miércoles, 14 de marzo de 2012

El día que olvidé mi nombre...


Me levanté de la cama de un salto. Estaba confundida como si me despertara de un mal sueño. Una nube en mi cabeza me envolvía. Algo raro me sucedía. Observé mi habitación, miré todo deteniéndome en cada detalle. Podía reconocer mi cuarto, mi cama, los cuadritos en la pared, pero no recordaba mi nombre. ¿Cómo me llamaba? Sobresaltada me miré al espejo temiendo haber perdido mi imagen. Toqué el reflejo de mi rostro. Estaba ahí. Me sentí mejor, todavía seguía siendo yo. Desesperada hurgué en mis pensamientos y en mi vida, lo recordaba casi todo. ¿Por qué mi nombre no? Se me ocurrió una idea, empecé a buscar papeles, cosas que me identificaran y ahí lo encontré. Más aliviada lo corroboré con mi cédula de identidad, no se me había ocurrido antes… Me quedé más tranquila… Igual notaba algo extraño… el saber mi nombre no era suficiente, porque en el fondo no me decía nada… Entonces comencé a repetirlo en voz alta hasta terminar gritándolo con desesperación. No obtuve resultado. Era todo igual. Esa sensación de vacío… Esperé un rato sentada en la cama. Tenía que irme a trabajar. Luego del baño, me vestí mecánicamente y de mala gana como tantas veces después del café, salí a la calle. ¿Por qué no era un día como los otros? No entendía, sabía que era yo, aunque también no lo era. Seguía sin reconocerme… Algo había cambiado en mí pero no sabía qué… Era un poco tarde y traté de apurar el paso. Las piernas me pesaban. Mientras caminaba observaba las copas de los árboles, como se movían con el viento. El sol se filtraba entre las ramas. Podía apreciar el aire fresco en mi rostro. No sé por qué pero esa mañana parecía todo más colorido, las flores y las hojas de los árboles estaban rebosantes de vida. Sentía a la naturaleza acompañándome. ¿Intentaba ayudarme? Traté de prestarle atención.... Comencé a escuchar su sonido. Un leve susurro llegaba a mis oídos. El entorno me hablaba sin palabras y me decía quien era… algo en mi se iba modificando en cada paso. Me sentía distinta. Y así fui entendiendo… yo era mucho más que la chica que iba caminando por la calle mirando los árboles. Había algo más grande y oculto. Y mi cuerpo no alcanzaba para abarcar todo lo que representaba. Lo sentía por primera vez aunque siempre había estado conmigo escondido en mi interior. Ahora se mostraba a la luz en toda su inmensidad como en una revelación. Como si yo fuera alguien muy diferente a lo que los demás veían y en la confusión yo tampoco me distinguía. Pero… ¿Cómo mirarse a uno mismo? ¿Se puede? Pensé… Seguía caminando… me dio un poco de miedo que luego de este descubrimiento volviera a ser la de antes. Perderme entre el bullicio de la gente y no volver a encontrarme. Mientras caminaba me cruzaba con otros caminantes que entre el ruido parecían perdidos como había estado yo. Vi muchos rostros dormidos. Entre ellos algunos me miraban como si me conocieran. Algo en su mirada parecido a un guiño me lo confirmaba. ¿Entonces… no era la única? Aliviada sintiendo que había otros como yo continué el recorrido. Estaban  perdidos buscando encontrarse…. Comencé a sonreír y  ya no me importó él no haberme reconocido en la mañana cuando desperté. Porque lo que yo era se veía reflejado en todo y estaba en mi interior. Siempre había estado allí escondido pero aguardando salir. Ese era mi verdadero y auténtico nombre. El que se escribía en un papel no tenía importancia. Ya no necesitaba de él para ser yo. Mi nombre estaba en todos lados y en mí.
Cuando llegué a mi trabajo llegué sonriendo, ya se me había ido el miedo a no ser yo. Me había encontrado entre las cosas y partir de ahí sentí que ya no volvería a olvidar quién era, y eso… era mucho más importante que recordar mi nombre...

sábado, 10 de marzo de 2012

La inspiración

Uno de mis primeros cuentos que ya tenía medio olvidado...

Apuraba el paso. Presentía que alguien me seguía. Nunca fui miedosa pero estaba tan cerca… cada vez más y más. Al final, no soporté la situación. En un brote de valentía me di vuelta con rapidez. Ahí estaba parada con aire de princesa. Con voz temblorosa, le pregunté:
 -¿Qué necesitas, por qué me perseguís? ¿Te parece que no me di cuenta?
-No te estoy persiguiendo. Todo lo contrario. Fuiste tú quién me buscó -contestó en un tono amable casi maternal.
-¿Buscarte yo, qué motivo tendría para hacerlo? No sé quién sos…
-Creo que no fuiste consciente de que me estabas buscando. Por eso hoy he venido a tu encuentro.
No lograba entender y me sentía incómoda por la situación. Pero algo me decía que tenía que descubrir que significaba ese encuentro.
-Aunque te hubiera buscado ¿Por qué no te presentaste? De la forma que apareciste solo lograste asustarme.
-Sí, puede ser y te pido disculpas, pero fue la única manera que encontré de llamar tu atención. –me dijo justificándose.
- ¿Qué es lo que necesitás de mí? – le dije intrigada.
-Tú sigues pensando que no me buscaste y que sólo te estoy molestando. Pero siempre te he estado ayudando. Sólo que tú no te has dado cuenta. ¿Acaso no has prestado atención? Esas veces que te quedás absorta observando algo para después salir corriendo a transferirlo a algún papel. Ahí he estado yo. Después se te pasan las horas escribiendo y escribiendo…
-No sé de que estás hablando. ¿Qué querés decir? ¿Cómo sabés todo eso?
-Hace tiempo que te hago compañía en silencio sin que notes mi presencia tratando de ayudarte.
Ahí comencé a comprender que ella tenía conocimiento de todos mis movimientos. Me había estado observando…
-¿Me querés decir que sos algo así como mi inspiración?
-Puede ser… ¿Tú que crees?
- Aunque fuera así y seas la inspiración. Si me ayudaras realmente harías algo para que no me sintiera tan mal.
-Es que yo te ayudo, pero por más esfuerzo que hago no lo notás.
-¿A qué has venido a verme? ¿Acaso me vas a pedir alguna retribución por tus servicios?
-Podría decirse que sí. Me gustaría pedirte algo y quiero que me escuches. Lo que necesito que hagas es muy importante. Préstame atención. Quiero que no pienses tanto y que te dejes llevar. Me gustaría que tu palabra llegue a la gente. Eso es lo que quiero. ¡Qué no amontones papeles y papeles en la papelera! ¡Qué te arriesgues! Pensás que no te veo cuando escribís y escribís y nada te convence. Armando grandes montañas blancas que luego vas desarmando y tirando de a poco con disimulo para ocultar tu derrota…
Me sentía perturbada. Todo lo que me decía era cierto. Tanto tiempo escribiendo sin llegar a nada… o al menos eso me parecía. Estaba callada no sabía que decir, y ella continúo hablando…
-No te guardes para vos sola lo que escribís en esa libretita que llevas a todos lados. Ahí dejás lo que a tu criterio no está tan mal. ¿Pero no te das cuenta que eso queda oculto y nadie puede leerlo? -dijo en tono irónico, sobretodo cuando nombró a mi tan preciada libretita.
-¡Pero yo escribo para mí, no me importa si alguien más lo lee! –protesté.
Luego que dije estas palabras me di cuenta de lo poco convincente de la frase.
-¿Estás segura de eso? Me parece que no estás siendo sincera. Convendría que no te mientas tanto. De esta forma nunca vas a lograr que crean en vos. Bueno…lo que tenía que decirte ya lo dije. No tengo nada más que hacer por acá. Deseo profundamente que  aceptes este consejo – me dijo dando unos pasos hacia atrás con elegancia y emprendiendo la retirada.
-¡Por favor no te vayas! Te estoy escuchando, necesito saber más…
-Con lo que he dicho alcanza. Quisiera saber que vas a hacer a partir de ahora. Espero que no te abrume el peso de la responsabilidad.
-¡Por favor no me dejes así! ¿Necesito saber cómo hago para confiar? ¿Cómo sé que lo que escriba se va a entender y no se van a reír de mí? –le dije caminando de un lado al otro nerviosa.
-¿Acaso importa?
-¿Pero si a nadie le gusta lo que escribo?
-Así como vas, nadie va a leer nada tuyo y nunca lo vas a saber.
Me quede en silencio unos instantes. Me di cuenta que tenía razón. Sin querer yo la había llamado y ahora que me estaba diciendo un par de verdades no podía soportarlo.
-No sé si tendré el valor, es difícil expresar con palabras lo que siento. Las palabras me limitan, a veces me enredo en ellas y no puedo salir -dije con lágrimas en los ojos.
-Con un poco de práctica y mucha paciencia lo vas a lograr. Y quiero que sepas algo más… Aunque no me veas, siempre voy a estar ahí. ¡Tenés que creer en mí!
-¿Pero cómo puedo creer en tí?
-Cuando vayas por el mundo. Simplemente observando las cosas a tu alrededor, a la gente. Cuando te pase algo que te haga agarrar esa libretita que tenés, ahí voy a estar yo. Sólo me tenés que sentir y voy a responder. Siempre estaré para ti.
El silencio otra vez se apoderó de mí. El miedo se me había ido y de pronto empezaron a aflorar en mi mente un montón de historias. Todo lo que tenía alrededor me decía algo, el paisaje, los perfumes. Aparecían también recuerdos de mi pasado y situaciones inverosímiles que sólo existían en mi cabeza.
En eso me di cuenta de que estaba sola. Ella se había ido sin que me diera cuenta. Ya no le podría hacer más preguntas. Ni siquiera darle las gracias por haberme abierto los ojos. ¿Pero se habría ido?... Ya no importaba. Sabía lo que tenía que hacer.
¡De pronto, me invadió el terror! ¡Mi libretita! ¿Dónde estaba mi libretita? ¿La habría perdido en el camino? Salí corriendo a buscarla. Tenía que encontrarla. Mientras corría algo me decía que había sido ella que me la había escondido para hacerme una broma antes de partir…