sábado, 3 de diciembre de 2011

El asado

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia...


-         ¡Apurate que después tengo que hacer todo yo!
-         Siii, ya voy.
Ernesto con mala cara iba a ayudar con los preparativos. Siempre lo hacía, aunque no evitaba descansarse un poco en ella: “Vos hacés todas las cosas mejor que yo”. Para Susana esta frase ya no era más un halago. Los famosos asados que organizaban ya no le interesaban. No estaba en edad de andar corriendo atrás de los invitados sirviéndoles, y ordenando lo que iban tirando alrededor. Aparte de todo, con el paso de los días, seguía encontrando manchas extrañas en lugares recónditos de su hogar.
Siempre era lo mismo cuando se reunían, la mayoría del tiempo lo dedicaban a hablar de otras personas. Una vez que se ubicaban los invitados, a veces Cecilia se apartaba del bullicio y observaba silenciosamente. Primero, elegían a un candidato, todavía no tenía claro en que se basaban a la hora de la elección, qué criterios manejaban ni de que dependía. Quizá fuese al azar. Luego comenzaban a hablar no muy bien por lo general de esa persona, y si era uno de los invitados, cuando éste llegaba, cambiaban de víctima con rapidez.
¿Extraño, no?
-         ¡Susana, Susana, me parece que tocan timbre!
¿Vos no te podés mover acaso?
-         Ya voy amor.
-         ¡Susana, tanto tiempo! ¡Pero qué linda que estás!
-         Gracias, andá pasando para el fondo, que ya llegaron casi todos.
¿Me tocará en algún momento ser la víctima? Por suerte la mayoría de los asados los hacemos en casa…
Estaba el cuadro bastante armado, no era un grupo muy numeroso.
Alejandro y Mónica, una pareja bastante simpática, se llevaban bien, él era ingeniero y ella enfermera. Evangelina y Juan Andrés, recién casados, nada que decir por ahora. Rafael, que siempre venía acompañado de la chica de turno, aunque esta vez, había venido solo. Marisa y Claudia, las dos hermanas, una divorciada y la otra soltera. Faltaban Cecilia y Carlos.  Siempre llegaban tarde.
Hacía rato que la conversación sólo iba del fútbol a la política, y por momentos rozaba de soslayo con el medioambiente y la inseguridad.
Es cuestión de tiempo, pensaba Susana
¿Te enteraste lo de Cecilia? – comentó Claudia mientras servía la bebida a los presentes.
-         No, no sé nada ¿Qué le pasó?
¡Yo sabía!
Pobre Cecilia. ¡Qué llegue pronto!
-         Parece que se consiguió un novio mucho más joven que ella.
-         ¡Fantástico!
Ups… demasiado efusivo.
-         ¿En serio? No te puedo creer – dice Susana con cara de compungida – pero se llevaba muy bien con el marido.
Lo bien que hizo.
-         Sí, y se siguen llevando, porque en realidad no están separados – saltó Alejandro mientras atizaba el asado.
-         Bueno entonces lo que se consiguió Cecilia fue un amante no un novio.
-         Sí, sería más adecuado llamarlo así. Pero como que la palabra “amante” me suena feo, viste.
Todos los presentes estallaron en carcajadas.
Eso es lo que te haría falta a vos, así te dejás de andar con cuentos.
-         En los tiempos de ahora se usa mucho “intercambiar” – alegó Alejandro mirando a su mujer.
-         Si está bien, yo voy a hacer varios “cambios” más que “intercambios”.
-         Vos, no te hagas la loca.
Alejandro amenazaba en broma a Mónica con un cuchillo que había tomado de la mesa.
-         Pero volviendo al tema de Cecilia. El marido siempre fue medio raro, porque nadie de nosotros lo conoce mucho. Ella muchas veces viene sola. A mi me parece que él no es muy compañero
-         Claudia, eso no tiene nada que ver, porque a veces se pueden entender en la intimidad. ¡Qué ganas va a tener el pobre hombre de conocernos a nosotros!
Seguro. ¡Bien dicho Rafael!
-         Para mí que ella se consiguió otro porque él ya tenía algo por ahí.
Era la hora de que participara Marisa, la hermana de Claudia. Y que comenzara a condimentar la historia.
-         Pero si ese hombre tiene una cara de bueno…
-         ¡Dejate de pavadas Ernesto, los que son así pueden ser los peores! ¿Susana, te pasa algo? Te quedaste callada – dijo Claudia.
-         Es que estoy ocupada acá con la ensalada, apenas escucho.
A veces pienso que sería mejor no escuchar ¿será pecado renegar de eso?
-         ¡Bueno, todo el mundo a la mesa! ¡Ya está pronto el asado! – gritó Alejandro
El grupo avanza a la mesa y van ocupando sus lugares.
Hasta ahora los que se salvaban de pecado eran  Evangelina y Juan Andrés. Los únicos que no se interesan mucho por la vida de los otros, al menos hasta que alguien del grupo los pervierta.
Sonó el timbre.
Susana salió corriendo, ya imaginaba quién era.
-         Hola Ceci. ¿Cómo andás? Justo estábamos a punto de empezar.
Mientras Susana abría la puerta, vio que venía acompañada de un chico bastante buen mozo, de unos veinticinco años.
-         Susana, te presento a mi primo, Andrés, vive en Buenos Aires. Se está quedando unos días con nosotros. Pablo no vino porque está terminando un proyecto, viste que es un poco ermitaño.
-         ¡Encantada de conocerte! Estábamos hablando de vos justamente.
-         ¿De mí? Pero si nadie me conoce acá.
-         No hagas caso es una broma – le dijo Cecilia al muchacho tomándolo por los hombros para que entre a la casa.
Pobre chiquilín, no sabe donde se mete.
-         Ceci  ¿Me podés hacer un favor?
-         Sí, claro.
-         Cuando presentes a Pablo a los demás, no digas a nadie que es tu primo. ¿Me hacés ese favor? Después te cuento…

miércoles, 30 de noviembre de 2011

La carta


Los perros ladraban, se asomó por la ventana y vio al cartero que se iba.
¿Qué extraño? Hace mucho tiempo que no viene el cartero por acá.
Se puso un abrigo y salió al jardín. Fue hasta el portón de la entrada y abrió el buzón. Tomó la carta, estaba dirigida a ella. Dio vuelta el sobre para ver el remitente. No podía creer lo que estaba leyendo. Las manos le comenzaron a temblar. Guardó la carta en el bolsillo y entró a la casa. De inmediato sintió unas ganas inmensas de deshacer de ella o de que todo eso fuera un sueño. Tomó la carta pero le quemaba en las manos.
¿Por qué después de tanto tiempo una carta de él? La volvió a guardar.

No había tenido novedades de Ernesto desde aquella noche en la que se fue sin dar explicaciones. Ella había quedado desconsolada, pero poco a poco las lágrimas fueron borrando el dolor. Estuvo esperando mucho tiempo cualquier tipo de señal de parte de él. Ahora que tenía una carta no sabía que hacer con ella.
¿Cambiaría en algo lo sucedido el tener una respuesta?
Estuvo toda la mañana dando vueltas. Tenía que ponerse a realizar las tareas de la casa pero le faltaba energía. No se podía concentrar en nada. Ese día llegaba Pedro del viaje y eso la ponía nerviosa, pero era mejor así, se lo contaría todo.
Había guardado la carta en un lugar donde nadie la pudiera encontrar. Trataba de olvidarse aunque fuera por un rato de todo lo sucedido. Dedicó el resto de la mañana a cocinar algo rápido para sus hijos. Los niños estaban por llegar de la escuela. Escuchó el ruido de la bañadera que los  traía. Entraron golpeado la puerta y haciendo un gran escándalo. Sebastián se colgó del cuello de su madre.
-         ¡Mamá! ¡Mamá! Puedo ir a jugar a lo de Julián.
-         Sólo si Martín va contigo.
-         ¡Mamá! Tengo que estudiar, no puedo.
-         A Martín no le gusta ir a lo de Julián, le da mucha vergüenza porque su hermana lo mira.
-         Dejate de decir estupideces Seba.
-         Sí, es por eso, ella anda diciendo en la escuela que es el novio.
Martín se marchó enojado al cuarto sin decir palabra.
-         Sebastián, no digas esas cosas, a Martín no le gusta.
-         Bueno, esta bien, pero es verdad. ¿Podré ir solo por esta vez? La mamá de Julián me dijo que después me trae a casa.
-         Decile a tu hermano que te acompañe, no tiene por qué quedarse. Pero que se asegure que la madre de Julián te traiga a casa temprano. ¿Entendiste?
-         Sí, mamá, gracias – Le dijo dándole un beso.
Los chicos se fueron y otra vez volvió el silencio a la casa.

La carta, la carta. ¿Qué haría con la carta?
Escuchó el ruido de un auto, era Pedro que regresaba del viaje. Abrió la puerta y tiró las valijas. Fue corriendo al encuentro de los brazos de su esposa.
-         ¡Hola mi amor!
-         ¡Pedro! ¡No sabés como te extrañé!
-         Bueno, pero ya estoy en casa otra vez. Te escuché un poco preocupada cuando hablamos por teléfono. ¿Qué me tenías que decir?
-         Mejor comemos y después te cuento. ¿Sí? No tiene mucha importancia. Creo que exageré un poco.
-         Cómo quieras, estoy un poco cansado.
Luego de comer se sentaron abrazados en el sillón del living. Había sido un invierno duro. Él había prendido el fuego. Ella sentía el calor del hogar. Se quedaron abrazados los dos por largo tiempo mirando el fuego. Ella sabía que en cualquier momento Pedro le preguntaría que era lo que tenía que contarle. ¿Por qué le dije que tenía que hablar con él? Ahora no puedo escapar.
Pedro intuía algo, no se animaba a iniciar la conversación.
Ella caminó hacia el fuego. Se quedó de espaldas a Pedro mirando como las brasas consumían todo. Metió la mano en el bolsillo y sacó el sobre que aún estaba cerrado.
-    ¿Amor, estás bien?
-         Sí Pedro, ahora que volviste estoy mucho mejor.
Se sentó nuevamente a su lado acurrucándose en su pecho. Pedro guardó silencio y no volvió a tocar el tema. El fuego cobró vida y terminó con el pasado.

sábado, 2 de julio de 2011

La buhardilla

Castillo Pitamiglio

La buhardilla era un lugar misterioso. El culpable de las fábulas que existían en torno a ella era el abuelo Mario, que con sus incontables historias asustaba a los niños, Martina y Andrés.
Alguna vez tomados de las manos subieron las escaleras, pero los ruidos y murmullos los hacían desistir y luego demoraban varios meses en realizar otro intento.
-         ¡Martina! ¡Martina!
-         ¿Qué querés? Estoy estudiando. ¡No molestes!
-         Me parece que tendríamos que subir hoy.
-         ¿Hoy, y por qué hoy?
-         Todos se van a la ciudad, yo no tengo ganas de ir. Les podemos decir que nos quedamos estudiando.
-         Yo sí me voy a quedar estudiando. Vos tendrías que hacer lo mismo.
-         ¡No empieces a retarme como siempre! Tengo buenas notas, no son tan excelentes como las tuyas pero están bien.
Andrés estuvo un rato tratando de convencer a su hermana. Martina era una niña muy aplicada pero a la vez le divertían las travesuras del hermano, así que muchas veces se dejaba llevar por él. La buhardilla era un lugar interesante para ambos. Tenía un atractivo especial porque era un lugar prohibido. Hacía tiempo que entre los dos había un pacto en el que se prometieron mutuamente descubrir sus misterios. Formaban un equipo.
En la casa no quedó nadie. La sirvienta estaba enferma. Los padres de los niños no se quedaron muy conformes en dejarlos. Pero a la vez pensaban que ya no eran tan pequeños y bien podían quedar solos por un par de horas.
Se asomaron por el hueco de la escalera que iba hacia lo alto. Estaba muy oscuro.
-         Martina prendé la luz, no se ve nada.
La niña estiro el brazo pero la llave estaba rota.
-         Está rota Andrés. ¿Qué hacemos? Me da miedo subir a oscuras. ¿Cuándo se rompió? La última vez que llegamos hasta la puerta andaba.
-         No importa, tengo una linterna, la traje porque no sabemos si adentro tendremos luz.
Los niños subían escalón a escalón. Se escuchaban los chirridos de la madera al pisar. En cada paso se abrazaban un poco más.
-         ¡Andrés me estás lastimando!
-         ¡Pero si sos vos la que se me pega como chicle!
Martina orgullosa se separó de él al instante. Se tomaron de las manos.
-         ¿Qué más te contó el abuelo Mario la última vez?
-         No vas a querer saberlo.
-         ¡Contame por favor!
-         Parece que en esta casa hace muchos años vivía un niño que se llamaba Pedro. Un día escuchó unos ruidos y subió solo. Entró pero al querer salir no encontró la puerta. Según el abuelo una vez que entrás a la buhardilla la puerta desaparece y no podés regresar. La única manera es que alguien de afuera entre.
-         ¿Y que le pasó a ese niño, Andrés? ¡Me estás asustando!
-         Nunca lo encontraron.
-         ¿Cómo que nunca lo encontraron?
-         Sí, no se sabe bien, según el abuelo, ahí adentro también hay otras puertas que te llevan a lugares desconocidos.
-         ¡Andrés yo no voy a entrar!
-         ¡Martina, prometiste que me ibas a acompañar!
-         Sí, pero esta última historia yo no se la había escuchado al abuelo. Yo sólo sabía que ahí adentro podía haber algún genio malo o duende. Pero no sabía que los niños desaparecían.
Martina comenzó a llorar.
-         ¡Martina no llores!
Las lágrimas de la niña corrían desconsoladamente por el rostro.
-         Martina no te va a pasar nada, estás conmigo – Le dijo Andrés secándole las lágrimas con un pañuelo que llevaba en el bolsillo.
-         ¿Pero si quedamos encerrados?
-         No vamos a quedar encerrados porque no vamos a cerrar la puerta. Le ponemos algo para que no se cierre.
Martina no estaba muy convencida, pero no quería decepcionar a su hermano y siguió subiendo la escalera, cada vez más aterrada.
Llegaron a la puerta. Andrés tomó el pestillo y lo dio vuelta. Estaba trancada. Tomó un poco de impulso y empujó con fuerza. La puerta se abrió.
 Un frío intenso salió de la habitación. Andrés trataba de alumbrar con la linterna pero la luz era absorbida por la oscuridad.
-         ¡Andrés, no vamos a entrar ahí!
-         Bueno si está bien – Andrés tartamudeaba
-         Esperá, dejame ver si al lado de la puerta hay alguna llave de luz.
-         ¡No metas el brazo ahí Andrés!
-         ¡Por favor Martina, no me estás ayudando!
-         Tranquila, sólo voy a tantear para ver si encuentro la luz.
El brazo del niño se introdujo en la oscuridad. Tocó la pared, encontró una llave. La levantó. Al instante todo quedó iluminado.
Los niños se asombraron con lo que vieron. No era una habitación tan desagradable. Estaba todo ordenado.
-         Martina ¿Entramos? No parece que haya nada malo acá adentro.
-         No estoy segura. Pero no cierres la puerta.
Andrés dejó la linterna entre la puerta y el marco para asegurarse que no se trancaría sola.
Se tomaron de las manos de nuevo, y fueron dando pasos cortos hasta entrar en la habitación. Había un escritorio, una biblioteca, un sillón. Todo estaba limpio y ordenado.
-         Este no parece un lugar donde desaparezcan los niños.
Escucharon unos pasos en las escaleras, se abrazaron. No tuvieron tiempo de esconderse.
-         ¡Chicos son ustedes! ¡Son unos sinvergüenzas! ¿Cómo se animaron a venir hasta aquí con todas las historias que les inventé?
-         ¡Abuelo! – gritaron los niños al unísono.
El abuelo reía a las carcajadas.
-         ¿Qué estás haciendo acá abuelo?
-         Aaah bueno tus padres me llamaron. Se demoraron y tenían miedo por ustedes porque  estaban solos. Les dije que yo vendría a cuidarlos un rato. No vivimos tan lejos.
-         ¡Nos pegaste un gran susto!
-         Abuelo, acá no hay nada raro. La buhardilla está más limpia que mi habitación – le reclamó Andrés.
-         Bueno niños, no se enojen con su abuelo. Es que este es mi espacio, donde vivo no tengo mucho lugar. Acá me escondo a leer y a recordar viejos tiempos. Sé que no estuvo bien de mi parte haberles ocultado esto. Pero en realidad al principio les conté alguna historia que me contaron a mi alguna vez para que no vinieran a jugar. No quería que me rompieran algo o que desordenaran mis cosas. Después me entusiasmé con las historias, e inventé alguna más. Ustedes se entretenían tanto…Aparte no todas son mentiras.
-         ¡Qué mal abuelo! No te hubiéramos roto nada – Martina sollozaba
-         Ven aquí niña no llores.
De pronto un golpe sordo los estremeció a todos.
La puerta se trancó y se cerró para siempre…

sábado, 7 de mayo de 2011

La libretita

Cuento publicado en el último libro del taller literario: "Escritores de medio tiempo".
¡El que no compró se lo perdió!


Estaba todo lleno de escombros y se hacía difícil caminar entre todo ese basurero. Me preguntaba a mí misma cual fue el motivo por el cual decidí hacer un atajo. Pero ahí estaba esquivando ladrillos y lastimándome los pies. Y peor aún estropeándome los zapatos. No tenía muchos zapatos. Siempre preferí un calzado más cómodo. Por eso sentía más rabia. Igual algo me decía que siguiera…
Había muebles viejos y deteriorados alrededor. Me enganché un pie en unas maderas que había en el piso. Mientras trataba de zafarme vi algo tirado que me llamó la atención. Era una libretita con las tapas casi  sueltas. Estaba dentro de un cajón roto que habría pertenecido a algún mueble. Me agaché para levantarla, teniendo mucho cuidado que no se rompiera y la sacudí. Las páginas estaban un poco sucias. Comencé a hojearla. Estaba escrita con lápiz, lo que dificultaba la lectura. En una de las hojas encontré unas frases interesantes: “…cruzar el umbral para llegar a otros planos…”, “…dominar los cuatro elementos…”. Lamenté que las frases estuvieran incompletas. Eran apuntes muy extraños. La guardé en un bolsillo y seguí caminando hasta atravesar toda la casa derrumbada y llegar al otro lado. Me prometía que era la última vez que se me ocurría hacer algo así.

-         Decime Marisa, en la casa de la esquina ¿quién vivía?
-         Ni idea.
-         ¿Hace mucho que está en ese estado?
-         Sí, desde que me conozco está así. No se sabe quién es el dueño ni quién vivía. ¿A qué se debe tu interés? Mejor no te acerques demasiado…
-         ¿No? ¿Por qué?
-         Se cuentan historias, pavadas…
-         ¿Que clase de historias? – contesté intrigada.
-         Nada, leyendas urbanas.
-         ¡Y ahora me lo decís, qué acabo de pasar por ahí!
-         ¿Cómo que acabás de pasar por ahí?
-         Sí, corté camino, no tenía ganas de dar la vuelta y me metí por ahí.
-         ¡Estás loca! Primero porque siempre hay gente que se mete ahí a drogarse o a pasar la noche, y segundo porque todo ese lugar está encantado.
-         ¿Encantado? – largué la carcajada.
-         Sí, encantado o embrujado como le quieras llamar. La mayoría de las veces los que se meten ahí a vivir porque no tienen a donde ir no duran ni una noche.
-         ¿Quién te dijo todo eso? ¿Será verdad?
-         No sé, cosas que se dicen…
-         Bueno no será para tanto, a mí no me pasó nada.
-         Igual por las dudas no vuelvas a entrar, viste que nadie cree en brujas pero que las hay las hay…

Se me hizo tarde charlando con Marisa. Cuando me di cuenta que era de noche, me fui a las apuradas. No quería pasar por ahí otra vez. Por lo general no era de asustarme con facilidad, pero tanto cuento misterioso había logrado amedrentarme. Tenía la libretita en el bolsillo de la campera. No quería ni tocarla. ¡Para que la habré agarrado! Di la vuelta por la otra cuadra para pasar lejos de la esquina. No quería mirar para ese lado. Tenía la sensación de que alguien me observaba. Cuando llegué a mi casa, me pegué un baño caliente y me metí en la cama. Ya estaba más tranquila o trataba de convencerme de que era así.
Al otro día ya no me acordaba mucho del asunto, salvo cuando metí la mano en el bolsillo de la campera para agarrar un pañuelo. Uyy ahí estaba Dejé la libreta en la mesa del comedor y me fui a trabajar. No quería quedarme con ella pero tampoco quería tirarla. A la vuelta decidiría que haría.

De regreso me dispuse a seguir leyendo la libretita. Ya no me provocaba tanta desconfianza. ¿Qué me podía pasar? Una vez más me preguntaba por qué la que escribió todo eso usó lápiz. Apenas se veía y tenía que forzar la vista. Aunque pensándolo bien, yo también prefería escribir con lápiz cuando sacaba apuntes, para poder borrar y corregir con más facilidad. Mientras pensaba en eso me di cuenta de que hablaba de la persona que escribió todo aquello como si fuera mujer. ¿Sería mujer? Algo me decía que sí.

Daba vuelta las hojas con mucho cuidado porque algunas estaban sueltas. Encontré una frase que pude leer con claridad: “…estar atenta a las señales…”. La forma en la que esa libreta llegó a mis manos había sido extraña. ¿Eran esas las señales a las que se refería?
Estuve por largo rato rescatando frases sueltas, que no parecían tener relación, pero luego que las leía me daba cuenta que no era así.
 “…estamos todos interconectados…”, “… observar a mi alrededor…”, “… conectarme con mi esencia…”
Encontré dibujados unos símbolos. Al lado de cada uno de ellos había una palabra escrita en imprenta sin ningún significado aparente. Cualquiera hubiera pensado que era algo macabro pero mi intuición me decía que no. Estuve buscando en Internet su significado. Todos eran utilizados para dar energía o como protección. ¿De que me necesitaría proteger yo? Siempre fui bastante racional aunque tratando de dejar un pequeño espacio para el misterio. Nunca me había pasado nada que me hiciera pensar que el mundo era más de lo que los sentidos percibían, aunque siempre tuve esperanzas de que no fuera así. Por eso mis libros preferidos siempre fueron esos en los que se podían viajar a otros mundos, donde la realidad era la fantasía.

Pasaron varios días y yo andaba un poco distraída. Algunos conocidos me notaban rara. No andaba apurada como siempre. Trataba de ser más observadora. Me dejaba llevar por los consejos que sin querer había recibido. Me tomaba el tiempo necesario para mirar el mundo en el que vivía y encontrarme en él. Empezaba a disfrutar de cosas simples. Me sentaba al sol a no hacer absolutamente nada. Sólo a estar presente en ese momento. Encontré otras frases: “… unir lo femenino con lo masculino, el padre y  la madre…”, “…escuchar a la naturaleza…”, “ver las cosas con asombro”.   Parecía que las frases estaban incompletas por algo. ¿Era todo esto un acertijo?

Decidí que tenía que conocer más a la responsable de esos apuntes. Hoy iba a visitar a Marisa pero antes pasaría por la casa derrumbada.
Entré con un poco de miedo, pero tenía que hacerlo. Fui hasta el lugar donde había encontrado mi libretita, pero no había nada. Ni siquiera los cajones donde la encontré. El lugar estaba distinto, los muebles viejos ya no estaban. ¿Habré encontrado la libretita estando en otro plano? ¿Y eso me había permitido encontrarla estando en otro tiempo y espacio? Un ruido a mis espaldas me alertó.

-         Señorita ¿Necesita algo? – una señora de aspecto descuidado me preguntaba.
-         No, sólo pasaba por acá. ¿Vive usted en este lugar?
-         A veces, cuando no tengo donde dormir ¿Usted conoce a la chica?
-         Chica ¿de que chica me habla?
-         La que vivía acá hace años. Usted se parece a ella.
-         No, no la conozco, pero puede ser que tenga algo que le pertenece.
-         ¿Sí? ¿Qué cosa?
-         Unos apuntes viejos escritos en una libreta.
-         ¿Así? ¿Me los deja ver? – me dijo mientras se acercaba.
-         No los tengo aquí – le mentí.
-         Es una pena, yo te podría ayudar a descifrarlos.
-         ¿Cómo sabe usted que necesito ayuda?
El rostro de la mujer se tornaba más duro y se desfiguraba. Me estaba poniendo nerviosa.
-         Yo conocía a esa chica y sé de las cosas que escribía. Yo que usted no me quedaba con nada de ella…
Me acerqué a lo que fue en otro tiempo una ventana. Quería encontrar una forma de escapar de ahí. Comencé a pensar en los símbolos de protección que había en la libreta. Fue lo único que se me ocurrió.
-         No era mi intención tomar algo que no era… - cuando me volvía para contestarle, la señora no estaba.
¿A dónde se había ido tan rápido? Me asusté y salí corriendo. Me fui a mi casa, no iría a lo de Marisa.

¿Esa señora quién era? ¿Sería un fantasma? Daba vueltas en la cama. Me tapaba la cara con la sábana como cuando era niña. Estaba casi dormida cuando sentí una presencia en mi cuarto. Era una sensación extraña pero no me producía miedo. Me llamaba por mi nombre. Me levanté sobresaltada.
-         ¿Quién es? ¿Qué quiere?
-         No te asustes.
Una mujer estaba a los pies de mi cama, era muy joven. Su rostro tenía algo especial, me inspiraba confianza aunque nunca la había visto.
-         ¿Quién sos?
-         No importa quién soy.
-         ¿Sos la dueña de la libreta? Yo no quise…
-         La libreta es tuya. No la encontraste por casualidad.
-         Pero yo no entiendo nada de lo que dice. No sé si podré descubrir su significado. Aparte está casi destruida.
-         Lo más importante sobrevivió y ahora está en tus manos seguir este camino.
-         ¿Camino? ¿Cuál camino?
-         Todos tenemos un camino. Tú acabas de descubrir uno. Está en tí si quieres seguirlo o no.
Me quedé sin palabras. No sabía de qué hablaba pero a la vez sentía que había cosas nuevas destinadas para mí. Creo que se dio cuenta de mi incertidumbre cuando siguió hablando.
-         No te apresures en tomar una decisión. Esos apuntes los escribí hace mucho tiempo. Mi maestro me enseñó todo lo que está allí escrito. Es hora de que otra persona los utilice así como lo hice yo, y debes tener cuidado. En tu camino te vas a encontrar con muchos seres oscuros, como el que te cruzaste hoy.
-         ¿Te referís a la señora?
-         Sí, a ella. Tenés que tener la suficiente intuición y discernimiento para alejarte de la oscuridad e ir hacia la luz. Pero nunca le temas. La luz siempre triunfa. Usaste bien los símbolos hoy, lograste defenderte. Ahora me tengo que ir.
-         No te vayas, cuéntame más de ti.
-         Lo que te pueda contar de mí es irrelevante. Yo ya estoy en otro plano.
-         ¿Otro plano? De eso hablás en tus apuntes, de llegar a otros planos.
-         Eso lo tendrás que descubrir tú. No pierdas las esperanzas.
En un instante todo se esfumó. Abrí los ojos, me desperté. ¿Había sido un sueño?

Estaba sentada al sol como de costumbre mirando el cielo. Tenía la libretita en la mano. La había mirado cientos de veces. La abrí en cualquier página y observé algo que había pasado por alto hasta ese momento. Al final de algunas hojas había dos iniciales. ¿Serían las iniciales del nombre de la chica que escribió todo? ¿Por qué no le pregunté su nombre? Era muy probable que no la volviera a ver. Mientras me lamentaba pude entender por qué yo había encontrado la libretita. Mis iniciales eran las mismas. Había descubierto otra señal. Teníamos cosas en común ella y yo y por eso me había elegido.

Miré el cielo y agradecí a esa chica, que quién sabe donde estaba, por darme la oportunidad de conocer sus secretos. Todavía me faltaba mucho por aprender pero había dado el primer paso hacia un mundo desconocido y fascinante. Antes de cerrar la libretita fui hacia la última hoja y como una respuesta a mis preguntas encontré otra frase que no había visto. Juraría que antes no estaba allí, y que apareció para mí en ese instante, decía:
“La magia existe, sólo debemos guardar un espacio para ella y la encontraremos.”

CONTINUARA...