- ¡Apurate que después tengo que hacer todo yo!
- Siii, ya voy.
Ernesto con mala cara iba a ayudar con los preparativos. Siempre lo hacía, aunque no evitaba descansarse un poco en ella: “Vos hacés todas las cosas mejor que yo”. Para Susana esta frase ya no era más un halago. Los famosos asados que organizaban ya no le interesaban. No estaba en edad de andar corriendo atrás de los invitados sirviéndoles, y ordenando lo que iban tirando alrededor. Aparte de todo, con el paso de los días, seguía encontrando manchas extrañas en lugares recónditos de su hogar.
Siempre era lo mismo cuando se reunían, la mayoría del tiempo lo dedicaban a hablar de otras personas. Una vez que se ubicaban los invitados, a veces Cecilia se apartaba del bullicio y observaba silenciosamente. Primero, elegían a un candidato, todavía no tenía claro en que se basaban a la hora de la elección, qué criterios manejaban ni de que dependía. Quizá fuese al azar. Luego comenzaban a hablar no muy bien por lo general de esa persona, y si era uno de los invitados, cuando éste llegaba, cambiaban de víctima con rapidez.
¿Extraño, no?
- ¡Susana, Susana, me parece que tocan timbre!
¿Vos no te podés mover acaso?
- Ya voy amor.
- ¡Susana, tanto tiempo! ¡Pero qué linda que estás!
- Gracias, andá pasando para el fondo, que ya llegaron casi todos.
¿Me tocará en algún momento ser la víctima? Por suerte la mayoría de los asados los hacemos en casa…
Estaba el cuadro bastante armado, no era un grupo muy numeroso.
Alejandro y Mónica, una pareja bastante simpática, se llevaban bien, él era ingeniero y ella enfermera. Evangelina y Juan Andrés, recién casados, nada que decir por ahora. Rafael, que siempre venía acompañado de la chica de turno, aunque esta vez, había venido solo. Marisa y Claudia, las dos hermanas, una divorciada y la otra soltera. Faltaban Cecilia y Carlos. Siempre llegaban tarde.
Hacía rato que la conversación sólo iba del fútbol a la política, y por momentos rozaba de soslayo con el medioambiente y la inseguridad.
Es cuestión de tiempo, pensaba Susana
¿Te enteraste lo de Cecilia? – comentó Claudia mientras servía la bebida a los presentes.
- No, no sé nada ¿Qué le pasó?
¡Yo sabía!
Pobre Cecilia. ¡Qué llegue pronto!
- Parece que se consiguió un novio mucho más joven que ella.
- ¡Fantástico!
Ups… demasiado efusivo.
- ¿En serio? No te puedo creer – dice Susana con cara de compungida – pero se llevaba muy bien con el marido.
Lo bien que hizo.
- Sí, y se siguen llevando, porque en realidad no están separados – saltó Alejandro mientras atizaba el asado.
- Bueno entonces lo que se consiguió Cecilia fue un amante no un novio.
- Sí, sería más adecuado llamarlo así. Pero como que la palabra “amante” me suena feo, viste.
Todos los presentes estallaron en carcajadas.
Eso es lo que te haría falta a vos, así te dejás de andar con cuentos.
- En los tiempos de ahora se usa mucho “intercambiar” – alegó Alejandro mirando a su mujer.
- Si está bien, yo voy a hacer varios “cambios” más que “intercambios”.
- Vos, no te hagas la loca.
Alejandro amenazaba en broma a Mónica con un cuchillo que había tomado de la mesa.
- Pero volviendo al tema de Cecilia. El marido siempre fue medio raro, porque nadie de nosotros lo conoce mucho. Ella muchas veces viene sola. A mi me parece que él no es muy compañero
- Claudia, eso no tiene nada que ver, porque a veces se pueden entender en la intimidad. ¡Qué ganas va a tener el pobre hombre de conocernos a nosotros!
Seguro. ¡Bien dicho Rafael!
- Para mí que ella se consiguió otro porque él ya tenía algo por ahí.
Era la hora de que participara Marisa, la hermana de Claudia. Y que comenzara a condimentar la historia.
- Pero si ese hombre tiene una cara de bueno…
- ¡Dejate de pavadas Ernesto, los que son así pueden ser los peores! ¿Susana, te pasa algo? Te quedaste callada – dijo Claudia.
- Es que estoy ocupada acá con la ensalada, apenas escucho.
A veces pienso que sería mejor no escuchar ¿será pecado renegar de eso?
- ¡Bueno, todo el mundo a la mesa! ¡Ya está pronto el asado! – gritó Alejandro
El grupo avanza a la mesa y van ocupando sus lugares.
Hasta ahora los que se salvaban de pecado eran Evangelina y Juan Andrés. Los únicos que no se interesan mucho por la vida de los otros, al menos hasta que alguien del grupo los pervierta.
Sonó el timbre.
Susana salió corriendo, ya imaginaba quién era.
- Hola Ceci. ¿Cómo andás? Justo estábamos a punto de empezar.
Mientras Susana abría la puerta, vio que venía acompañada de un chico bastante buen mozo, de unos veinticinco años.
- Susana, te presento a mi primo, Andrés, vive en Buenos Aires. Se está quedando unos días con nosotros. Pablo no vino porque está terminando un proyecto, viste que es un poco ermitaño.
- ¡Encantada de conocerte! Estábamos hablando de vos justamente.
- ¿De mí? Pero si nadie me conoce acá.
- No hagas caso es una broma – le dijo Cecilia al muchacho tomándolo por los hombros para que entre a la casa.
Pobre chiquilín, no sabe donde se mete.
- Ceci ¿Me podés hacer un favor?
- Sí, claro.
- Cuando presentes a Pablo a los demás, no digas a nadie que es tu primo. ¿Me hacés ese favor? Después te cuento…