvía la vida por unas horas.
-         Joaquín, te dije que no vayas al sótano. Está muy oscuro te podés caer.
-         Sí mamá, ya voy.
-         Dale, vení a cenar.
Joaquín de mala gana subía las escaleras y se iba.

Ese año Arbolito no estaba tan contento de que llegara la Navidad, porque sabía lo que le esperaba después. Se resistía a tener un momento de plenitud tan breve. Él quería ser árbol de Navidad todo el año.
-         Mamá, tenemos que armar el árbol, éste es el día.
-         Estoy tan cansada. Mejor lo armamos mañana.
-         ¿Cómo mañana? Siempre dijiste que el ocho de diciembre es el día que se arma porque es el día de la Virgen.
La madre quedó en silencio, no tenía respuesta para eso.
-         Sí, tenés razón, en la tarde lo hacemos.
Joaquín estaba más grande. Este año él pondría el puntero en el árbol.
-         Tené cuidado de no caerte.
-         Sí, mamá, llego bien con este banquito.
Pero no llegó, se subió mal, colocó el pie muy al borde. El banquito se tambaleó y fue a dar al piso junto con Joaquín que cayó encima del árbol.
-         ¡Joaquín, te dije que tuvieras cuidado! ¿Estás bien? – gritaba su madre mientras salía de la cocina sobresaltada por el ruido de la caída.
-         Sí, estoy bien, el pobre árbol fue el que se llevó la peor parte, mamá – le contestaba mientras se incorporaba y se tocaba el cuerpo para comprobar que estaba todo en orden.
-         Bueno, nunca fue muy lindo, acordate que le tuvimos que arreglar una de las ramas.
-         Sí, ahora se las vamos a tener que arreglar todas - decía Joaquín mirando lastimosamente al pobre árbol caído.
Arbolito estaba conmocionado, había sido todo muy rápido. El chico se le vino encima y ahora algunas de sus ramas se habían quebrado. No se sentía mal del todo, porque gracias a él Joaquín no se había lastimado pero había quedado muy mal herido.
-         Joaquín, no pierdas tiempo con ese árbol, mañana compramos otro.
-         No quiero, lo puedo arreglar yo, aparte la culpa de todo esto no la tiene el pobre árbol.
-         Bueno, como quieras, pero no te acuestes muy tarde.
Joaquín tomó varias herramientas y algunos alambres, pasó muchas horas dejando las ramas en su lugar. Le vino sueño y se quedó dormido. Se recostó en el árbol que había apoyado en la pared mientras lo arreglaba. Arbolito lo abrazó con cariño y lo acunó toda la noche. Había sido duro lo que le había pasado pero se sentía muy querido por ese niño.
-         ¡Joaquín a tomar la leche! ¿Joaquín, dónde estás?
Se despertó entre las ramas del árbol.
-         Mamá, ya voy.
Se fue rápido a la cocina tratando de disimular que venía del cuarto y no del comedor.
-         ¿Dormiste bien anoche? ¿Terminaste con el árbol?
-         Sí, terminé.
-         Bien, entonces dentro de un rato lo armamos.

Fue así que Arbolito quedó en el comedor mirando hacía la ventana. Veía a la gente pasar. Algunos se quedaban observándolo. Él disfrutaba de todo eso. Algunos amigos de la familia que iban de visita se quedaban admirándolo y decían: “¡Qué hermoso árbol de Navidad!”.  Pero él a pesar de los halagos no se sentía completamente feliz. No podía olvidarse que dentro de unos días estaría otra vez encerrado.
El veinticuatro de diciembre de noche, la casa se había quedado vacía porque todos  habían ido a la iglesia y a visitar a unos parientes. Por la chimenea entró un señor muy gordo todo vestido de rojo y larga barba blanca.
-         Hola Arbolito. ¿Cómo andás?
Era la primera vez que alguien se dirigía a él.
-         ¿Me está hablando a mí?
-         ¿A quién si no?
En ese momento cayó en la cuenta de que él le había contestado. ¡Podía hablar! Tantos años calladito. ¿Por qué no lo intentó antes?
-         ¿Qué te pasa? Soy Papá Noel. ¿No me conocés?
-         Sí señor, discúlpeme. Lo que pasa que otros años no lo vi llegar.
-         Es que los otros años siempre te encontré dormido. ¡Qué bueno que hoy estés despierto! A mí me gusta conversar, pero no encuentro con quién hacerlo. Siempre estoy apurado. Pero este año me dije a mi mismo que iba a hacer las cosas con más tranquilidad.
-         Me parece bien señor Papá Noel.
-         Jo jo jo – Papá Noel largó una de sus clásicas carcajadas – no me llames señor, dime sólo Papá Noel. ¿No te habías dado cuenta que podías hablar, verdad? A casi todos les pasa. Les enseñan que algunas cosas no las pueden hacer y ellos se las creen. Entonces nunca lo intentan.
-         Me da mucha pena no haberme dado cuenta antes – Arbolito se puso triste y algunas de sus luces se apagaron.
-         ¡Pero no! ¡No hagas eso!
-         ¿Qué no haga qué?
-         No te pongas triste, lo importante que hoy te diste cuenta que podías hablar, no mires al pasado.
-         Pero si yo hubiera hablado antes. Le podría haber agradecido a Joaquín lo lindo que me dejó.
-         Todavía estás a tiempo de agradecerle. Ahora sí, no te demores mucho porque cuando sea mayor ya no te va a poder escuchar. Puedes intentarlo más tarde si quieres. Ahora me voy a poner a trabajar – le decía mientras sacaba algunos paquetes de su bolsa roja y los ponía abajo del árbol.
-         ¿Entonces eras tú el que ponía los regalos?
-         Sí claro. ¿Quién más iba a ser?
-         Siempre hablaban de tí pero como nunca te vi, no creí que existieras.
-         Yo existo para el que quiera creer en mí.
Arbolito quedó pensativo. Ahora estaba rodeado de muchos paquetes de todos los tamaños con moñas de colores.
-         ¿Papá Noel, te puedo hacer una pregunta? ¿Por qué, la Navidad dura tan poco? ¿Por qué luego todo se vuelve oscuro? Me guardan en una caja y yo paso muy mal hasta la siguiente Navidad.
-         Pero Arbolito querido, tienes que aprender mucho todavía. Nosotros sólo aparecemos en esta época. Pero eso no nos tiene que poner tristes. Si te pasas todo el tiempo pensando en lo que va a suceder no puedes disfrutar el ahora. ¡No puedes disfrutar la Navidad!
-         ¿Pero que puedo hacer metido en una caja todo un año?
-         A mí no me pasa eso. Yo vuelvo a mi hogar contento por haber cumplido la tarea. Entonces me acuesto a dormir una siesta reparadora, cuando quiero acordar ya es Navidad otra vez. Los seres como nosotros tenemos un propósito y lo cumplimos. Tenemos que estar felices de que hacemos lo mejor que podemos nuestro papel.
Arbolito pensaba y pensaba. Papá Noel tenía razón. Se la pasaba todo el año sufriendo y cuando llegaba la Navidad no la disfrutaba.
-         Arbolito, me tengo que ir. Tengo que ir a visitar a otros como vos y dejar muchos regalitos.
-         Gracias Papá Noel por tus consejos – Arbolito hizo fuerza y movió una sus ramas a modo de adiós. ¡También podía moverse!
-         Adiós Arbolito jo jo jo jo….
Papá Noel desapareció por la chimenea. A Arbolito le pareció ver a un trineo por la ventana alejarse.
Al rato se prendieron las luces del comedor, era la familia que regresaba.
Todos gritaron ¡Vino Papá Noel! Los niños se tiraron abajo del árbol a abrir sus regalos. Arbolito se esforzó por brillar en todo su esplendor en ese momento. Él era un gran árbol de Navidad, el más lindo de todos. Ahora entendía cual era su misión, aunque durara poco no le tenía que importar. El resto del año se quedaría descansando y preparándose para la siguiente Navidad así como hacía Papá Noel. Y cuando se sintiera un poco melancólico recordaría las palabras hermosas que había recibido de la gente.
Pasaron los días. Arbolito no se había animado a hablarle todavía al niño, y pasó lo que tenía que pasar. Esta vez Joaquín se subió con más cuidado al banquito y quitó el puntero. Después siguió con lo demás y así fue desarmando todo el árbol. Luego lo tomó entre sus brazos y fue juntando las ramas con delicadeza. Arbolito sabía que le tocaba la época de receso, había decidido que descansaría y recobraría fuerzas para el próximo año. Le gustaba como Joaquín lo guardaba, lo hacía con mucho cariño. Y de esa forma volvió a su caja, y ésta al baúl.
Cuando Joaquín terminó y se dirigía a  subir las escaleras del sótano que lo llevaban a la casa, escuchó un sonido y se dio vuelta. Quedó perplejo. Hubiera jurado que desde el baúl le decían: “Gracias Joaquín, hasta el próximo año”.


¡FELIZ  NAVIDAD!

Alicia

martes, 7 de diciembre de 2010

Encuentro con las estrellas


Estancia "La Aurora"

Caminaba en la noche. Un pozo en el camino hizo que tropezara. En la caída la linterna se me escapó de las manos. Había quedado a oscuras, me asusté. Sin esa luz no era nada. Me levanté rápido mirando a todos lados. ¿Quién me iba a ver? Pero en la oscuridad descubrí una luz más poderosa. Eran millones y estaban todas para mí. Observé el cielo embelezada. Hacía años que no lo veía de esa forma, no había luna.
Una vez recuperada traté de buscar la linterna, estaba tirada a un costado. Le di varios golpes, no andaba, la caída había sido mortal. Abrí la mochila y la registré en busca de la otra que llevaba de repuesto. ¿A quién se le ocurre salir con dos linternas? ¿Por qué siempre tengo que tener todo bajo control? Estuve a punto de prenderla pero no lo hice. Seguí caminando. Esta vez las estrellas me iluminarían…

Debo admitir que fue una ocurrencia muy loca caminar de noche hasta la estancia “La Aurora”. Imaginaba en mi cabeza el diálogo que hubiera mantenido con mi madre si se hubiera enterado de la expedición.
-         ¡Vos siempre la misma, estás loca! ¡A estas horas vas a andar por ahí, te podés cruzar con alguien peligroso!
Si me cruzo con  alguien va a ser otro loco como yo, así que no hay peligro, pensé.

Hacía tiempo que tenía ganas de ir de noche, porque las leyendas que había entorno a “La aurora” podrían cobrar vida. Se comentaba de luces en el cielo de origen desconocido y marcas en el pasto de objetos extraños. Todos los lugareños concordaban que era un sitio especial. En una de esas descubriría algo…
En frente a la entrada de la estancia, se encontraba la gruta dedicada al Padre Pío, donde muchos devotos iban en busca de ayuda. Su vida llena de milagros y sufrimiento siempre me había interesado. Había sido un hombre muy bondadoso y carismático. Cuentan que el Padre Pío después de muerto, se le apareció al dueño de la estancia para indicarle donde tendría que construir la gruta, y éste así lo hizo.

Caminaba, ya conocía el trayecto, pero nunca lo había recorrido de noche. Eran en total ocho kilómetros entre ida y vuelta. La mochila pesaba un poco, en ella llevaba agua, comida y abrigo. Aunque no hacía mucho frío. ¿Será bueno ser tan precavida para todo? Quizá tendría que aprender a andar más a la deriva. Tenía un poco de miedo. Todavía puedo regresar. ¡No,  después de todos los preparativos no me puedo echar para atrás! Ya falta poco, me animaba. Pero eran mentiras. Todavía quedaba bastante. Me dolían un poco las piernas. Paré para observar el cielo. Se veía maravilloso. A medida que caminaba a lo lejos se divisaba una luz, supuse que era la entrada a la gruta. Me serviría de guía junto con las estrellas.

Los bichitos de luz se me acercaban. Me recordaba a mi niñez cuando vivía en el campo y jugaba con ellos. Me detuve otra vez, tenía que recordar ese cielo. Escuchaba las vacas que mugían a lo lejos y el murmullo de los grillos. No se veía ni un alma alrededor.
Seguí caminando. Ya se me estaba yendo el miedo que había experimentado al principio. Los pies cada vez más rápidos habían logrado cierto ritmo, la luz estaba cada vez más cerca, ahora si faltaba poco…

Llegué a la estancia, había cumplido una gran misión. Pensar que había tenido tanto miedo cuando salí. No fue para tanto.
Me paré junto al cartel que estaba a la entrada. ¡Por fin estoy aquí! Este era el único punto en el cual los dueños permitían entrar a gente desconocida. Me adentré por el caminito que sale a un costado y que finaliza en la gruta. Llegué a donde estaba la imagen del padre Pío. Estaba mucho más oscuro. Busqué un sitio cómodo para quedarme. Encontré una piedra bastante grande alejada de la gruta que sobresalía en el medio del campo. Me senté en ella, dejé  la mochila a un lado y esperé… ¿Esperaba algo? No, no esperaba nada, sólo quería sentir el momento.
Estuve mucho tiempo mirando el cielo. Varias estrellas fugaces lo cruzaron. Se respiraba olor a campo. El mugido de las vacas se escuchaba más fuerte. Se oían otros sonidos que no reconocía. Todo aquello me daba la bienvenida. Me sentía acompañada. ¿Habría alguien más? Sí, estaba rodeada de vida por todos lados. La soledad no existía en ese lugar.
La piedra que había escogido era confortable. Descansé, me llené los pulmones de aire fresco. Aprecié la energía del lugar. Una estrella muy luminosa me llamó la atención y me puse a observarla. Me pareció que era la primera vez que la veía en el cielo y que había aparecido sólo para mí. Mientras me brindaba su luz yo me conectaba con ella. Me sentía parte de todo. Ella existía porque yo estaba ahí y yo también era parte de ella. Estuve largo rato así, simplemente mirando el cielo, escuchando los sonidos del campo, rezando y agradeciendo lo vivido.

Me hallaba muy cómoda sentada en esa piedra, pero era hora de regresar, ya había sido suficiente. Supuse que nadie me extrañaría por ahí ya que vendrían otros viajeros como yo, con sus búsquedas. Miré las estrellas otra vez y les pedí que me acompañaran en el camino de regreso.

Cuando volvía hacía la entrada de la gruta me crucé con un muchacho. No esperaba encontrarme con nadie, lo iluminé con la linterna. Me saludó con amabilidad y siguió su camino. Un sentimiento de culpabilidad me invadió debido a mi hostilidad sin motivos. Me dieron ganas de seguirlo por curiosidad pero no me animé. Yo había tenido mi momento de intimidad, él también quizá lo necesitara.

Retomé el camino dando una mirada de despedida a la estancia, al Padre Pío y a mi estrella. La mochila ya no pesaba tanto, la carga era más liviana. Volvía renovada y contenta. Esta experiencia no se la cuento a nadie. No necesito escuchar más consejos de cómo ser una persona sensata y de las cosas que no debo hacer.

No había sucedido nada singular, no había visto nada raro ni me había encontrado con ningún ser misterioso, pero todo había sido perfecto. Había encontrado mucha paz y una oportunidad para estar conmigo misma, y las estrellas… ellas me acompañaron todo el tiempo.

Hoy es una noche ideal porque no hay luna. Recorro el cielo buscando a mi estrella pero no logro reconocerla entre las luces de la ciudad. Me da un poco de pena no verla. Una sensación inusual me invade y comienzo a percibir una extraña energía que llega desde lejos. ¿De dónde vendrá? No sé…aunque algo me dice que tiene que ver con ella que está por ahí,  en algún lugar, esperando a los peregrinos que en la oscuridad de la noche se animen a encontrarla  y quieran conectarse con la energía de “La Aurora”…

domingo, 5 de diciembre de 2010

Regreso a casa

Caminando hacia el Cabo Polonio

Estuve todo el día pensando en el mar. Cómo me gusta su sonido, me transporta a otra realidad. La suavidad de la arena y el ruido de los pájaros. Ese es mi lugar.  
¿Qué se dirán mientras vuelan? ¿Cuál será su idioma?
La dura realidad me llamó y tuve que regresar. Los tacos altos, la pollera ajustada otra vez. ¿Algún día seré libre? En mi hogar también encuentro la felicidad y la paz. Hefestion mi gato fiel, siempre me saluda cuando entro con un tierno ronroneo. No sé si es por mí o por el plato de leche que sabe que le voy a servir. De todas formas no me importa. Muchas personas deben de actuar de esa manera y ni me entero.
Un ruido sordo me sobresalta.
-         ¡Hefestion!
¡Otra vez el plato de leche derramado!
-         ¡Maldición! ¡Es que no podés tomar la leche sin volcarla!
Odio la leche derramada y más aún limpiarla.
Pobre no tiene la culpa de mi mal humor.
En seguida lo acaricio y su lomo se levanta en un gesto de satisfacción.
Tengo que solucionar esto, no puedo volver de las vacaciones y estar peor que cuando me fui.
Me saco los zapatos. ¡Qué satisfacción!
El sillón cómodo del living me llama y me rindo dulcemente. Necesito un poco de música para relajarme, elijo a Enya. La música me lleva hacia el mar otra vez y todo se transforma en dulces recuerdos. Mientras no pueda volver con mi cuerpo estaré ahí con mi alma…

viernes, 3 de diciembre de 2010

El árbol sabio


Minas

-                     Dime tú gran árbol que lo sabes todo. ¿Cómo puedo descubrir los secretos del universo?
-                     ¿Por qué me preguntas a mí?
-                     He venido desde lejos, me han dicho que eres muy sabio.
-                     Es la sabiduría de los años. Quizás algún día puedas ser como yo.
-                     ¿Cómo lo has logrado tú, estando acá tan solo? ¿De donde viene tu saber?
-                     No estoy solo. Los duendes y las hadas me acompañan.
-                     No he visto a nadie a tu alrededor.
-                     Es que todavía no has desarrollado la visión.
-                     ¿De que visión me hablas?
-                     La visión del otro mundo. Te jactas de ser una gran bruja pero perteneces a un solo mundo.
-                     ¿Cómo te atreves a hablarme así? No me conoces lo suficiente como para decir eso de mí. He hecho los conjuros más difíciles. Mucha gente viene desde lugares remotos a mi cabaña del otro lado del bosque para pedirme ayuda.
-                     Entonces si tienes tanto conocimiento. ¿Por qué estás aquí?
-                     He venido sólo por curiosidad. Un forastero la otra noche me contó de ti y quise conocerte. Me dijo que eras un árbol muy sabio y que tienes todas las respuestas.
-                     Tengo todas las respuestas tanto como tú las tienes.
-                     No, no las tengo, quisiera conocer los secretos del universo pero ya veo que no quieres ayudarme.
-                     Sin desarrollar la visión nunca los conocerás.
-                     No me interesa ver a esos seres mágicos que tú nombras. Quiero poder lograrlo todo. Mejorar mis hechizos y ser la bruja más respetada de la región.
-                     Te voy a ayudar. Lo que tienes que hacer es tratar de percibir al otro mundo, sobre todo escuchar al viento, él trae sus mensajes.
-                     ¿Cómo me comunico con él? ¿Qué debo hacer para entender su idioma?
-                     Tienes que abrirte a la naturaleza. Si te entregas a ella, todos los secretos se te revelarán inclusive los del universo.
-                     No entiendo lo que dices, tratas de confundirme. No veo duendes ni hadas. ¡Lo único que veo es a un árbol viejo y engreído! Al viento tampoco lo escucho.
-                     ¡Están acá conmigo, esfuérzate en verlos, haz el intento!
-                     ¡Vamos gran bruja, escúchame!
-                     ¿Quién dijo eso?
-                     ¡Acá estoy! Soy el duende de las piedras blancas. ¿Acaso no me ves?
-                     ¿Lo oyes ahora?
-                     Sí, ahora sí, pero no lo veo, sólo oigo su risa.
-                     Los duendes son así.
-                     ¿Pero a dónde se ha ido? Ya no lo escucho.
-                     Está acá sentado sobre mis raíces.
-                     No logro verlo.
-                     Él ha permitido que lo escuches porque ha ido a tu mundo. Los duendes tienen facilidad para cruzar de un lado al otro. Esto ha sido una demostración. Ahora tu trabajo sigue.
-                     No sé, no sé… Ahora no estoy segura de haberlo escuchado. La duda me invade. ¿Por qué se fue?
-                     Fue sólo una pequeña muestra para que creas en nosotros.
-                     ¿Habré estado equivocada todo este tiempo? ¿Existirán los seres mágicos? ¿Habré perdido el tiempo con mis hechizos?
-                     No, no has perdido el tiempo, el deseo de mejorar te ha traído hasta aquí. Pero no te quedes con eso solamente. El otro mundo está ahí para el que quiera verlo.
-                     No entiendo mucho ese mundo del cual me hablas, pero te agradezco gran árbol que me hayas permitido saber de él y disculpa mi ignorancia.
-                     La noche se acerca, será mejor que te vayas o no verás el camino y te perderás en el bosque. Y recuerda al viento. No te olvides de él.
-                     Trataré de hacerlo. Adiós gran árbol. Espero mejorar la visión y poder cruzar al otro mundo así como hacen los duendes. Prestaré más atención a partir de ahora a los mensajes del viento, quizá él me revele sus secretos…

jueves, 2 de diciembre de 2010

Las cosas que hace el fútbol

18 de julio y Ejido en época de mundial

Este cuento lo escribí hace unos meses debido a la fiebre del mundial que atacó a todos los uruguayos.


¿Fútbol? Nooo, a mí no me gusta el fútbol. Es un deporte que incita a la violencia. A la gente civilizada no le gustan esas cosas de hombres de las cavernas. ¡Por favor!
Empezaba el mundial y no estaba nada entusiasmada. Tendría que sobrevivir a todo un mes de fútbol. ¡Qué horror!  Pensaba mirar algún partido en el que jugaran los cuadros grandes. También miraría a Uruguay, pero sólo si no tenía otra cosa más importante que hacer. Y jugó Uruguay. Comenzó con empate, no fue tan malo. Por lo menos no perdió. No quedamos tan mal como otras veces.
En el segundo partido estaba un poco más entusiasmada. Fui con unas amigas a una cafetería a mirarlo. Si bien no le prestamos atención al partido en su totalidad. Salimos contentas. ¿Pero qué pasa con Uruguay? Parece qué está jugando bien. ¡Ganó contra el equipo anfitrión!
Después nos tocó jugar con los mexicanos. Ahora sí, con estos marchamos. Pero no fue así, ganamos. ¡Increíble! ¡No lo puedo creer! Estoy sorprendida. Qué lindo lo que estaba pasando. La gente tenía  otro estado de ánimo. Voy caminando por la calle y en todas las esquinas se escuchaba hablar de Uruguay.
El sábado de mañana jugaba con Corea. Estos chinos nos van a matar.  Pero quién sabe, son chiquitos. Quedé en encontrarme con una amiga en su casa. Se me hizo tarde de los nervios.
El día anterior me había comprado una revista porque salía con un póster de dos de los mejores jugadores del equipo uruguayo. Ahí comencé a observar que estaba actuando un poco extraño. Hacía un montón de tiempo que no compraba una revista de nada.
Iba caminando apurada con mi póster abajo del brazo y escucho goool! ¡No tenía con quién festejar! Empecé a correr. Llegué a la casa de mi amiga y me uní a sus festejos. ¡Me lo había perdido por nada! Al rato de estar sentadas en el living mirando la tele, Corea nos empata. Nos pusimos tristes. A los pobres coreanos los llenamos de insultos. Con este gol ellos nos habían empatado así que todavía teníamos chance de ganar. Después, nosotros les metimos otro gol. Volví a saltar contenta, y a abrazarme a mi amiga. Me asomé a la ventana a unirme al grito popular de gol de la calle. Después que me tranquilicé, me di cuenta lo desaforada que estaba ¿Yo gritando un gol por la ventana? Ganamos el partido.
Empezaba a preocuparme, algo raro me estaba pasando. Estaba horas mirando los programas deportivos. Todos los análisis de las jugadas. Esos programas estúpidos en los que siempre se pelean por el fútbol. Espero que esto no sea grave.
Se vino el partido contra Ghana. Como era un día de semana, me llevé el póster para colgar en la oficina. Mis compañeros protestaron y me impidieron colgarlo. ¡Manga de envidiosos!
En el primer tiempo, empezamos mal, nos iban ganando. Para el segundo tiempo me fui enojada del trabajo, estaba furiosa. Fuimos con una compañera a terminar de mirar el partido a la misma cafetería de la otra vez. En una de esas serviría como cábala. Estábamos todos los presentes atentos al monitor. ¡Empatamos! Gol de Forlán. Ese tiro certero, espectacular. Salté como loca y me abracé a la chica que tenía al lado que no conocía. Mi amiga Ana estaba petrificada en la silla, no se movía. Y esto... esto... recién empezaba... Los que sufrían del corazón, pobre de ellos, la que les esperaba...  En los últimos minutos del partido pasó de todo. Uno de los mejores jugadores de Uruguay, en un acto desesperado, sacó la pelota con la mano justo cuando pretendía entrar en nuestro arco. ¡Penal! En un segundo todas nuestras ilusiones cayeron a tierra. ¡Ya está, marchamos!
¡Le va a errar, le va a errar! Pensaba tratando de hacer fuerza. Nuestro golero es mucho mejor que él. El jugador se preparó, corrió ¡le erró! Me puse a saltar. Terminó el partido, quedamos empatados. Los nervios me consumían. Me tomé el café qué había pedido hacía un rato, tratando de tranquilizarme. Me decía a mi misma: Es sólo un partido. ¡Es sólo un partido! No encontraba palabras que me tranquilizaran. Sufrimos un alargue sin goles, así que fuimos a los penales para sufrir aún más. Hacía tiempo que no pasaba tantos nervios. Nuestro golero atajó dos, erramos uno. Cuando Uruguay  tiró el último penal, yo no había contado los goles, todos gritaban pero no sabía si el partido había terminado. Le pregunté al mozo, que me grita: ¡Sí se terminó, ganamos! Salimos a festejar, todo el mundo gritando por Uruguay en las calles. ¡Qué lindo!
Los goles y los penales los vi miles de veces, y al terminar siempre se me caía un lagrimón de la emoción  ¡Qué me está pasando! Esta no soy yo. A mi no me gustaba el fútbol.
Al otro día fui a trabajar con ojeras. Los programas deportivos terminaban muy tarde y yo tenía que verlos todos. Hacía zapping para no perderme ningún detalle. Mi página de facebook desde hacía días se había transformado en la página de un fanático del fútbol. Sólo contenía enlaces a todas las páginas de los jugadores. Mi único tema era el fútbol. No hablaba de otra cosa. ¡Socorro!
Se aproximaba la fecha del partido que nos permitiría llegar a la final. La gente andaba nerviosa. En todos lados era de lo único que se hablaba, y yo era una más. Esta vez perdimos. Estuve con la cabeza gacha varios días. Aquel día llegué a casa llorando a pesar del buen desempeño de Uruguay. Otra vez me repetía: Es sólo un partido. La esperanza de ser campeones se esfumó. Seguimos participando y en el último partido también perdimos. No saldríamos ni siquiera terceros.
De todas formas, a pesar de la derrota, seguí mirando todos los programas deportivos, pero con bronca, cuando llegaba la parte de los goles que le habían hecho a nuestro cuadro, tenía que cambiar de canal porque me ponía a llorar.
Alicia, es sólo un partido. Me repetía constantemente. Pero esas palabras que me decía a mí misma no me alcanzaban de consuelo. ¿Será que sólo son partidos?
Se terminó el mundial, Uruguay salió cuarto, nuestro goleador Diego Forlán, se llevó el balón de oro, por haber sido el mejor jugador. A pesar de la derrota llegamos muy lejos.
Todavía me sigo preguntando si el mundial eran sólo partidos o algo más. El país estará esperando la llegada de los jugadores. Y yo estoy esperando que esta fiebre del fútbol se me vaya.
¿Cuándo empieza el próximo torneo? ¡Arriba Uruguay! ¡Qué la magia continúe!