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Era muy joven cuando tuvo a Joaquín. Cuando conoció a Felipe su novio, pensó que el amor iba a ser para toda la vida. Pero sólo duró unos meses. Los suficientes como para concebir un hijo. Un niño muy lindo y tranquilo. Una vez que salió de su vientre, Andrea, no sabía que hacer con la criatura. Su vida ya no sería la misma. ¿Qué haría con eso? Tenía mucho miedo. No estaba preparada. Lo supo desde el primer momento cuando se enteró que iba a ser madre. La opción del aborto le daba más miedo y sentía que no podía volver atrás. Felipe dijo que la ayudaría, pero él también era un niño, y fue a llorar junto a su mamá cuando se enteró de la noticia. Al principio permaneció en contacto. Luego las visitas se hicieron menos frecuentes, hasta que un buen día desapareció y no lo volvieron a ver. Ella vivía con su madre. El padre había muerto hacía unos años. Ahí comenzó la vida de Andrea, a los quince años, antes sólo habían sido fantasías… Tuvo que salir a trabajar, la madre tenía un kiosco y ella empezó a ayudarle. Lamentaba el poco espacio que le quedaba para los estudios. Ahora su vida transcurría entre su hijo, el liceo y el kiosco.
Un día cuando tenía veinte años y estaba en el parque observando como su hijo jugaba, se hizo consciente de cómo había transcurrido el tiempo, y de cómo la vida había pasado por ella sin que se diera cuenta.
- ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mirá que alto vuela mi cometa!
Andrea lo miraba con dulzura. Su hijo era todo para ella.
Pero…¿hasta cuando tiene que ser así?
Después de Felipe, no se había interesado por ningún otro hombre. En el fondo seguía pensando que algún día volvería. ¿Sigo esperándolo o es una excusa para no vivir?
Se consideraba toda una madre. En algún lugar había perdido su rol de mujer.
Siguieron pasando los años. Joaquín tenía ya diez y para ella era todo un hombre. El niño veía a su madre muy dedicada a él y a ninguna otra cosa más.
- Mamá te tenés que conseguir un novio – le dijo un día mientras hacía los deberes.
- ¿Te parece?
- Sí, todavía no estás tan vieja mamá.
“Todavía no estoy tan vieja”, se repitió Andrea, es un gran aliento.
- No empieces con pavadas, Joaquín. Te estás distrayendo y no vas a terminar los deberes para mañana – rezongó.
- Pero es cierto mamá, aparte escuché a la abuela decirlo.
- La abuela que se meta en sus asuntos.
Dicho esto último se arrepintió al instante de sus palabras.
Joaquín se quedó callado, no volvería a hablar del tema.
- Mamá, hoy cuando estaba en el kiosco, jugué a la lotería por vos.
- ¿Qué? ¿Para? Sabés que no me gusta jugar.
- Sí, ya sé, pero… en una de esas…
- Me parece que no te falta nada, ¿no?
- A mí no, pero a vos no sé.
Al decir estás últimas palabras, Joaquín se dio cuenta que había metido la pata otra vez.
- No empezarás otra vez con eso del novio, ¿verdad?
- No, no, pero si tuviéramos más plata en una de esas no tendrías que trabajar tanto, no sé… digo…
Andrea acarició con ternura la cabeza de su hijo, jugando con su pelo.
- Vos, no te tenés que preocupar por esas cosas, ¿me entendés? Yo estoy bien. ¿Acaso me ves mal?
- No, mal no, pero estás siempre sola. Alguno de mis amigos, tienen a sus padres juntos.
- Sí, eso sería lo ideal, pero no siempre se puede. Bueno, seguí con los deberes, que yo voy a terminar de cocinar – le dijo mientras huía hacia la cocina.
Odiaba cuando Joaquín empezaba con esas cosas. ¿Tendría razón en lo que le decía?
No quería pensarlo, estaba tranquila como estaba, no quería que nada perturbara su vida.
Al otro día, Joaquín entró a la casa corriendo, estaba muy agitado.
- Mamá, mamá ¡No lo vas a creer!
- ¿Joaquín, qué te pasa? ¡Mirá cómo estás!
Se apoyó en la pared, tirando la mochila a un costado, le daba trabajo respirar.
- ¡Ganamos mamá!
- ¿De qué estás hablando?
- ¡De la lotería mamá!
Tomo a su madre de la cintura y empezó a hacer giros con ella.
- ¡Joaquín, me vas a tirar al suelo! ¡No entiendo nada!
- ¡Qué ganamos a la lotería, mamá!
- ¿En serio?
- Sí, mamá, ganamos un montón. Porque saqué la grande, yo no te dije nada pero había jugado todos mi ahorros.
- ¿Joaquín, invertiste todos tu ahorros? ¿Cómo pudiste? ¿Y si perdías todo?
- ¡Pero no perdí mamá, gaaa naaa mooos!
Saltaba con alegría. Andrea se sentó en la mesa del comedor tomándose la cabeza con las manos, no podía pensar con claridad.
A partir de este hecho las cosas mejoraron para ellos, al tener más dinero en la casa se respiraba un ambiente de paz y tranquilidad.
Pero Andrea seguía sin novio…
Pasaron los años, Joaquín ya había formado una familia. Él ya no le decía más nada a su madre de tener pareja. Entendía que ella era feliz a su manera. Dejó de sentirse culpable por el hecho de que se hubiera dedicado tanto a él, y que por ese motivo hubiera dejado de lado su vida. Después de todo, había sido su elección y él no podía hacer nada. Así como también había sido elección de Felipe, su padre, nunca más volver. Joaquín se encontraba felizmente casado, y con dos niñas. Andrea vivía sola, su madre había fallecido hacía unos años. Joaquín pasaba a visitarla seguido con sus hijas.
Andrea nunca se sintió sola. A pesar de haber estado casi toda su vida sin pareja.
Su vida la había enriquecido con Joaquín y sus nietas. Le gustaba mucho leer. Ahora que tenía menos ocupaciones, había retomado la lectura de todos los libros que había acumulado a lo largo de su vida, y que por falta de tiempo nunca había leído. Iba al parque donde jugaba con Joaquín cuando era chico, se sentaba al aire libre a disfrutar de las tardes soleadas.
- Permiso, ¿me puedo sentar?
Andrea levantó la cabeza del libro y observó a un hombre de mediana edad que le hablaba.
- Sí, por supuesto – le dijo al señor corriéndose a un lado para darle lugar.
El rostro del caballero le resultaba familiar, pero no quiso pensar quien podía ser, su memoria estaba empezando a fallar y la lectura estaba muy entretenida.
- ¿Andrea, sos vos?
Andrea levantó la vista y miró fijo a Felipe a los ojos. En realidad lo había reconocido en seguida, pero su mente no había querido aceptarlo. Se quedó sin palabras.
- Andrea disculpame, no te quiero molestar. Pasó demasiado tiempo. Me fui del país hace mucho, no tuve el valor para despedirme.
Andrea lo observaba atónita. El tiempo se había detenido. Escuchaba que él le hablaba, pero no llegaba a entender nada, como si le estuviera hablando en otro idioma. Lo único que pudo hacer fue levantarse tratando de no perder el equilibrio e irse caminando con lentitud.
Cuando llegó a su casa, se preparó un té y se sentó en la mesa del comedor. Estuvo horas revolviéndolo. No le había puesto azúcar. El sonido monótono de la cucharita golpeando la taza no le permitía salir del trance en el que estaba. El timbre sonó varias veces.
- ¡Mamá, mamá!
Dejó la cucharita a un lado de la taza y fue hacia la puerta como una sonámbula.
- Mamá soy yo, Joaquín, dale abrime que empezó a llover. ¿Qué hacés a oscuras? ¿Te habías acostado?
- Es que me duele la cabeza – dijo titubeando.
- Bueno, andá a acostarte, yo sólo te hice algunos mandados, dejo todo y me voy.
Le dio un beso en la mejilla y fue hacia la cocina con los paquetes del supermercado.
- ¿Mamá, estás segura que estás bien?
- Sí hijo, estoy bien, andá tranquilo.
Joaquín salió de la casa corriendo para esquivar la lluvia.
Al otro día, Andrea se despertó sintiéndose con una sensación extraña, era como si hubiera dormido años. Sí, fue un sueño, se dijo, sólo un mal sueño. Sacudió la cabeza, se desperezó y se dispuso a comenzar la jornada. Era un día gris, estaba lloviendo. Mejor, así no voy al parque…
Transcurrieron las horas, no tuvo otra opción que reconocer lo que había sucedido. No podía ocultar lo que había pasado por más que quisiera. Era presa de muchos sentimientos encontrados.
Sí, mejor que llueva, que llueva por varios días…
Los días de lluvia cesaron y Andrea volvió al parque.
- ¿Andrea me puedo sentar contigo otra vez?
Ahí estaba de nuevo, la razón de su mal dormir de los últimos días.
- Me gustaría hablar contigo, no creas que no soy consciente de todo el tiempo que pasó.
Andrea lo interrumpió y comenzó a hablar como un autómata. Le dijo todas las cosas que había guardado por años. Las palabras salían de su boca, pero eran como de otra persona. Sólo lograba captar de las frases que decía, algunas palabras sueltas y por momentos inconexas: “hijo”, “tiempo”, “nietas”, “olvido”, “perdón”, “rencor”, “madre”, “muerte”, “soledad”, “amor”…
Se despertó temblando, alguien le hablaba.
- ¿Mamá, estás bien?
Andrea se incorporó y lo que vio la horrorizó. Estaba en su cama, Joaquín le tomaba la mano y Felipe estaba parado observándola con un gesto cariñoso.
- Mamá, te caíste en el parque y este señor te trajo hasta acá. El médico dijo que sólo fue un desmayo porque te bajó la presión, por suerte no es nada grave.
Andrea tomó fuerzas y con energía se sentó en la cama.
- Bueno, muy bien, le agradezco mucho lo que hizo por mí, Joaquín acompaña al señor a la puerta, por favor.
Una vez recuperada volvió al parque.
No voy a dejar de ir al parque por causa de él, se decía.
Comenzó con su rutina de nuevo. Iba al parque todos los días. Presentía lo que iba a encontrar. Las primeras veces él se acercaba con timidez esperando su aprobación.
La esperaba todo los días. Se sentaban juntos. Felipe le hablaba de su viaje, de la vida dura que había llevado en el extranjero, alejado de los afectos. Ella se remitía a escuchar sin juzgar, al rato se levantaba y se iba caminando tranquila a su casa. De a poco le iba volviendo la paz al alma. Se estaba liberando de un gran peso que había llevado por años sin darse cuenta. Más adelante él comenzó a acompañarla hasta la puerta. Ella le contaba cosas de su hijo, como había sido su infancia sobre todo.
Sus vidas comenzaban a reconstruirse.
- Mamá, mamá, apurate que vamos a llegar tarde.
- ¿Cómo estoy?
- ¡Estás preciosa!
- Gracias, pero ya no estoy para estas cosas. Yo no quería…
- Nunca es tarde mamá. ¿Te acordás cuando te decía que te tenías que conseguir un novio?
- Si, me hacías la vida imposible.
- Bueno… al final me hiciste caso…
Se abrieron las puertas de la iglesia, Felipe estaba esperando emocionado a Andrea frente al altar. Después de tanto tiempo de andar por el mundo perdido, por fin tenía una familia.
Joaquín estaba orgulloso de poder llevar a su madre del brazo, y de haber recuperado a un padre que había creído inexistente casi toda su vida.
Andrea vivía la experiencia como dentro de una película. Casarse con sesenta años no habían sido sus planes.
Menos mal que no me conseguí un novio cuando Joaquín me lo reclamó, pensaba. Todavía no es tarde para empezar…